“Para ser un gran poeta, hay que bajar al infierno y salir de él”
Así lo sostiene la coordinadora del taller de poesía de la Unidad Penal 48 de José León Suárez, de la mano de la ONG Va de Vuelta; allí, los presos encuentran la manera de poner voz a todos sus sentimientos y experiencias
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Es un hecho histórico que en 1964, el activista político Nelson Mandela fue encerrado en prisión al ser acusado de traición por su lucha contra el apartheid. Lo que pocos saben es que fue el poema "Invictus", de William Ernest Henley, lo que mantuvo vivo por 27 años su corazón, en aquella pequeña celda de la isla Robben. "Para escribir poesía hay que apropiarse del momento, y ese momento es libertad. Una libertad que nadie puede quitarte y se llama escribir", explica Cristina Domenech, coordinadora del taller de poesía que funciona desde 2009 en el complejo penitenciario San Martín, Unidad 48, José León Suárez. "Los internos pueden ver que con la palabra se puede ser libre a pesar de estar en la cárcel. Todos en nuestro infierno personal ardemos de felicidad cuando se prende la mecha de la palabra".
Pasión por ayudar
Cristina Domenech es literata y bibliófila, detrás de esos ojos grises se encuentra una mente llena de citas y pensamientos. Es difícil pensar que aquella mujer de exquisitos modales y refinado lenguaje fue alguna vez una niña problemática a la que no le auguraban un gran futuro.
"Me expulsaron de la primaria por ayudar a copiarse a una amiga y de la secundaria por una travesura. Una monja le dijo a mi mamá que lo mejor sería anotarme en corte y confección porque no era muy inteligente y solo así, quizás, iba a poder ser alguien en la vida", cuenta con una sonrisa Cristina. "Cuando me cambiaron al colegio San Isidro Labrador logré conectarme con el conocimiento y las ganas de aprender. Ahí tuve los mejores profesores".
Aquella infancia problemática fue quizás el cimiento de lo que hoy en día es su pasión por ayudar a los reclusos penitenciarios. "Siempre me moví en los márgenes. Yo entiendo a los presos porque fui problemática también, si hubiese nacido con otra suerte u otro contexto, seguramente sería peor que Pepita la Pistolera. La escritura fue muchas veces el cable a tierra de todas las cosas difíciles que me ocurrieron en la vida".
Cristina lleva ese espíritu amante de la tinta y las plumas afiladas en la sangre. Además de ser la nieta de uno de los heraldistas y restauradores de libros más importantes del país, es la bisnieta de Lluis Domenech i Montaner, el mundialmente famoso y reconocido arquitecto modernista que construyó, entre otros edificios, el Palacio de la Música Catalana. "Mi abuelo emigró con toda su familia a la Argentina cuando estalló la Guerra Civil Española, para él fue muy duro dejar de ser un niño rico de la elite catalana, por eso siempre entendió la dureza de ser pobre y lo importante que es ayudar al que más lo necesita". Fueron aquellos fuertes valores sociales que se respiraban en su hogar los que le inculcaron a Cristina las ganas de ayudar a los demás. "Siempre me interesé en la ayuda social. De chica me iba a las escuelas carenciadas con pochoclos y ayudaba a los chicos a hacer la tarea, y más de grande milité junto a mi marido, en la pastoral social y con los curas del tercer mundo", resume Cristina.
Hoy en día, con 60 años y su título en filosofía y letras de la UCES, Cristina reparte su agenda entre su familia, sus alumnos y su escritura (en2014 publicó un libro de poesía Sintaxins del nudo, de editorial Lamás Médula y trabaja en una novela). Es madre de 4 hijos: Juan, Pilar, Tomás y Delfina, esta última fallecida en el accidente vial del colegio Ecos en el 2006, y abuela de Felipe, Mateo y Nicolás.
Sentirse libre en la cárcel
"Cuando una amiga me llamó para contarme que le habían ofrecido la posibilidad de ir a enseñar literatura a la cárcel, me sorprendió cuando me dijo que ella no lo quería hacer por no tener el «lenguaje» necesario. Yo me moría de ganas de hacer un taller en un lugar donde la literatura tuviera tan poco espacio", cuenta Cristina sobre cómo fue convocada por la OSC Va de Vuelta, en convenio con la Unsam, y ahora forma parte del staff del Centro Universitario San Martín ( Cusam).
Cristina coordina talleres de escritura desde hace más de 20 años, y sabía lo que la literatura había producido en muchísimos alumnos a lo largo de los años. La confianza en la palabra hizo que la cárcel fuera un lugar como cualquier otro para trabajar. "Para escribir tenés que pararte en un lugar de mucha salud, y para encontrar ese lugar de salud tenés que buscarte en ese espejo que muy pocas veces mirás y decir: ¡Basta, quiero cambiar!", explica emocionada y resume citando a Foucault: "Para que te liberes tiene que haber sometimiento".
Paradójicamente, al entrar en la cárcel por primera vez, Cristina se sintió libre. "Nunca me pasó todo eso que la gente me decía que me podía pasar en la cárcel. Cuando pasé la puerta me di cuenta de que ahí no existen los preconceptos, ahí se eliminan todos los vicios de la sociedad y a uno lo respetan por lo que hace y no por lo que tiene. Cuando entienden que estás ahí como una parte más de tu vida, como una elección, y no para que te lo agradezcan, te respetan y te agradecen sin agendas secretas, es un gracias de corazón".
"Yo fui muy dura cuando entré a la cárcel, les expliqué que no quería entretenerlos, que quería poesía de verdad. Íbamos a estudiar para entender el lenguaje y de esa manera amplificar la mente, ver el mundo desde otra perspectiva y entender por qué cada uno hace lo que hace. Cuando uno escribe y aprende el juego del lenguaje rompe con una cierta lógica, la poesía rompe absolutamente la lógica del lenguaje, hace saltar por el aire el lenguaje, y con él todo el sistema. Encontrar otra lógica en el lenguaje es comprender que se puede cambiar el sistema que te obliga a reproducir y reproducirte, es un cambio lento, profundo y definitivo". El taller, que funciona en el edificio del centro universitario de la USAM dentro del penal, fue pedido expresamente por los internos de 21 a 60 años que deseaban aprender a escribir para poner en un papel todo eso que no podían decir ni hacer. "Cuando supe los motivos por el cual querían aprender a escribir, les propuse enfocarnos en la poesía que es el camino más potente para decir lo que uno quiere. Con un poema se articula un nivel de lenguaje que con la narrativa no sepuede alcanzar", cuenta Cristina.
Enseñar poesía en una cárcel no fue una tarea sencilla para ella. El mito de que la poesía era un arte relegado a las mujeres fue el primer gran desafío que debió resolver. "Costó hacer que vean la poesía como aquella forma de salir de la cárcel con la mente", explica Cristina y agrega: "Muchos defendieron a los puños la poesía. Es que para ser un poeta hay que bajar al infierno y salir de él". El siguiente desafío que tuvo que superar Cristina junto a Unsam, fue el de lograr articular la desigualdad cultural que reina en la cárcel para que todos pudieran participar del taller y dar lo mejor de sí mismos. "Muchos de los internos no tienen un primario terminado, tampoco saben escribir fluidamente. Por eso busqué poemas cortos y potentes. Con esos autores ellos entendieron que lo que hace la poesía es romper la lógica del lenguaje y armar otro sistema. Justamente lo que ellos necesitaban, una nueva regla que les permita decir con lenguaje poético todo lo que ellos quisieran expresar."
Al ser consultada sobre los cambios que nota en los internos, Cristina explica emocionada las profundas transformaciones que ve en sus alumnos y cómo muchos de ellos comenzaron a trabajar sobre sus errores para poder mejorarlos. "Muchas veces cuando leen un poema y reciben los aplausos de sus familiares, compañeros y también del personal del penal, esos hombres gigantes que otrora utilizaban el miedo para hacerse valer, tiemblan y se les quiebra la voz. Te hace pensar que quizás es la primera vez que alguien los aplaude, y ese sentimiento de pertenencia logrado por algo bueno es el primer paso de un largo camino".
Las paredes de la cárcel caen ante los intensos embates de la tinta que golpean como arietes las piedras y las rejas. Cada poema escrito es un grito que se alza sobre los candados y llega, al menos, a donde tiene que llegar: al cambio interno. Y es Cristina, junto al recuerdo de su hija Delfina (inmortalizada en la pared del penal), las que lideran las filas de aquellos que luchan la más difícil de las batallas: la lucha con uno mismo."Lo más importante es aprender a construir con lo poco que hay, no importa cuánto, y saber que siempre se puede pelear por la dignidad, que es lo único en definitiva que no se puede meter en una cuenta de banco", resume Cristina.



