La movida ocurre en Saavedra; empezó como una preocupación de tres amigas para que los chicos estuviesen entretenidos durante la pandemia y sigue hasta hoy; buscan atender un déficit, ya que a 3 de cada 10 chicos que viven en hogares pobres nunca les leyeron un cuento
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“La chica de los libros”. Así la llamaban a Mariel Pujol cuando llegó cargada de cuentos, historietas y literatura infantil al Barrio Presidente Mitre, en Saavedra, durante la pandemia. Vive a pocas cuadras de ahí y desde 2018 daba clases de apoyo escolar en ese barrio porteño junto a las maestras del lugar. Cuando se cerraron las escuelas por el aislamiento obligatorio, recuerda que pensó en esos chicos que había conocido durante esos años y en qué iba a pasar con ellos, encerrados en sus casas, lejos de la escuela.
“Se me ocurrió ir a la olla popular que organizaban todas las noches, con libros de mi hijo, que ya había crecido. De a poco, eso se convirtió en una rutina. Me acercaba a la fila que formaban en la plaza para recibir un plato de comida y les ofrecía libros. Algunos niños empezaron a ir todos los días, porque sabían que iba yo. Después, decidí tocar las puertas de las casas, para ver a los chicos que conocía del apoyo escolar”, cuenta la diseñadora gráfica de 46 años, que, junto a la bióloga Pato Pereyra y la museóloga Julieta Penedo, fundó “Libros en el barrio”, una organización que promueve la lectura, acercando libros y actividades culturales al barrio. “La llegada de ellas fue fundamental e hizo sostenible este proyecto en el tiempo”, agrega Pujol y cuenta que ya entregaron más de 5000 libros en el barrio.
Al ver el interés que despertaba en los vecinos, Mariel creó una cuenta de Instagram para pedir donaciones de libros. “Fue un éxito inmediato. Me dieron alrededor de 500 libros. Yo me movía en bicicleta para ir a buscarlos. Los limpiaba, los clasificaba y el fin de semana los llevaba al barrio”, agrega Mariel, que se presentaba en las casas, golpeaba las palmas y decía: “Hola, soy Mariel, vengo a traerte un libro. Soy la que estaba en el centro comunitario y daba apoyo escolar”. Poco a poco, se ganó la confianza y la amistad de muchas familias y su presencia era esperada cada fin de semana. “La chica de los libros” se había convertido en alguien que les regalaba un rato de distracción a mucha gente que estaba muy mal, con angustia y muchas necesidades durante el aislamiento obligatorio.
“El Mitre”, como lo llaman los vecinos, se extiende sobre unas ocho hectáreas, a pocos metros de la General Paz, la avenida que divide la ciudad de la provincia de Buenos Aires. Ubicado entre edificios lujosos, casas residenciales y el centro comercial Dot, no deja ver sus calles angostas y laberínticas que apenas permiten filtrar la luz del sol que se entromete por las ventanas enrejadas de esas casas que van creciendo hacia arriba. Las entradas a ese barrio popular están custodiadas por dos o tres policías que charlan entre ellos y se saludan con los vecinos que ingresan y salen caminando.
Miriam Chaves es una de ellas. El vínculo con la organización se fortaleció con el tiempo, a medida que la menor de sus 7 hijos, Tahina, hoy de 4 años, generó un fuerte amor por la lectura. Ocurrió desde que Mariel llegó en 2020 con hermosos libros para ella y sus hermanos. “Yo no salgo mucho de mi casa, pero cuando Mariel golpeó la puerta, me gustó charlar con ella y la relación creció con el tiempo. Escucha los gustos literarios de mis hijos y les trata de traer todo lo que le piden”, dice Miriam, que tiene 43 años y trabaja como empleada de casas particulares.
Tres años después de aquella primera visita, Tahina tiene una biblioteca que es lo primero que muestra a quien entra a su casa. “Ahora, ella y mi hija de 16 años viven con libros en la mano”, agrega Miriam y cuenta que el informe de la maestra del jardín subraya el asombroso interés de la niña por la literatura. “Dice que es la que más participa y se entusiasma a la hora de los cuentos y la lectura”. Esta anécdota la repetirá más de una vez, con los ojos húmedos de emoción y orgullo, durante la entrevista con LA NACION.
La familia vive en un departamento al que se llega por una escalera, luego de abrir dos rejas. Mientras su mamá habla, Tahina revisa con sus dedos pequeños que estén todos sus libros en la biblioteca. La luz de la mañana se cuela entre las rejas de la ventana y deja entrar un haz que forma un círculo en el piso donde ella elige sentarse. Con sus manos pequeñas, abre uno de los libros más grandes y empieza a señalar ilustraciones. Simula leer y repite partes que conoce de memoria, de las tantas veces que sus hermanos se las leyeron. Tahina se ríe, habla sola, se olvida de todos y comienza su viaje imaginario. Esta escena se repite muchas veces al día.
La falta de libros retrasa la alfabetización
La organización Libros en el barrio responde a una necesidad que no sólo impacta en los hogares pobres de la Argentina, sino que es un fenómeno transversal a toda la sociedad argentina, de acuerdo a un informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA. Su autora, la socióloga e investigadora Ianina Tuñón, destaca que “la problemática no tiene una única raíz en lo económico, sino también en lo cultural. Las nuevas generaciones están alejadas del libro y esto tiene que ver con el mundo de los adultos, porque los niños crecen en hogares en donde no ven adultos leyendo”, señala. Otro reporte del Observatorio remarca que a 3 de cada 10 chicos de entre 0 y 8 años que viven en hogares pobres nunca les leyeron un cuento.
El informe es alarmante, ya que arroja que más del 60% de niñas, niños y adolescentes, en el país, carece de libros en sus hogares y, más del 50%, no lee libros impresos. “La tecnología no reemplaza al libro porque el ejercicio de adquirir la lectoescritura se vincula con el libro impreso”, destaca Tuñón y agrega que “estamos ante un proceso de alfabetización muy simple y eso tiene consecuencias en las pruebas PISA, que muestran las grandes desigualdades sociales que esta carencia está generando”. La falta de libros retrasa la alfabetización de los niños, según el informe, y es más probable que las niñas y niños de 4 y 5 años no sepan escribir su nombre cuando no tienen libros infantiles en su hogar y cuando no son estimulados a través de narraciones orales.
Una campaña, encabezada por Argentinos por la Educación y más de 100 organizaciones de la sociedad civil, sostiene que el 46% de los alumnos argentinos de tercer grado no comprende lo que lee y que el problema se agudiza entre los estudiantes de menor nivel socioeconómico, donde esa dificultad alcanza a 6 de cada 10 chicos. Los datos utilizados por el Observatorio se desprenden del Estudio Regional Comparativo y Explicativo (ERCE) realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en 2019.
Los abuelos, los principales aliados
La organización Libros en el barrio fue ganando espacios y, al sumarse Pato Pereyra y Julieta Penedo, pudieron ampliar su oferta de actividades, como las narraciones orales y juegos en la plaza. Además de sus profesiones, ambas tienen amplia experiencia en promoción de la lectura y gestión cultural. Ya no recorren casa por casa, sino que van una vez por mes a encontrarse con las familias con quienes mantienen una comunicación por redes sociales. En los últimos meses, los problemas de seguridad han dificultado muchas veces estos encuentros, pero nunca se rindieron.
“Las familias tenían miedo de salir y tuvimos que espaciar las visitas, pero no dejamos de hacerlo. Cada mes que volvemos, me pregunto: ¿nos darán bolilla? ¿Querrán un libro? Y la magia sigue ahí, en cada chico que nos dice: ‘Hola profe’, ‘Hola seño’. Todos los meses se renuevan las ganas de seguir haciéndolo y nos vamos adaptando al entorno como podemos”, explica Mariel Pujol.
La organización también tuvo que derribar varios prejuicios que la gente tiene sobre los libros: que son sólo para estudiar, que los niños son muy chicos para leer, que no les va a interesar. “Poco a poco, pudimos ir transmitiendo la importancia de tener libros en la casa, de que los chicos los toquen y jueguen con ellos. Esto también despertó el interés de los adultos, especialmente los abuelos, nuestros principales aliados que se acercaron al centro comunitario para estudiar y, algunos, para aprender a leer junto a sus hijos o nietos”, agrega.
Ese fue el caso de la abuela de Mara, una maestra que vive en el barrio junto a su hija de 11 años. Mara nació y se crió allí, donde vive toda su familia. No socializa con la gente del barrio y su hija va a una escuela fuera de allí, La visita de Mariel, durante la pandemia, era una oportunidad para hablar con alguien y era muy esperada. Su hija leía todo lo que Mariel le acercaba pero lo más llamativo no fue su entusiasmo lector, que ya estaba desarrollado, sino el de su abuela, a la que esta organización le cambió la vida.
“Mi abuela es una persona que tuvo una vida muy dura y le costaba crear vínculos con cualquier persona. Mariel le ofreció una lectura y ella le dijo que no, pero al ver una revista de Patoruzito entre sus libros, se emocionó, porque le recordó su infancia. Ese recuerdo abrió algo en ella y Mariel le fue trayendo más revistas. Mi abuela es otra”, dice Mara.
Una asignación para armar la biblioteca familiar
Desde la asociación civil Educación para todos, Irene Kit, su presidenta, también se suma a la preocupación por la falta de contacto de las niñas, niños y adolescentes con los libros y sus consecuencias en la alfabetización y comprensión lectora. De hecho, para frenar esta tendencia, tiene preparado un proyecto de ley que presentará luego de las elecciones nacionales y en el que solicitará que el Estado garantice el derecho del lector en formación, armando una biblioteca familiar con libros nuevos, elegidos desde el interés y la curiosidad.
El proyecto busca instaurar una asignación anual especial, que sólo se pueda usar para comprar libros que elijan los propios niños, niñas y adolescentes, por su gusto e interés. Esa asignación, que se debe concretar a través de un código o un vale (no dinero) para canjear por libros editados en el país, se otorgará al padrón de las familias incluidas en la Asignación Universal por Hijo (AUH), los trabajadores y trabajadoras rurales, domésticos y de la economía popular. Para ello, se necesitará hacer una modificación a la ley de asignaciones familiares para fijar esta asignación anual complementaria, equivalente al 40% del monto mensual de la AUH. Esto representaría un incremento de 4.8% en la masa total de estas prestaciones.
“La idea es asociar el derecho de decidir el acceso a bienes culturales a la AUH, que implica un padrón muy amplio de personas de todo el país”, explica la licenciada en Educación y consultora internacional de 60 años, con amplia experiencia en asesorar a las comisiones de Educación en el Congreso nacional durante las últimas décadas. “Estoy convencida de que la experiencia de tener libros en la casa va configurando habilidades que los chicos más pobres no están pudiendo alcanzar. Si bien la problemática es transversal en la sociedad, tenemos que empezar con los que no tienen el dinero para adquirir libros”, agrega.
Destaca que la fascinación con la digitalización y la multioferta educativa desde los niveles iniciales han hecho perder el foco en la importancia de concentrarse en la lectoescritura durante los primeros grados de primaria. “En primer grado, mi nieta tenía 7 maestras: inglés, plástica, tecnología, educación física, etcétera. Eso desdibuja el soporte fundamental que es el tiempo. Primero y segundo grado es lengua, matemática y arte”, agrega Kit.
En el Barrio Mitre, los libros tienen su fiesta todos los meses, gracias a la visita de Mariel, Pato y Julieta, que siguen estimulando la lectura con diversas actividades comunitarias de lectura, narración oral y juegos. Un domingo por mes, acordado previamente con la comunidad, las tres se encuentran en una esquina, llenan sus changuitos de libros y llegan a la plaza del barrio a renovar la magia.
Cómo colaborar
- La organización Libros en el Barrio recibe donaciones de libros infantiles y de adultos a través de sus redes sociales. Se la puede contactar por Instagram o Facebook.
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