Refugiados en Grecia: historias de huidas, violencia y familias separadas
En Atenas existen muchas organizaciones que trabajan con refugiados, entre ellas Khora, que se formó en 2015. Encontré a esta ONG en Internet cuando me puse a googlear “cómo ayudar a refugiados sirios en Grecia” y apliqué a los pedidos de voluntarios.
Fui directamente al edificio que la organización tiene en Atenas, ya que no son exigentes con los requisitos: no hace falta hacer trámites, ni pasar pruebas, sólo tener el compromiso de cumplir con algunos turnos y ayudar.
Durante el tiempo que estoy acá aprendí que los desplazados por conflictos bélicos en Grecia no son sólo sirios, sino de muchos países de Medio Oriente como Afganistán, Irán, Irak, Jordania, Pakistán, Kurdistán (aunque ni siquiera esté en el mapa) y de África también, como Ghana, Nigeria, Uganda o Sierra Leona.
Y que tampoco hay un perfil de refugiado. Emigran personas de todas las edades, viajando solos o con la familia entera. Algunos tienen edad suficiente para acordarse del genocidio de Ruanda, en 1994, en el que se masacraron casi un millón de personas en pocos días.
Sabiti, de Uganda, se enteró de la masacre cuando vió cuerpos flotando en el lago, y que por varios días se privó de comer pescado porque no quería ir a pescar con los cadáveres. Busrha, de Pakistán, decidió salir de su país cuando nació su bebé, porque mientras estaba yendo al hospital su casa fue bombardeaba y no quiso que su hijo creciera allí.
Situaciones extremas
La mayoría de los refugiados son muy chicos para vivir las situaciones extremas que les tocaron vivir al salir de su país - aproximadamente la mitad de ellos son menores de edad.
Mathi, de Afganistán, escapó con sus padres, tres hermanas y su hermanito menor durante nueve días, en los cuales no pudo comer ni tomar agua, y tuvo que soportar la nieve, cruzar un río a nado, pasar días enteros escondido en el bosque (porque le tienen más miedo a la policía que a los lobos), y caminar sin parar. Caminó entre cadáveres, mientras lo golpeaban y junto a los smugglers que violaban a las mismas mujeres que ayudaban a cruzar la frontera.
Casi todas las preguntas sobre dónde viven o cómo llegaron involucran historias de escapes, familias separadas y violencia; y las preguntas típicas que le podés hacer a un chico, como ‘en qué grado estás’ o ‘con quién vivís’ no tienen respuesta, porque hace rato que no van al colegio y viven en campos de refugiados con otras familias.
Una vez en territorio griego, viven en campos mientras se tramitan sus pedidos de asilo en España, Alemania, Austria o Suiza, lo cual puede llevar entre tres meses o más de un año. Mientras tanto, no pueden trabajar, y dependen de organizaciones sociales como Khora para acceder a servicios de salud, educación y bienes básicos.
En Khora, los refugiados a veces se suman al equipo de voluntarios, como el cocinero que trabajaba todos los días de 10 a 19 para servir los 400 platos. Él no habla mucho inglés, las palabras que usó para contarme el por qué se vino a Grecia fueron: bomb y family finished.
Irahim, de Pakistán, llegó a Atenas al mismo tiempo que yo, pero sin hablar una palabra de inglés. Apenas fue incorporando léxico me contó que “toda la ciudad es su casa” porque todavía no había conseguido lugar en ningún refugio, y trabaja de voluntario en la cocina y limpieza.
Abdul Satar es un chico de 18 años que va a todas las clases de la organización, ahora es coordinador y está dando clases de Persa al resto de los voluntarios.
Si bien sorprende la cantidad de personas que viajamos desde distintos países para ayudar en Grecia, es muy poca en comparación con los más de sesenta mil refugiados que hay actualmente. Cada una de estas personas vivió situaciones muy traumáticas, necesitan no sólo atención sanitaria, sino contención y un marco legal seguro y estable para poder rearmar su vida.
Los voluntarios ayudamos en esta contención sin tener ningún tipo de preparación en el área, casi todos somos estudiantes o recién salidos de la universidad, y ni siquiera con estudios relacionados con trabajo social.
A pesar de esto, veo que el simple hecho de compartir tiempo con ellos, ayudarlos con los trámites legales y aprovechar el tiempo enseñando idiomas o habilidades que los van a ayudar a insertarse en los países en los que aspiran llegar, representa una ayuda enorme y los motiva a seguir luchando para poder vivir una vida digna.
La autora estuvo en Atenas como voluntaria de la ONG Khora; www.khora-athens.org/
Camila Burne