Daniel Melero: “El rock siempre se dedicó a interrumpir el discurso”
Dandy de la música y figura clave de la renovación cultural de los ochenta, el músico habla de su reciente autobiografía
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Incierto y sinuoso - Una autobiografía es el libro que Daniel Melero, nuestro dandy de la música, ha publicado junto al periodista cultural Mariano Vespa para Caja Negra Editora. Vespa compartió encuentros eternos con el artista y se ocupó de la narración, precisa, urgente, detallista de toda una vida.
Melero. Decimos de Daniel Melero que es un tipo singular, el avant garde resumido en una sola persona. Y eso es decir bien poco pero lo entendemos como alguien fuera de lo común, parte de lo extraordinario. Y eso es decir mucho.
Un artista con la capacidad de constituir vínculos y crear enlaces únicos. Desde sus palabras, las escritas, las expresadas, las frenéticamente cantadas, hasta el potencial como significante que arrasa al significado. Su voz como extensión teórica de su propio pensamiento. El artista fue la cara más destacada del entramado cultural cuando comenzó en la década del 80 en terrenos donde los sintetizadores, el tecno, pop, rock y el mundo subterráneo sónico se asomaban para hacerse oír. Una no-música.
"Melero. Decimos de Daniel Melero que es un tipo singular, el avant garde resumido en una sola persona. Y eso es decir bien poco pero lo entendemos como alguien fuera de lo común, parte de lo extraordinario. Y eso es decir mucho"
Como músico, desde la cara de Los Encargados como fue, resultó el catalizador de una comunidad polifónica que incluía los grupos que terminó produciendo o con los que colaboró de alguna manera. Soda Stereo, Babasónicos, Los Brujos, Juana La Loca, Carca (“el héroe del rock”, dirá en el libro). Un maestro de la contemplación.
En Incierto… leemos en primera persona, esa voz impetuosa de la narrativa, sobre su vida: cómo un chico criado en Flores, el barrio de Arlt, llegó a ser una estampa de un tiempo y de muchos tiempos y no ha dejado de crecer. El corpus del libro es sonoro, tanto como los diagramas que se (des)dibujan en su flujo artístico.
Un rompedor del status quo, eso es lo que leemos en esta narrativa gratamente fragmentada con saltos, “intermitencias”, como las llaman en el libro, que inyectan una cadencia que da aire al texto y empujan a la memoria –obra de Vespa–, la acercan a su protagonista.
Una historia de vida que es más una cartografía de alteraciones, modificaciones, una evolución del arte, el de Melero, y de una sensibilidad y sapiencia que emergen con el determinismo propio de la experiencia de un autodidacta. “Cuando aparecen las biografías son de alguien que no está produciendo nada, generalmente”, comienza diciendo. “Y yo al mismo tiempo estoy muy activo. Este libro ocurre mientras estoy haciendo discos. Saqué uno recientemente (Ultracromático), estoy grabando otro desde enero y a la vez tocando en vivo con bastante frecuencia. El libro ocurrió por un canal donde sentí que tenía que rendirme a que me interesara la pluma de Vespa, digamos, a considerar las otras miradas que habían ocurrido ahí y verlo con otra perspectiva”.
–¿Algo que no hayas contado, quizá? O mejor: que no hayas querido contar.
–Creo que cualquier biografía es incompleta. Le faltan muchas páginas, viste cómo es la memoria...
–Sin embargo, sorprende todo lo que recordás…
–¿Decís? No sé, más o menos, pero gracias. La memoria de corto plazo me cuesta más, remontarme en el tiempo tal vez es más fácil. Pero yo creo que le falta mucho también, falta mucho de lo que la gente cree que sería ocio, que es cuando estoy perdiendo el tiempo a mi modo. Eso no sé si me gustaría que se sepa, porque creo que en la vida de todas las personas es una de las partes más importantes, en términos de tiempo. Mónica, mi esposa, siempre les dice a mis amigos: “No lo molesten si está mirando televisión, porque él está trabajando. Lo que ustedes creen que es trabajar, eso es lo que está haciendo”. Ella me ve cambiando de canal compulsivamente y sabe que en mi cabeza estoy componiendo. De verdad, es una sumisión propia de un fetichista del sonido. Mientras trabajo en la computadora tengo abiertas pestañas con libros. Carca me escribió hoy un mail donda todavía se pregunta cómo puede ser eso. No solo eso, sino que lo hago a la vez que estoy componiendo. Siempre tengo libros en la misma pantalla. Mientras estoy componiendo, armando un sonido, lo dejo que entre en funcionamiento, lo que sea, y empiezo a leer otra cosa. No sé, La emboscadura de [Ernst] Jünger, por ejemplo, o La condición humana de Hannah Arendt. O John Cage: es un personaje que para mí es todavía una influencia.
–La pasaste mal por momentos, relatás que en un Festival de La Falda te arrojaban pis en botellas al grito de “¡Puto! ¡Puto! ¡Puto!”
–Yo no normalizo que eso haya pasado, pero sabía que tenía que pasar. Entonces hacía falta tener táctica y estrategia.
–No sé si tenía que pasar.
–Pero sí. Era inminente, se palpaba en todos lados. Porque lo experimentabas así en la calle también, no me digas.
Habla sobre la muerte del padre, un factor muy presente en el libro, ocurrida a principio de los noventa: “Mi papá murió al poco tiempo que el de Gustavo [Cerati]. Empezamos a grabar Dynamo y ese primer día murió mi papá. Fue muy confuso porque la muerte de mi padre fue repentina. O sea, nos íbamos a ver. Hablamos por teléfono y él eligió que nos viéramos al día siguiente. Punto. Tenía un encuentro, una cita con una dama y por eso me había postergado. Antes de salir, tuvo un ataque al corazón. No me llamó a mí, llamó a mi hermana, y mi hermana llamó al hospital. Llegué a darle un beso, estaba en terapia… Y cuando volví a casa, estaba con Mónica y pensé que tenía que llamar a mi papá porque hacía como dos días que no hablaba con él. Mirá qué deformidad, ¿no? No asumía de dónde venía… Y a la vez me parece una muerte genial. Yo no estaba preparado, claro. Hay una travesía ahí, debido a la medicina, para bien o para mal, tenebrosa, verdaderamente. O sea, no dejar ir a la gente a mí me parece tan horroroso como no permitir el aborto. Es muy poco ético”.
–Decís en el libro: “Como artista, lo único que conozco es la coronación del fracaso transformado en un éxito que, a veces, no tiene que ver con la fama”.
–Mirá qué interesante [risas].
–Sos músico, sos productor.
–Vivo en la música.
–¿Cómo cambiaron los tiempos? ¿Cómo te cambiaron los tiempos?
–Primero cambiaron las tecnologías. Todo se fue transformando y hemos llegado hasta aquí. Lo que fue ese momento, el principio, creo que es similar a hoy. La diferencia es que ya no me suma una decepción. Tal vez tenía otras expectativas formales de las cosas. Mira, me hace pensar en algo que me dijo Diego Tuñón (Babasónicos) hace dos o tres años me dijo, que tal vez el rock ya había cumplido con todas las metas que tenía. Por ejemplo, metas de libertad, de ciertas integraciones que se buscaban por más que tiraran piedras y que eso, evidentemente, iba a ser reemplazado por otro tipo de idea. A mí lo que no me atrae mucho es la proliferación de la idea de estar de acuerdo con el sistema, porque no creo que el sistema sea lo correcto. Creo que es muy difícil romper el mundo en el que estamos; no creo que haya que romperlo, pero tampoco esta aceptación sumisa, donde al final también termina todo en felicidades que son más violentas… O en la completa degradación de la información que se maneja. Creíamos que internet iba a proveer amplitud, poder, que iba a permitir tener un criterio que no imaginabas. Pero que todo sea exactamente imaginado para vos y te veas inmerso en esa experiencia y además estés de acuerdo... eso me parece un poco preocupante. Hay artistas que, para mí, sonoramente no representan esa idea y eso es lo que yo prefiero, esos son los músicos que me atraen. Tal vez no estoy decepcionado, pero imaginaba que el rock tenía un aspecto de cambio en el que nos vimos involucrados todos, un juego donde al final somos un mundo de íconos y luego de autoexplotación. Básicamente, creo que las redes sociales hay un montón de gente que se autoexplota creyendo que es libre. A mí me interesa otra cosa. O el tema de la idolatría, esos falsos dioses que se crean. Ahí ya la situación es distinta, muy poca gente ha manejado bien su propia idolatría en la historia, digamos, de posguerra. Pero lo peor es el momento en que estás harto de vos. A mí no me pasó nunca eso, pero lo he visto. No podés retroceder de ese empuje que al final es como una fuerza, una inercia. En el mundo de los negocios es así. Es netamente comercial, es un producto y ni siquiera estás vos mismo. Esto ha pasado también en otros campos, no es privativo del rock, de la música. pasa en las artes plásticas y todo lo que refiera al arte.
(“Ansiedad y angustia en la interfaz / Demasiado ego para tanta fragilidad” canta en su último disco Ultracromático)
–En esta historia de vida tuya fuiste tu propia génesis.
–Me obligaron [risas]. No, no, no me di cuenta, me fueron llevando. Son cosas que en realidad, creo, no estaban en el olvido, estaban latentes. Ahora me estoy dando cuenta de que hay cosas que no recordé y que después sí. Por ejemplificar, hace unos días, pensando en el libro, pensaba justamente sobre el pasado. Lo que ocurre es que, en general, cuando estoy por dormirme o cosas así, se me aparecen cosas del pasado, a veces cercano, y a veces bastante remoto. A veces con humor y otras veces de forma casi pesadillesca, digamos. Claro, por ahí hay nostalgias que se transforman un poco en el pasado. O por qué no se tomó tal o cual decisión. También aquellas cosas que nos obligaron a hacer cuando éramos niños, o cierto tipo de cosas que uno fue conservando en el inconsciente. Frustraciones de los adultos que se desquitan con los niños, cosas así. Yo siempre supe eso, pero volverlo a ver de adulto fue muy raro, y eso se aparece en sueños. Como también aparecen cosas cariñosas, ¿no? Porque al final, cómo se manejaba el amor en el pasado o cómo se maneja hoy, siempre tiene que ver con un camino de errores. A la vez, yo creo en el amor genuino, lo vivo como si fuese el triunfo de lo particular sobre lo general. Eso sería.
– Y qué difícil...
–Sí, sí, sí. Cuando hablo de lo particular también hablo de los problemas. Poder también amar ciertos aspectos del otro. Para que sea amor real. Y existen muchos niveles: la pareja, lo filial, las amistades. Eso también enriquece mucho, porque es amar la diferencia.
–Una banda que tuviste, Gusano Momificado. Me recordó el nombre de la banda que iba armar en el 86: Lala y los Paracaídas Melancólicos.
–¡Muy bueno eso! Gusano Momificado era un derivado de Pescado Rabioso. ¿Y llegaron a tocar? Te veo tocando en el Parakultural [risas].
–No sé tocar ni el timbre.
–¿Con quién estás hablando? [risas]
–Muy punk todo.
–El punk es cultura. Pat Pietrafesa me influyó [Pietrafesa es música y escritora, bajista y voz de bandas antológicas del punk nacional: Cadáveres de Niños, She Devils y hoy en Kumbia Queers]. La gestión cultural de esa mujer... Ella me llevaba a la biblioteca, me pasaba libros… La nombro mucho en el libro.
–Yo conozco a Crass por ella [Crass fue un colectivo de arte inglés y una banda de punk rock de 1977 que promovió el anarquismo como ideología política, forma de vida y un movimiento de resistencia].
–¡Yo conozco a Crass por ella! Sí, terminé editando a Crass. Me los presentó ella y los saqué por Catálogo Incierto, hicimos veinte casetes de Crass. Lo gestionó ella, me los presentó en el Parakultural, creo que estaba el bajista ahí, no me acuerdo, ella estaba con uno de ellos. La veo muy poco, pero la adoro. Y se fue a vivir a Córdoba, ahora estaba en Los Ángeles, creo, con las Kumbia Queers. Pero la influencia de ella es poco vista... La revista es imperdible, su fanzine Resistencia, una maravilla. Ella y Lingux [Martín Peragallo, cantante de Sentimiento Incontrolable] eran todo para mí. ¡Qué churro que era Lingux, por favor! Era el más sexy de la escena, sí. Cantaba pésimo, pero era genial.
–En el libro nombrás a tanta gente hermosa, a Flavio Casanova...
–Uh, lo adoro. Otro ser hermoso. El amor está... A Palo [Pandolfo] no sé si lo nombro; estuve por producir el primero de Don Cornelio pero lo llamé a Calamaro. Dije “no, esto conmigo no va a funcionar. Andrés, es él, él lo tiene que hacer”. Calamaro era muy cercano a mí en ese momento. Él lo manejó bien, era muy difícil modernizarlos y él hizo lo justo. Creo que me hubiera aburrido con ellos, sentía eso. En la misma época hice Sentimiento Incontrolable. En el libro pinté una era habiendo estado ahí mismo y no narrándola de afuera.
–Pablo Schanton.
–Sí, bueno, él para mí fue un nutriente. Él me hizo leer libros sensacionales. Me imagino, me imagino. Y es más, me cambió ciertos gustos musicales; me hizo escuchar a My Bloody Valentine más que a Love & Rockets, por ejemplo. Aunque me gusta Love & Rockets. Pero me sirvió mucho, aprendí esa idea de que una banda de verdad puede orquestar el ruido y me pareció fascinante. Siempre empieza a haber un correlato entre los sonidos y los libros que puedo estar leyendo.
–Fuiste un gran descubridor: Babasónicos, Juana la loca…
–Los Brujos me gustaban.
–Hoy que tenés esa misma mirada y aún más elaborada, ¿qué ves en la escena?
–La escena… A mí siempre me cuesta saber cuál es, ¿no? Para mí, la escena es por donde uno va, al final. Me parece que hay gente interesante, pero que no hay una escena. Lo cual no me parece mal. Escucho música muy interesante de gente nueva y estoy muy vinculado inclusive desde mi propio entorno; donde grabo, los supuestos técnicos de grabación son en verdad artistas. Son muchísimo más jóvenes que yo y hacen música súper interesante y son desconocidos. Es otro tipo de censura. Son tapados por una sobreinformación de lo mismo. Y por cómo se vive dentro del dispositivo de la pantalla táctil, dentro de las redes. Me cuesta la falta de curiosidad. Para mí, lo que internet trae es poder equivocarte buscando algo nuevo. Al principio era así, pero al mismo tiempo, en esa época, todo el mundo se quejaba de que se pudiera bajar música. Lo cual era maravilloso porque, claro, no era el negocio de alguien todavía. También se decía que los MP3 sonaban mal. ¡Y nadie escucha otra cosa que MP3! Hoy se escucha Spotify y suena horrible, muy mal ritmeado, prefiero Bandcamp. Ahí no está todo lo que hay en Spotify, pero Bandcamp es un lugar donde se puede encontrar música nueva e interesante. Me gusta, porque es como que no pudieran definir género, y ponen “other”, “otro”. Eso me fijo. El género es “otro”. Hay muchos grupos nacionales enigmáticos, muy indefinibles. “Other”.
–Recordarás el boom del “noise”.
–Claro, el rock en sí es ruido. Porque el rock siempre se dedicó a interrumpir el discurso. Eso es lo que está faltando: el ruido que interrumpe un discurso. Y esa era una encarnación del rock. A veces lo hacía siendo sutil y pequeño y a veces siendo grande y monstruoso. Pero era un ruido que alteraba el discurso. Hasta el ambient fue así: interrumpía el discurso de lo vigente. Eso hoy es una cosa ausente. A mí me atrae muy poco aquello que no interrumpe el discurso porque lo que busco, entre otras cosas, es que interrumpan el mío para tener una nueva mirada. Aprecio mucho eso. En Bandcamp hay un artista que es espectacular, tipo grande, se llama The Bug y tiene muchos alter egos. También se llama Kevin Richard Martin. El tipo viene de la época del aislacionismo. Él estaba en el grupo EAR (Experimental Audio Research) y saca un disco cada dos meses. Es una cosa muy particular, alguien que sigue interrumpiendo. Te puedo mencionar otro artista que me parece increíble: Rrose. Un tipo genial con peluca. Y hay otro artista que, quizá no es tan importante, pero me gusta mucho: Milo Korbenski se llama. Hace canciones muy básicas, su último video es descomunal.
–La gente marginal, la que va por los márgenes.
–Mejor marginal que marginado porque el marginado quiso estar y fracasó. Hay un filósofo de principios de siglo pasado, Alfred North Whitehead, que tiene un libro, Aventuras de las ideas, donde ya habla de los procesos fractales de las primeras pequeñas ideas, cómo el núcleo de un gran aparataje no lo nota, pero la idea está, hizo una pulsión en esa membrana, produjo una turbulencia ínfima que va a repercutir... Sería el antecesor de las ideas de Rupert Sheldrake. O sea, está muy cerca de los campos mórficos. Me gusta la filosofía como desacuerdo, sin dar la solución. Los rechazados aunque populares como Byung-Chul Han. O Žižek: la paso muy bien leyéndolo, su película para mí fue muy influyente [The Pervert’s Guide to Ideology”, el documental de 2012].
–En Incierto y sinuoso decís que sos buen anfitrión.
–Cuando hago un show, sí. Por ejemplo, en un show nosotros no vamos con la lista de temas que vayamos a tocar, sino que le pedimos al público para armarla. Y no es que seamos adaptativos, también es que hay que hacer algo con esta gente, algo que les rompa la cabeza. También nosotros observamos al público y ahí decidimos qué se toca. Es una rareza que tal vez no existe demasiado. Si no, los shows al final son gimnásticos, estudiás una rutina y parece una disciplina olímpica. En ese sentido, ahí hay un montón de gente que uno presupone, no la conoce, y también algunos que conocemos. En el caso de una grabación, tiene que ver con que ya conozco a la gente. En ambos casos trato de encontrar una solución que sea más simple que el problema: eso sería también ser un buen anfitrión.
El vínculo con Cerati
Sobre la relación con Gustavo Cerati –no olvidemos que Daniel Melero es el letrista detrás de, quizá, una de las dos o tres mejores canciones de nuestra música argentina, esa oda a la soledad y al amor mejor comprendidos que es “Trátame Suavemente”– hablará largo y tendido. Fueron amigos, compañeros de banda, trabajaron juntos, compusieron, tocaron… y se pelearon. La vida misma. La misma vida que los reencontró tiempo después. Y la misma vida que se le escaparía a Cerati casi inmediatamente. Vuelven a hablarse, entonces y hasta deciden un nuevo trabajo en conjunto.
Escribe: “Dos o tres noches, alrededor de las dos de la madrugada, recibo sus llamados. Yo, que generalmente estoy haciendo música, atiendo de inmediato y Gustavo no lo puede creer. A través del teléfono empezamos a bosquejar la dirección. A diferencia de lo que podía esperar buena parte del público, le sugiero dejar de lado –al menos en una primera etapa– la tecnología y arrancar directamente con guitarras acústicas. Gustavo está de acuerdo.
–No le digamos a nadie, que no haya prensa –le propongo–. Así, si no nos gusta, podemos no editarlo.
–OK –concede–. Hagámoslo en mi estudio.
–No, no –le respondo–. ¡Vení a casa!
Una noche, unas semanas antes de su internación en Caracas, Gustavo viene. Le asombra que tenga el pelo tan largo. Recordamos aventuras, salidas nocturnas y nos empezamos a reír. A verduguear. Ya somos personas muy distintas, pero la amistad está ahí: intacta, entre nosotros. La sensación que nos rodea, por lo pronto, es la necesidad imperiosa de aprovechar las horas. De recuperar el tiempo perdido.
[...]
Grabamos directamente con el micrófono conectado a la computadora. Nimiedades, nada de valor. Pero nos reímos mucho. Gustavo está bastante borracho y, como se va a un recital, le digo que no puede manejar así y lo meto en un taxi. Al otro día me llama por teléfono: ‘¿Dónde había dejado el auto?’
Esa fue la última vez que hablamos.”