Daniel Melero: el tributo que lo emocionó, el recuerdo del disco que hizo con Cerati y la falta de cuestionamientos de la juventud
Acaba de sacar una nueva canción, un adelanto de su próximo álbum de estudio; en diálogo con LA NACION, repasa la escena actual y habla de su método de trabajo; “Jamás trabajé”, sostiene
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Daniel Melero acaba de lanzar un tema oscuro, áspero, distinto a casi todo lo que le conocemos (“La madre de Godzilla”) y ya había editado otro de características similares hace unos meses (“Cine clandestino”). Tiene agendada para marzo la salida del álbum que los contiene (Ultracromático) y, mientras tanto, disfruta de un homenaje especial: un álbum tributo llamado Líneas estratégicas en el que casi medio centenar de bandas mexicanas recrean sus canciones. Viene de celebrar las primeras tres décadas de Colores santos (1992), aquella icónica sociedad con Gustavo Cerati y, por supuesto, nunca deja de producir a otros artistas. Con semejante nivel de actividad, cualquier músico se tomaría -al menos- el verano para descansar. Pero Melero no: él está componiendo y grabando (lo cual, a su juicio, es un solo proceso) otro disco.
“Hicimos dos piezas por ahora”, cuenta y revela la cocina: “Ambos discos, éste que empecé y el que sale en marzo, están casi totalmente compuestos en el estudio. Hace años que vengo con ideas pequeñas al estudio y dejo que se desarrollen acá”.
-¿No te expone mucho componer y grabar en el mismo acto?
-Exactamente. Y a la vez tiene la posibilidad de que también podés ponerle mente a algo que salió espontáneamente en vez de tratar de que salga espontáneo después. Los procesos se han unido todos, sobre todo si querés correr el riesgo de verificar si tuviste inspiración o no ese día. También con ciertos resortes personales. En el álbum colaboran todos los músicos que habitualmente lo hacen conmigo en vivo cuando toco con banda, y también están muy habituados a este proceso en el que por ahí el baterista está tocando cuando ya está todo hecho, o creo temas desde una batería sin saber cómo es la canción, cosa que también ocurrió en Ultracromático. Le planteé a nuestro baterista que viniera e hiciera la batería de un tema que no existía. Es muy interesante la idea de construir algo de nada en el momento, y al mismo tiempo tomarse todo el tiempo necesario para investigarlo desde más lejos.
-“La madre de Godzilla” es una sorpresa para cualquiera que conozca tu obra. ¿Buscabas ese shock?
-De ese tema yo tenía cierta claridad de cómo tenía que ser la voz. Es un tema extraño, ¿no? Por un lado es como un hip hop lento, y tiene esa voz que, aunque tiene muchos efectos, en vivo me sale bastante parecida. Esas búsquedas son deliberadas: después de tantos discos, me atrae mucho ser otro. De todas maneras también tiene un sello que no puedo remitirme a que se parezca a nadie, y eso también en definitiva está siempre conmigo.
-¿Te reconocés el mérito de haber construido un público que siempre está atento a lo que hacés, no importa lo que sea?
-Sí, sobre todo cuando afianzaste una idea de canción en el recuerdo. La fama te ata mucho más que pensar exitosamente. El éxito es algo personal. La fama es algo que te dan y que te quitan. Uno tiene fama al final. Yo le escapo a eso. Y pago los costos de experiencias exitosas, desde el punto de vista de que, sinceramente, yo me siento una víctima de lo que hago. Cuando estoy haciendo música me entrego a lo que siento que la música me pide, no la veo como un rigor de trabajo. Aunque me dedico profundamente, jamás trabajé. Creo que una de las peores cosas que puede suceder cuando estás en un estudio de grabación es estar pensando cuál es el tema de difusión, esas cosas. Yo lo he visto mucho en otros a través de los años y me parece el momento más lamentable que puede tener un artista. No me dediqué a hacer música para esclavizarme en esa idea.
-También hay que decir que atención no necesariamente implica aplauso.
-No, exactamente: es hermoso, te puedo asegurar que es de las experiencias más lindas que me da la vida. Hacer algo que está expuesto para los demás y que genere interés. La verdad, ya no sé cuántos discos habré hecho, y sobre todo cuántos habré producido: cientos. Pero esa cosa de haber creado una buena expectativa que hace que se escuche, es magnífico. Es el mejor regalo que me ha dado la vida, además del amor de quienes me quieren porque me conocen personalmente.
-¿Es casual que estés haciendo música lúgubre en un momento lúgubre de la Argentina y el mundo?
-Pero también donde hay mucha exaltación de felicidad, que yo no la comprendo demasiado. Yo diferencio mucho el arte del entretenimiento, o sea el espectáculo del arte, y el espectáculo parece que tiene que ser alegre. Aquello que no es explícitamente alegre parece que es oscuro. También estoy buscando lugares que se iluminen en mí, en principio. No busco iluminar a los demás aunque a veces tenga ese tipo de consecuencias lo que uno hace. A mí la alegría me parece que es una especie de obligación inoculada un tanto peligrosa hacia la gente muy manipulable. Me parece una especie de psicosis que una persona solo pueda estar exaltada. Hay algo mucho mejor que la supuesta felicidad, que es estar interesado en las cosas. No es algo que me movilice a la hora de componer, la instancia de sentirme feliz haciendo cosas que hagan feliz al otro, no. No me lo planteo. Tampoco creo que tengamos mucha libertad mental ninguno de los que hoy vivimos.
-En Travesti (1994) incluiste “Libertad”, con una letra que parece resignificada en este contexto.
-Yo quiero mucho esa canción, pero también creer que existe la libertad en la desigualdad es una falacia. En desigualdades tan extremas como las que estamos viviendo, la libertad de algunos oprime que otros tengan libertad. Esa estructura no está siendo analizada. Hay mucha gente que tiene la libertad de poder hacer cualquier cosa que se le ocurra porque tiene el dinero para facilitárselo. Y hay otra capa de gente de la que prácticamente no sabemos nada, que son esos grupos de ultra millonarios que gobiernan globalmente al mundo: están en otra capa del poder, casi ni son googleables.
-Cuando mirás tus discos en perspectiva, ¿sentís que están anclados al tiempo en el que salieron?
-Yo siempre he sentido que sí, pero tal vez de una manera muy personal. Lo que ocurre es que para mí todos los sonidos son políticos. Hasta el ruido es político. El de las máquinas, el ritmo de la gente caminando. Entonces creo que inevitablemente eso está dentro de cualquiera que haga música y de cualquier acción social. Por ejemplo, los sonidos de la ciudad de Buenos Aires en estos tiempos son de disociación, de un “sálvese quién pueda”, un ruido de violencia individualista, no organizada. Eso creo que de alguna manera aparece ya casi como ironía en mi caso, cuando aparece en mi música. A mí se me ha dicho mucho que yo hacía música de avanzada, de vanguardia, pero yo siempre he sentido que soy contemporáneo y cuando escucho mis discos para atrás, sí siento que se nota que políticamente pertenecen a su época. Ese anclaje yo lo veo clarísimo, pero no es mi intención hacer algo que registre la época, porque a la vez, más allá de mis intenciones va a suceder.
-Te hicieron un tributo de 45 canciones en México. ¿Qué sentiste cuando te enteraste de que semejante reconocimiento estaba en marcha?
-Siento que es un halago inesperado y muy genuino. No se trata de una premiación organizada por entidades. Que esas canciones hayan llegado allá y hayan sido reinterpretadas. Sinceramente, la primera vez que lo escuché casi lloro de la emoción. Nunca imaginé que iba a ser devuelto de esa forma, con tanto amor. Es algo que todavía me cuesta procesar. Tal vez sea, en términos artísticos, el mayor halago que he recibido. Y de un lugar inesperado y tan diverso, con tanta gente. Mucho más no te podría decir, a ver si me pongo a llorar acá. Pero verdaderamente es algo hermoso. ¡Y qué temas eligieron! Es muy emocional lo que me ocurre, así que públicamente le doy muchísimas gracias. Es el más grande halago que he recibido.
-¿Qué te genera que otros artistas versionen tus canciones?
-A mí me parece una maravilla eso. El hecho de que “Trátame suavemente” sea una canción de Soda Stereo me hizo ver el valor de de cómo una canción es también del intérprete en el momento que la canta. Y se convierte en algo que por un lado te es ajeno y por el otro contiene átomos de algo que fue íntimo. Que alguien haga una canción tuya es hermoso. Sobre todo para alguien como yo que soy medio reclusivo, siempre estoy haciendo música. Y que de repente vuelva a ese eco de aquello que hiciste hacia vos es siempre interesante, más allá de que te guste o no te guste. A mí me importa más que las cosas me interesen a que me gusten. Siempre es una experiencia interesante. Y enriquecedora: muchas veces se te ocurren ideas que en tu canción no estaban y que podés implementar a partir de esa visión. Es una de las cosas más lindas que tiene la música.
-Algo que pasó a partir de los años 10 es una escisión muy marcada entre lo que considerábamos rock y el consumo musical juvenil. ¿Cómo te llevás con esas nuevas formas y esos nuevos géneros?
-Hace un tiempo charlábamos con Diego Tuñón [tecladista de Babasónicos] y él me dijo: “Lo que pasa es que tal vez el rock ya se agotó, todo lo que quería lograr fue logrado”. Y me pareció una idea muy interesante. Yo escucho mucha música actual que no necesariamente tiene que ver con lo que se escucha de manera masiva, pero a mí me parece que hay muchos artistas interesantes que, a priori, por gente que tiene una trayectoria dentro del rock, casi se los desprecia. Y a mí me parece que es no querer interesarse: querer que las cosas te gusten, justamente. A mí Wos me parece un artista que no es del momento solamente, creo que ahí vamos a tener un artista para muchos años. También digamos que en los 70, los 80 y los 90, lo que se escuchaba masivamente -salvo excepciones- era una porquería. La mayor parte de la música era impuesto desde las empresas y era editar réplicas de aquello que había tenido algo especial y que había logrado captar la atención de la gente. Eso se supone que está pasando ahora y que nunca había pasado y es mentira. ¿Que toda la música de los 60 era buena? Es mentira, no se podía escuchar la radio de lo fea que era la música. Eran lugares muy puntuales donde ocurría verdaderamente el arte de la música. Entonces, es fácil mantenerse desinformado y entonces decir que este fenómeno es actual, y entonces no querer ponerse a discriminar qué es lo que te interesa. Y creo que entre la gente grande hay mucha resistencia a eso con la música que los jóvenes escuchan actualmente. Y ojo que hay muchos que son más oscuros que yo, si los analizás. Claro que sí, lo que prevalece es una música diseñada para las masas que no tengan curiosidad, cuando siendo joven es obligatorio que tengas curiosidad, con no solamente aquello que te llega a través de la coerción de las redes sociales. Porque también los teléfonos hoy en día son un arma coercitiva sobre la gente: años atrás, para encontrar algo uno luchaba contra lo que se pasaba en la radio, luego se luchaba contra la televisión. Uno se interesaba en esa búsqueda. Es muy fuerte la coerción de ahora para que vos creas que no existe otra cosa.
-Cuando salió Colores santos, Gustavo Cerati dijo que era una fusión entre lo vanguardista y lo popular, entre el tecno y el rock. ¿Te parece que hay lugar para ese tipo de fusiones entre lo popular y lo vanguardista hoy?
Para empezar, la idea de vanguardia... yo pienso que hay música de retaguardia, más que música de vanguardia, y es la mayoría. Porque creo que las vanguardias hoy se definen en el mercado, en definitiva, y también lo popular se define en cómo funciona el mercado. Mi sueño es que dentro de algunos años -probablemente yo no lo vea- haya una generación que le diga a sus padres: “¿Pero vos te dedicabas a escuchar esta música que tenía un ritmo estable y que luego venía otro tema a la misma velocidad? ¿Nunca se te ocurrió lo interesante que es la renguera del ritmo, la ausencia del ritmo?”. A mí esa juventud me apasionaría. Es una necesidad que los cuestionamientos existan, pero cada vez hay menos. La gente se divide entre “esto me gusta” y “esto no me gusta”, y la sensación que tengo es que lo que gusta, guste para siempre. Ahora: lo que te interesa, que te interese siempre… es distinto. Pasa por otro canal eso. El trap tiene elementos en ciertos artistas en los que podríamos decir que hay un juego sobre los sonidos que a mí me parece más avanzado que la mayoría de la música de rock que todavía se sostiene. Y después vienen las otras cuestiones que tienen que ver con el lanzamiento de tanto producto. Pero sin ninguna duda el trap, en términos de cómo se juzga la música, es más avant garde que el rock and roll.
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