Dos películas rumanas y una certeza: el humor y la inteligencia (incluso cuando es amarga) ayudan a sobrellevar estos extraños tiempos
Al cineasta rumano Radu Jude lo conocí con una película de título, digamos, singular. Sexo desafortunado o porno loco se filmó en Bucarest en plena pandemia y poco después llegó a las pantallas de América latina.
Más allá de lo que promete el título, Sexo desafortunado... es una comedia feroz, hecha por alguien que sin dudas ama el lenguaje de lo audiovisual tanto como cuestiona el mundo que se descalabra y aúlla ahí nomás, frente a su cámara.
La película, cierto, abre con una escena de sexo que si no es explícito lo parece: un matrimonio se graba mientras acomete alguna que otra fantasía sexual, con alguna que otra voz de hijo que se escucha del otro lado de la puerta, mientras ellos intentan seguir en lo suyo con los cuerpos y gestos torpes, no atléticos y vulnerables de cualquier pareja que en cualquier parte del mundo intente hacer lo mismo.
Pero el quid de la película viene después. Por una maniobra desafortunada del marido, el videíto de marras termina colgado en una página de internet, y de allí vuela al celular de algún entrometido, y de allí al de algún padre de la escuela donde la mujer se desempeña como docente... y de allí a todos los celulares de la comunidad escolar, algún que otro niño o adolescente incluido.
Entonces, la trama. Vemos a Emilia, la protagonista –vestida con un sobrio y gastado traje gris, barbijo y ninguna curva voluptuosa a la vista–, deambular por una Bucarest gris y caótica, hablar con sus colegas cercanos, intentar entender qué demonios ocurrió.
"El fin del mundo ya ocurrió, nos dice el director. Lo atravesamos como lo habrán atravesado los confusos aldeanos que veían a su derredor los escombros del Imperio Romano, me digo yo. O los azorados artesanos que asistían, sin saberlo, a los estertores de la Edad Media"
En algún momento deberá confrontar con una suerte de jurado de padres y autoridades escolares, y aquí el humor ácido de Radu Jude encuentra su punto más alto. Porque –todos embarbijados y en espacio abierto– uno a uno los participantes de la reunión acusarán, se escandalizarán, se explayarán en discursos donde la corrección política, de tan correcta, se vuelve moralina indigesta. Y nadie podrá responder las preguntas que, bastante serena, les formula Emilia: si sabían que era una grabación privada, ¿por qué la miraron y, además, compartieron? Si les espanta el porno, ¿por qué fisgonearon? Si consideran, correctamente, que los niños no deben acceder a ciertos materiales, ¿por qué, en tanto padres, no controlan el uso que sus hijos hacen de celulares y redes?
Las preguntas son serias; la puesta de escena, desopilante. El resultado, de esos que te dicen: “hay que seguirlo de cerca a este director”.
Y en eso estoy: se acaba de estrenar la última película de Radu Jude, No esperes demasiado del fin del mundo, y debo decir que no defrauda. Inteligente, capaz de exprimir las posibilidades de la imagen y el sonido de un modo poco frecuente en el cine actual. Y con una mirada que sigue siendo irónica –un humor oscurísimo– aunque en este film se tiña de cierta, leve, no apabullante, amargura.
El fin del mundo ya ocurrió, nos dice el director. Lo atravesamos como lo habrán atravesado los confusos aldeanos que veían a su derredor los escombros del Imperio Romano, me digo yo. O los azorados artesanos que asistían, sin saberlo, a los estertores de la Edad Media.
Algo terminó, y andamos entre cenizas que quizás sean la forma de lo nuevo. O quizás, no. Nadie lo sabe.
Tampoco Ángela, la protagonista del film, que se llama a sí misma una “uberizada” y transita, literalmente de la mañana a la noche, las calles de Bucarest y alrededores. Trabaja para una productora que, como casi todo a su alrededor, sobrevive a los ponchazos. Graba testimonios de personas que sufrieron accidentes laborales, que luego serán seleccionados por una lejana compañía suiza. Hectolitros de café, bebidas energizantes y, cada tanto, un videíto subido a las redes (donde, con el rostro camuflado tras un filtro digital, escupe el odio que todo hater de bien sabe escupir): hete aquí su poco angelical estrategia de supervivencia. ¿Y la mía?, me pregunto. Por lo pronto, ir al cine. Y aferrarme a la inteligencia, incluso amarga, de ciertas miradas.
Más notas de Conversaciones
Más leídas
Un dolor para siempre. El dramático relato del médico que atendió a Senna tras el accidente: lo que vio al llegar al auto
Escándalo. "Es una lacra": Canelo Álvarez casi termina a los golpes, pero no con su rival, sino con una gloria del boxeo
Sucedió a su suegro. El heredero de la familia que rompió una regla de oro empresarial, y es la más rica de EE.UU.
Un dígito. La inflación de abril habría cerrado cerca del 9%, pero advierten sobre los riesgos de posponer los aumentos de tarifas