Con su hermano Andy Muschietti sobresalen con sus producciones, y habla sobre las huelgas que tienen en vilo a la industria
Bárbara Muschietti (51) se conecta al zoom desde su oficina en Los Ángeles. No es fácil ubicarla, mucho menos tener una larga charla con ella. Es productora full time en la meca del cine, codo a codo con su hermano director Andy Muschietti. Desde el batacazo de la película de terror IT, en 2017, que costó unos 30 millones de dólares y recaudó 700, el nombre de la dupla argentina resuena en Hollywood. Hace unos meses estrenaron The Flash, filmada en Londres durante casi un año. Y estaban en Canadá rodando una serie cuando, en mayo último, comenzó el paro de guionistas. Tenían siete capítulos escritos, así que decidieron seguir. Pero el 13 de julio se declaró también la huelga de actores que ha puesto en jaque a la industria. “Entonces tuvimos que cerrar el chiringuito: no podíamos trabajar más”, dice Bárbara, que hoy sí tiene tiempo para conversar.
“Estamos en una etapa muy peculiar, no sucedía una doble huelga desde los años 60. Nosotros estábamos rodando una precuela de IT [Welcome to Derry, de Warner/HBO Max]. Pero en julio tuvimos que poner pausa y desarmar. Es un proceso muy doloroso, sobre todo en este caso, porque gran parte del cast son chicos de 12 y 13 años. Y son situaciones complejas para explicar a los chicos, que en realidad no tienen nada que ver con estos conflictos. Pero son huelgas que pasan porque tienen que pasar: yo las apoyo. El problema es que, de repente, un equipo y actores se quedan sin trabajo, y tenés que tratar de mantener todo lo mejor posible sin saber cuándo podrás volver. Ese es mi trabajo en estos días, seguir remando, pero en dulce de leche.
–¿Cuál es la perspectiva respecto de las huelgas para las próximas semanas?
–No lo sé. Todos los que te den su opinión... son opiniones. Es un momento bisagra en la industria. Los dos gremios se lo están tomando así, por eso no aflojan. Yo los comprendo. Hay muchas cuestiones en discusión, pero la más clara es la falta de transparencia de los streamers [plataformas de streaming]. Eso lleva a que la comunidad artística no tenga ninguna confianza en sus jefes, o en los que están comprando su producto. Es muy complicado.
–¿Para los productores también?
–Sí, pero es un poco distinto. Si vos hacés contenido original como productor para un streamer, lo sabés y decís: como aquí no hay transparencia en lo que es la performance del producto, me tienen que pagar por el producto, más allá de cómo le vaya. Para los actores también es así en el caso del contenido original. El problema es cuando tenés series como Seinfeld o cualquier otra que todo el mundo ve; los actores de esas series reciben pagos residuales que son un chiste. Al no ofrecer información, existe un problema de raíz, insostenible. Entonces el reclamo se mantiene. Y como el 90 por ciento de SAG, que es el gremio de actores, está pluriempleado –no se ganan la vida con actuar: son meseros, coaches o lo que sea– se pueden bancar aunque haya una huelga. Ha habido una subestimación de la situación por parte de los estudios que hace que esto se prolongue. fue un rodaje singular, porque además estábamos en pandemia. Era 70 por ciento en estudio y 25 o 30 en locaciones [escenarios reales]. La serie de IT es lo contrario: 70 en locaciones, de un lugar a otro. Y a mí no me gusta que me lleven, entonces tengo que manejar. Soy controladora y no puedo evitarlo [se ríe].
–En una etapa menos conflictiva, ¿cómo es tu trabajo diario?
–En general, estoy en otra zona horaria, con veinte cosas al mismo tiempo. Cuando dirige Andy, estoy metida hasta la oreja; cuando producimos otros proyectos, varía un poco. Cuando hicimos The Flash, por ejemplo, vivíamos a 10 minutos del estudio, a una hora de Londres. Mi marido decía que estábamos en un programa de protección de testigos; era un barrio muy chico. Cuando tenés semejante proyecto, en ese caso con 138 días de rodaje, la moneda más valiosa que existe son las horas de sueño. Poder dormir un rato más es sagrado. Entonces, si tenés que hacer una hora de ida y otra de vuelta por día para dormir en Londres... era inviable. Yo estoy en el set desde la llamada hasta el cierre, o siempre corriendo entre la oficina y el set, al mismo tiempo que me tengo que ocupar de la zona horaria de Los Ángeles, donde es mi negocio. Tengo un par de personas fantástica que me ayudan mucho aquí, pero en definitiva las decisiones las tenemos que tomar Andy y yo. The Flash fue un rodaje singular, porque además estábamos en pandemia. Era 70 por ciento en estudio y 25 o 30 en locaciones [escenarios reales]. La serie de IT es lo contrario: 70 en locaciones, de un lugar a otro. Y a mí no me gusta que me lleven, entonces tengo que manejar. Soy controladora y no puedo evitarlo [se ríe].
–Ni siquiera para descansar.
–No, lo detesto. Me gusta ir a cada locación manejando yo. Pero también es porque puedo estar haciendo llamadas de trabajo, en privado, en vez de estar en una van de scouting. A veces Andy me acompaña en el auto. Es él quien elige, nosotros le presentamos las locaciones que ya son válidas para la producción. Él después decide en qué colina vamos a morir, básicamente. La cantidad de decisiones es infinita.
"Nadie te quiere decir que sí a una película; tenés que ponerlo en una situación en que no te pueda decir que no"
–Cuando estás de vuelta en Los Ángeles, ¿cómo es la vida social?
–En general, me paso el día hablando por teléfono. Entablando relaciones, fortaleciendo relaciones… Tengo un trabajo que me obliga tanto a hablar por teléfono y a reunirme con gente que la parte social que hago es bastante forzada; me quiero quedar en mi casa y no hablar con nadie. Pero esta ciudad es realmente un molinillo de ideas y de gente. Es lo que tiene de bueno vivir acá. Es muy valioso. Mi oficina está, literalmente, a diez metros de la oficina de James Gunn y Peter Safran, que son los nuevos directores de DC Studios. Hoy me llamó la cabeza del estudio Warner para preguntarme algo de una sala de edición... Es estar, ver, que te vean, ir a comer al restaurante de Warner. O almorzar con la gente de Universal. Con todos los estudios tengo relaciones, porque eso te facilita mucho. De la misma manera que quiero trabajar con un diseñador de producción puntual, que es un amor, porque siempre me va a hacer los mejores decorados y a dejar las locaciones perfectas, los estudios quieren trabajar con directores y productores con quienes ya tienen buena comunicación, que ya los conocen. Porque cada vez que empezás de vuelta, es complicado, como toda relación.
–Y frenar esas maquinarias en funcionamiento no debe ser fácil, hay muchos ejemplos en Hollywood de peleas de ejecutivos, productores, directores...
–Por eso, tenés que tener mucho cuidado de a quién le das un sí. Tenés que saber que, frente a viento y marea, vas a tener que mantener el curso. Mirá esta época: Covid, las dos huelgas… Todo va en contra. Entonces, por lo menos tené socios que sean sólidos. Incluso cuando no hay ningún problema, con un guion perfecto, un gran director, un elenco bien armado, igual todos los días se tuerce algo. Así que lo que uno puede controlar, que es con quien va a trabajar, lo tiene que controlar.
–¿En algún momento lo social sí te resultó seductor? Debe tener su glamour.
–Tiene el mismo glamour de ir a almorzar a La Dorita. Pero al final es un negocio de personas. No tenemos otra cosa, no hay bulones para vender, no tenemos nada físico. Entonces, te vinculás. Pero incluso con las mejores relaciones del mundo, tiene que estar todo a favor. Una película es un puto milagro. Alguien me lo resumió hace poco: “Nadie te quiere decir que sí a una película; tenés que ponerlo en una situación en que no te pueda decir que no”.
–¿Cómo es eso en la práctica?
–Cuando presentás un proyecto, tiene que ser perfecto. Puede quedar en la nada al final del camino, pero el paquete que armás no puede tener ni una burbuja de aire.
–¿Eso incluye cuánto pueden llegar a recaudar?
–No. Yo no sé cómo hacer películas cuya raíz sea ganemos dinero. En realidad, nadie tiene esa fórmula. El que diga que la tiene, está mintiendo. Todo está en constante movimiento. Yo creí que The Flash iba a ser un gran suceso, pero nos pasó de todo. Es una película de la que estamos orgullosos, tanto los estudios como Andy y yo. Pero tuvimos vientos en contra inmanejables. Por otro lado, cuando hicimos la primera IT, nadie imaginó que íbamos a prender fuego la taquilla. Proporcionalmente es lo que acaba de pasarle a Barbie. Viene con una propiedad intelectual muy conocida, pero prendió de una manera que nadie esperaba. Ni el estudio imaginaba una cosa así. Tanto es así que tengo a la vista el famoso tanque de agua de Warner Bros pintado de rosa. El mismo logo de la empresa está en rosado. Porque es increíble lo que pasó. Para mí es una alegría, no sólo porque la película está encabezada por mujeres, con Greta Gerwig como directora y Margot Robbie como productora, sino porque, en un momento en el que la gente no quiere ir al cine, que vuelva con tanta fuerza es fantástico. Y que suceda en Warner. Porque ahora hablás con ejecutivos y tienen aire, pueden respirar. Lo quieras o no, cuando una película no funciona, mucha gente pierde el trabajo. Entonces, cuando pasa algo así, la gente se relaja, puede hablar de ideas, del futuro. Es una alegría en todo sentido.
–¿Cambió mucho la atmósfera por la disminución de gente que va al cine? ¿Es un tema recurrente en el día a día?
–Por supuesto. Está claro: hay una generación que no le interesa el cine, que tiene fascinación por YouTube y por TikTok, que es el medio donde están. Es complicado que esa generación vuelva al cine, yo desesperadamente quiero que suceda. Y que vuelva mucha gente grande que después de la pandemia no volvió.
–Vos trabajás en dos géneros muy atractivos para los jóvenes, como el terror y los superhéroes. ¿Pensás que debe haber una renovación desde las producciones para volver a seducir?
–Siempre es buena la renovación. La gente quiere ver cosas frescas, que lo sorprendan. Pero es más que eso. Creo que después de la pandemia la gente está enojada. Trasciende a la Argentina, a los Estados Unidos… Es una sensación mundial, me parece: “mis chicos están dos años atrasados en el colegio, me fumé todos mis ahorros, estuve dos años sin trabajo...”. Creo que va a tardar en que la gente pueda disfrutar como antes de experiencias colectivas que tan bien nos hacen. Va a suceder, porque así es la humanidad: hacemos amigos desde el colegio, es la manera de ser felices, de pertenecer. La experiencia del cine es algo de eso. Pero creo que el enojo y el miedo son un problema que se repite. Son olas por las que pasa la humanidad. Hoy la gente se empieza a acercar a los extremos, que son terribles.
Bárbara nació en Olivos, vivió su primera infancia en Vicente López y, a sus 8 años, la familia se mudó a Acassuso. Tenía 18 cuando se instaló por primera vez en Los Ángeles. Viajó por un intercambio y se quedó a estudiar Ciencias de la Comunicación con orientación en cine, en la UCLA. En paralelo, su hermano, dos años menor que ella, comenzaba su carrera en la Universidad del Cine (FUC). “Venimos de una familia muy cinéfila. Nuestros viejos aman el cine. Nos pasábamos vacaciones enteras yendo al cine, en la costa, en Buenos Aires. Mamá nos dejaba en la sala, veíamos dos películas y nos venía a buscar. Teníamos 7, 8 años. Otra época, claro. Íbamos al Cine York, al Astro, a todos los del barrio. Y cuando teníamos 12 o 13 años, ya íbamos solos, todo el tiempo. Yo estaba fascinada con Scorsese, Spielberg, Oliver Stone, Alan Parker [N. de la R: ella trabajó de asistente en Evita (1996) y más tarde, en La vida de David Gale (2003)], David Lynch… Andy pensaba que iba a hacer maquillaje de efectos especiales, hasta que empezó a entender cómo se hace el cine. Ahí decidió: tenía que ser director. Yo me di cuenta de que tenía que ser productora ya en la universidad en Los Ángeles.
–¿Por qué tenías que ser productora?
–Primero, por mi tremendo amor al cine. Pero sobre todo porque tengo una personalidad de armar cosa. Donde no hay nada, armo algo. Y de eso se trata producir. Muchas veces sos la primera persona que decide: vamos a llamar a este escritor, agarrar esta raíz de historia, estos actores, estos músicos. Vas poniendo bloques juntos y te quedás hasta el final. A veces sale bien y otra no. Pero bueno, la cuestión es armar.
–¿Cuándo decidieron con tu hermano asociarse?
–El plan fue siempre estar juntos. Cuando finalmente decidimos que era el momento, yo estaba en Londres trabajando y Andy en Buenos Aires. Era fines de 2000. Me fui para allá a empezar algo, llegué con mi container después de 10 años de vivir afuera, con la idea de quedarme y abrir una productora. Pero empecé a tener entrevistas y la gente estaba con los ojos vidriosos, ni me podían prestar atención porque el momento era tétrico; ya sabemos lo que pasó con la economía y la industria. En marzo de 2001 le ofrecieron a Andy un trabajo para dirigir comerciales en España –ya había empezado en Buenos Aires– y me dijo: “vamos, porque acá está difícil”. Nos fuimos y empecé a trabajar para la productora que lo había contratado, me dediqué a producir internacional mientras él dirigía para el mercado español. Después de un año y medio, abrimos nuestra propia productora, de publicidad, aunque siempre con la meta de hacer cine. Para nosotros era imposible no pensar en eso.
–¿Qué aprendieron de esa etapa en publicidad?
–Siempre tuvimos cercanía con el mundo de los comerciales porque mi papá [Miguel Muschietti] era director de agencia de publicidad de toda la vida, pero yo no sabía cómo funcionaba. En España rápidamente empecé a entender. La publicidad fue una escuela fantástica, porque te permite a pequeña escala jugar con juguetes grandes. Para hacer un largometraje, a un productor le dicen: “andá a armar una compañía, hacé el producto y desarmá la compañía”. Es un proceso de 2 o 3 años. Para una publicidad, hacés lo mismo en un mes y medio. Es una práctica intensa, con un producto mucho más fácil de manejar, básicamente porque no hay un box office que te marque nada. Fue maravilloso para los dos. Cuando nos tocó hacer nuestra primera película, Andy ya tenía 600 días de rodaje. Los directores nóveles no tienen esa ventaja. Él ya estaba muy ducho en lo que era ser el director de un set con equipos grandes, con mucha gente preguntándote qué hacer, todo el tiempo, en los próximos 43 días.
Esa primera película fue Mamá (2013), un thriller sobrenatural que vio la luz de manera atípica: instalados en Barcelona, los hermanos decidieron filmar un cortometraje con ese mismo título, en 2008; lo presentaron en festivales, ganaron premios y sorprendieron con el material a Guillermo del Toro, quien decidió producir el largo. “Rodamos el corto porque la publicidad que hacíamos era todo comedia. Habíamos escrito un guion de terror, pero no teníamos manera de mostrar la capacidad de Andy para construir un susto. Entonces, nos prestaron una locación, mi papá y mi mamá hicieron el catering, nuestro equipo de publicidad nos apoyó mucho, y Kodak y Fuji nos prestaron latas de película”.
–¿Cómo fue que los ayudaron tus padres?
–En 2005 ellos habían decidido que querían estar cerca de “sus chicos”, mi papá se jubiló y se mudaron a España. Ahí vivieron 17 años, hasta que, en septiembre de 2022, los trajimos a Los Ángeles. Ahora viven acá, no se despegan ni a sol ni a sombra. Es importante tener a tu familia cerca en estos trabajos que son tan intensos que a veces duelen.
–Decías que tu marido te acompañó los once meses que estuvieron en Londres.
–Él es escritor [Arthur Phillips, novelista] y durante el Covid trabajaba en una serie. Pero el Writers’ room era por zoom. Él vivía en Nueva York en esa época, porque su hijo menor estaba en la secundaria. Entonces, iba y venía entre Inglaterra y Estados Unidos cada dos semanas, y se quedaba dos semanas en cada lugar… Encima era un show que se rodaba en Tokio, había otros escritores en Los Ángeles, y él hacía sus horas de 10 de la noche a 3 de la mañana, un chino. Así que tengo mucha fortuna, porque pudo acompañarme. [Con Arthur ahora tienen un hijo, de 5 meses]
– Después de tantos años por el mundo, ¿cómo es tu vínculo con la Argentina?
–Yo soy argentina, mi hermano también. Nuestros amigos de la vida están allá. Seguimos en un grupo de WhatsApp con mis amigos, me encanta verlos cuando voy. Y tenemos familia ahí, mi tía, mi abuela, que cumplió 95 años esta semana. Además, estoy con un proyecto que se rodaría allá, con un director argentino; estamos ambos involucrados. Amo el cine argentino, soy consumidora. Hay películas excelentes que la gente ve muy poco. Hace poco vi Blondie, una joyita y con historias nuestras. O Finde, también muy argentina. Es lo de siempre: nos cuesta estar orgullosos de los nuestro. Meterme un poco más es una materia pendiente. Es hablar tu lenguaje, sobre todo el humor, que es lo que tanto extrañamos.
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