Marguerite Duras. “Mi infancia está presente en todos mis libros y en todas mis películas”.
Las críticas, ensayos y conversaciones que la escritora, guionista y cineasta publicó en la revista francesa Cahiers du cinéma están reunidas en un volumen: “Los ojos verdes”
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¿Duras? No me gusta todo de Duras; pero India Song, Son nom de Venise dans Calcutta désert, Le Camion y ahora Aurélia Steiner sí que están entre las cosas más importantes que se han hecho en toda la historia del cine”, sentencia Marguerite Duras sobre sus propias obras en Los ojos verdes (Ediciones UDP), libro que recopila la totalidad de los textos de la escritora, guionista y realizadora publicados en el número de junio de 1980 de Cahiers du cinema. Este volumen respeta la compaginación que había deseado la autora. Críticas, ensayos, entrevistas y conversaciones que publicó allí. Para Duras, las páginas en la mítica revista era una especie de carta en blanco, donde liberaba sus pensamientos referidos al cine, el arte, la política y por, sobre todo, a sus pasiones y obsesiones.
“Me gusta que la gente de Cahiers du cinéma me conceda libertad para hablar de lo que yo quiero”, escribe la mujer que nació en la colonia francesa de Indochina, el 4 de abril de 1914, en la actual ciudad de Ho Chi Minh, Vietnam. Sus padres, ambos franceses y profesores, fueron designados a la antigua colonia. A los 18 años, ella dejó el país asiático para estudiar derecho, matemáticas y ciencias políticas en Francia, donde se convirtió, tiempo después, en una de las máximas escritoras, reconocida por su estilo experimental y su enfoque revolucionario en abordar temas como el amor –reivindicó el derecho al goce, al orgasmo femenino– y la soledad. Pero lo suyo no solo era literatura, escribió 56 libros, 12 guiones cinematográficos, 19 películas y varios trabajos televisivos.
El Centro Pompidou de París dedicó una muestra a la Duras cineasta cuya obra, según la presentación, reinventó la relación entre relato, imagen, sonido y espectador. “La inventiva, la belleza y la fuerza, el estilo radicalmente innovador de los textos de Duras fueron inmediatamente reconocidas. Sus películas, en cambio, han sido subestimadas durante mucho tiempo –señala el texto que acompañó la exhibición–. La escritora produjo, sin embargo, una extensa obra como cineasta, rodando entre 1966 y 1984 diecinueve películas que «empiezan el cine desde cero» para experimentar con otras opciones. «Él/Ella habría… »: el condicional, que abre su escritura hacia lo imaginario, la búsqueda y la duda, también es uno de los fundamentos de su cine”.
En los escritos que componen Los ojos verdes, Marguerite Duras expone sus tópicos recurrentes, atravesados por el cine y la literatura, como una invitación a descubrir sus idas y vueltas, divagaciones, afirmaciones, su exploración creativa y su oficio de escribir. “Con el cine la palabra se alza hasta su silencio original. Una vez que la palabra es destruida por el cine, ya no vuelve a ningún sitio, a ningún relato. Y en un cineasta, es el propio pliegue de su destrucción lo que se convertirá en un logro para la creación. En esta derrota de lo escrito, para mí, se edifica el cine. En esta masacre es donde reside su atractivo esencial y determinante. Porque esta masacre es precisamente el punto que te lleva al lugar exacto de cualquier lectura”.
Compleja, diversa la gran autora de El amante [Premio Gouncourt, 1984] a través de sus reseñas, reflexiones, comentarios y entrevistas, abre las puertas al detrás de escena de sus propias creaciones, como las referencias que hace a la Segunda Guerra Mundial en varios pasajes y que tanto tiene que ver con esa mirada plasmada en Hiroshima, mon amour (1959), película dirigida por Alain Resnais con guion de Duras. “Me acuerdo del 6 de agosto de 1945. Estábamos mi marido y yo en una Casa de Deportados cerca del lago de Annecy. Leí el titular del periódico acerca de la bomba de Hiroshima. Salí precipitadamente de la pensión y me pegué a la pared frente a la carretera, como desmayada de pie. Poco a poco, la razón fue volviendo, reconocí la vida, la carretera. Igual que, ese mismo año, durante el descubrimiento de los osarios alemanes de los campos de concentración. Me plantaba en las estaciones y delante de las entradas de los hoteles con las fotos de mi marido y de mis amigos y aguardaba sin esperanza alguna, en un estado parecido al de Annecy, el retorno de los supervivientes. No lloraba; en apariencia, estaba como siempre, salvo que ya no podía hablar en absoluto. Son recuerdos muy precisos, muy claros, me había convertido claramente en otra persona. Luego, y ahí quiero llegar, luego, en mi vida, nunca escribí sobre la guerra, acerca de aquellos instantes; y tampoco nunca, salvo algunas páginas, me ocupé de los campos de concentración. Y si no me hubieran encargado de Hiroshima, no habría escrito tampoco nada de este tema. Cuando lo hice, ¿sabe?, puse frente a la cifra enorme de los muertos de Hiroshima la historia de la muerte de un único amor inventado por mí”.
Reconocida por títulos como Un dique contra el Pacífico (1950), El amante (1984), El dolor (1985), El amante de la China del norte (1991) —una versión ampliada de El amante y Escribir (1993), la autora devela en Los ojos verdes su pasión por Jean-Luc Godard al afirmar: “Es uno de los más grandes. El mejor catalizador del cine mundial”.
Justamente es del director francés del que cuenta una curiosa anécdota: “El año pasado, Godard me pidió que rodara una corta secuencia de la película que estaba haciendo en aquella época y que tenía por título: Sauve qui peut (la vie). No quise rodar, sino solo tener una charla con él. Entonces me rogó que fuera a verle. Esto fue en octubre del 79, en Lausana. Fui, y me dijo que todo estaba previsto, la hora y los lugares de la charla. Me llevó a un colegio. Era el momento del recreo, o de la vuelta a clase, ya no me acuerdo. Estábamos debajo de una escalera de madera por la cual subían los alumnos. Así pues, charlamos. No entendía nada de lo que me decía, ni él de lo que hablaba yo, y no solo debido al ruido infernal del colegio. Pero daba igual, resultó ser una charla. Al final, se echó a reír y me dijo: «Mira que hacerte venir desde París para hablar en este sitio»”.
Chaplin, Bresson, Tati, Renoir, Cocteau, Bergman son otros de los cineastas a los que Duras hace mención. Del director sueco aclara: “Me doy cuenta de que nunca me gustó, aun cuando creía que me gustaba. Persona y El silencio suenan a hueco. En el colegio, los maestros decían: «Bien escrito pero...». Es la imagen del gran cineasta destinado a los americanos y a una parte de los espectadores franceses que aspira a una actitud cultural respecto al cine y que pretende hacer creer que le gusta el cine como le gustan la literatura, las «cosas bonitas», las obras de arte”.
En diciembre de 1980, Duras mantuvo un encuentro con el también cineasta y escritor Elia Kazan, en el Hotel Crillon, de Paris. La excusa: “Quiero distribuir Wanda, la película de Barbara Loden”, le comentó. Aquel diálogo, incluido en Los ojos verdes muestra la espontaneidad, la sinceridad y también el dolor que Marguerite sintió a lo largo de su vida.
“–Sigamos hablando de la infancia [interrumpe Duras]. Tuvimos una doble suerte, la pobreza y la lejanía del lugar en el que luego hemos acabado viviendo (...). Usted pudo volver a Turquía. Yo, en cambio, me encontré con una guerra, me casé, tuve un hijo, nunca pude volver a mi país natal, y jamás volveré. Estoy separada por completo de mi infancia. Y en todos mis libros se halla presente, así como en todas mis películas. Creo que la gente que está con nosotros, esos amigos, los que nacieron en Francia, en países accesibles, no pueden comprender esta situación, de carecer de país natal. No me siento francesa. ¿Es usted americano?
–No me siento griego, no me siento americano. Ahora me siento de todas partes, ciudadano del mundo”.
Desde su muerte, el 3 de marzo de 1996, los escritos ya publicados, los inéditos, mantienen un interés intacto por las palabras y la forma de ver el mundo de Marguerite Duras. “Tengo amigos íntimos que no van a ver mi cine, van a ver el cine de los otros. Leen todos mis libros pero no van a ver todas mis películas. Las razones que yo tengo para hacer cine ellos no las comprenden. Dicen que no valen la pena.”
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