Objetos escultóricos, piezas únicas que rescatan la técnica ancestral del vidrio soplado
La artista Ana Manghi pide que “no le digan floreros” a las obras cuya belleza se encuentra en las imperfecciones, contorsiones e irregularidades
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De la paleta de materiales disponible, amplia y diversa, la artista Ana Manghi eligió el vidrio para darle forma a piezas cuya belleza, dice, se encuentra en las imperfecciones, las contorsiones y las irregularidades. Estos volúmenes protuberantes son su ficha de presentación, un manifiesto que tiene una sola condición: “Que no les digan floreros, por favor”, advierte.
Lo cierto es que estos objetos escultóricos realizados con la técnica ancestral del vidrio soplado imponen su presencia en cualquier espacio. Por estos días participan en la exposición Casa FOA, en el ex Edificio del Plata, en tres espacios distintos donde se destacan por sus torsiones y abolladuras. Es difícil resistir a la tentación de ubicar varas florales, hojas o ramas en estos contenedores transparentes –también realiza versiones en negro– que alteran la percepción de la luz y deforman la imagen que hay detrás.
“Se anula esa lupa de distorsión tan interesante si se llena de verde, atenta contra lo que quiero lograr”, explica Manghi, egresada de la Escuela de Bellas Artes de Quilmes, de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y de la Escuela Superior de Artes Ernesto de la Cárcova.
“Cuanto más atrofiado, deforme y revirada sea la morfología más me convoca”, dispara la profesora superior en Artes (pintura y escultura) que nunca ejerció la docencia. En cambio, se dedicó a la investigación serial del vidrio y sus mutaciones. La artista que en su casa– showroom acopia piezas y mapea los talleres donde los especialistas pulen, cortan, granean, fraguan y graban el vidrio. Al rescate de un oficio artesanal, establece conexiones con los expertos que soplan el vidrio, estresan el material y lo someten a límites impensados en el momento en el que el líquido entra en contacto con el polvo. “Ojo, muchas veces sale mal. Pero de esos errores suelen nacer criaturas preciosas, con abolladuras que vibran e interpelan –asegura–. Son únicas e irrepetibles, por eso llevan mi firma”.
La historia de su nombre grabado en los objetos tiene un artífice: Francis Mallmann. El icónico chef argentino reconocido por su cocina a fuegos abiertos es uno de sus clientes más asiduos. Compró varias piezas que distribuyó en sus restaurantes y suele usarlas para ambientar eventos privados o cenas diplomáticas. “Me dijo que, como toda obra de arte, debía contar con mi firma, un gran consejo. Es muy capo”, reconoce Ana, mientras despeja la mesa del comedor donde tres piezas gigantes ocupan todo el espacio. Las más voluminosas miden 55 centímetros de alto y hasta 50 de ancho, y pesan entre 7 y 8 kilos.
“Soy distinta, siempre lo fui. Me gusta todo lo que no sea convencional, en todas las áreas, desde lo que me pongo hasta lo que leo, escucho o los lugares que elijo. A veces está bueno. Otras, en cambio, trae algunos problemas”. Desde chica “fue clarísimo que perfilaba para ser artista, estaba por fuera de la media, nunca sentí que pertenecía del todo a los distintos espacios por la forma de encarar las cosas”, recuerda. La niña que ganaba todo concurso de manchas y ayudaba a las maestras de la escuela a armar los decorados para los actos es hija de un arquitecto y una docente de Física y Química. “Me pusieron muchas fichas, recibí todo tipo de estímulos”, dice.
En la frontera entre Villa Crespo y Palermo, la casa que habita junto a su pareja y algunos gatos tiene una impronta especial: fue la última casa del arquitecto Horacio “Bucho” Baliero, reconocido docente y profesional que marcó el espíritu vanguardista arquitectónico de la época de los 50. “Es un compromiso y un desafío mantenerla”, asegura, aunque la disciplina le es afín por el juego de los volúmenes que Manghi (@anamanghi) transforma en una actividad lúdica. Por las formas geométricas de estas burbujas irregulares que por estos días se destacan en tres espacios de Casa FOA: Biofílico, de la arquitecta Ana María Luján Rodríguez, donde el contraste de llenos y vacíos del living permite que se luzcan. En el Studio proyectado para el diseñador Fabián Zitta por Pia Magri y Mariano Cánova, donde la mesa de trabajo cuenta con piezas de vidrio a gran escala. También en el baño y dormitorio del estudio Feller Herc Arquitectas.
“Las piezas negras mate son otro ejemplo de las pruebas y errores, porque todo lo nuevo es consecuencia de un desafío o de algo que no salió bien”, pondera la artista independiente y autogestiva que, en paralelo a la producción, organiza encuentros privados entre amantes del arte. “Son reuniones para compartir un cocktail, charlar entre gente con los mismos intereses, rodearse y apreciar obras de arte. Pura sinergia”, reflexiona. En estas reuniones ratifica que sus objetos son atemporales, glamorosos y personales. “El vidrio está relacionado con un objeto suntuoso, con el lujo, lo frágil y el toque diferencial que aporta”, apunta. Y se detiene en el concepto de utilidad, o la falta de ella. “Es encantador que no sirva para nada, tiene ese encanto. Se trata de alimento para el espíritu. Ninguno de los clientes necesita lo que viene a buscar. No es un artículo de primera necesidad, pero para muchos sí. Es pura energía”, concluye.
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