Arte brasileño en la Argentina
Con los auspicios de la embajada de Brasil y del Centro de Estudios Brasileiros, una muestra de arteBA ilustra acerca de qué obras y qué artistas del vecino país atesoran las principales colecciones argentinas
Si bien la mutua admiración cultural entre la Argentina y Brasil tiene una larga historia, la profundización del intercambio en el campo de las artes visuales es un hecho relativamente reciente. Por eso la muestra "Arte brasileño en las colecciones argentinas", que se exhibe en ArteBA con el auspicio de la embajada de Brasil y del Centro de Estudios Brasileiros, es una excelente oportunidad para continuar extendiendo lazos.
La muestra presenta un recorte de la producción más actual del arte brasileño; de ninguna manera es una panorámica o un mapa que resuma la producción contemporánea. Al seleccionar obras que pertenecen a colecciones argentinas, las curadoras (Karina Granieri, Cecilia Rabossi y Magdalena Jitrik) han puesto el eje de la exposición sobre "la forma de coleccionar": es decir, les interesó mostrar qué obras y qué artistas de Brasil se encuentran en estas colecciones locales; una forma de comprender qué arte brasileño se atesora en la Argentina.
Entre los aportes a la muestra -todos valiosos- se destacan dos: el del artista León Ferrari y el de Marion y Jorge Helft. León Ferrari vivió varios años en Brasil y la exquisita obra realizada allí en los 70 (que se pudo ver el año pasado en el Mamba) es fiel testimonio del impacto que tuvo para su producción la estadía paulista. Ferrari tiene un íntimo y profundo conocimiento del arte brasileño contemporáneo, lo que es visible en la personal selección de las obras que prestó para esta exposición y también en la importante cantidad de trabajos brasileños que posee: más de la mitad del material en exhibición le pertenece.
Las obras de los artistas brasileños de mayor significación en el panorama del arte contemporáneo internacional que se exhiben en esta muestra provienen, en su mayoría, de la colección de Marion y Jorge Helft. A su colección pertenecen una de las obras de Cildo Meireles, la de Tunga, las de Waltercio Caldas, una de las de Edgard de Souza y las de Jac Leirner.
Ausencias
Por su parte, el tercer gran coleccionista presente, el Centro de Estudios Brasileiros, facilitó lo más nuevo de su colección: casi toda es obra de fines de los 90. Llama sin embargo la atención que tres de los artistas más significativos entre los expuestos en la muy cuidada galería del Centro no estén representados en la muestra: Arnaldo Antunes (de quien en 2002 se vieron unas espléndidas caligrafías), Tomie Ohtake (que el año pasado mostró allí grabados relacionados con textos del poeta Haroldo de Campos) y Helio Oiticica (de quien se exhibieron hace unos años sus primeras obras abstractas).
En los años 20, cuando en San Pablo surgía el Modernismo y en Buenos Aires aparecía el grupo Martín Fierro, los contactos entre ambas capitales culturales de América del Sur fueron marginales y estuvieron casi limitados al campo literario, a pesar de que un espíritu similar animaba a los dos movimientos vanguardistas. Ni Tarsila de Amaral ni Anita Malfatti, ejes centrales de la pintura brasileña, conocieron la obra que por esos años estaban produciendo Xul Solar, Emilio Pettoruti o Norah Borges (ni tampoco éstos conocieron la de las brasileñas). Las relaciones artísticas de estas ciudades latinoamericanas se establecían con París y, después de la Segunda Guerra Mundial, con Nueva York.
La falta de comunicación eficiente iba a perdurar aún unas décadas. Cuando en los 50, los artistas brasileños se presentaron ante el mundo con una singular producción de arte abstracto que reunía diversas modalidades bajo el título de Concretismo, desconocían que ya hacía una década que en Buenos Aires había surgido un movimiento con el cual tenían, sin saberlo, muchas afinidades, y que no casualmente también había adoptado el título de Arte Concreto. La renovación estética que la obra de Carmelo Arden Quin, Enio Iommi, Tomás Maldonado, Alfredo Hlito y Gyula Kosice, había producido desde el Río de la Plata iba a tener consecuencias más allá de las fronteras, como lo demuestra el giro que experimentó la obra que realizó Lucio Fontana después de conocer la de los concretos argentinos. Pero en Brasil el movimiento porteño pasó inadvertido y aún es poco conocido. Es una pena que en Brasil no se haya exhibido la muestra Arte Abstracto Argentino, que el año pasado Proa presentó en Buenos Aires y Bérgamo.
En 1957, en el Museo Nacional de Bellas Artes se presenta un panorama del nuevo arte brasileño en el que se ven trabajos de Helio Oiticica, quien llegaría a ser la figura más significativa de la vanguardia brasileña. La obra de este artista no volvería a Buenos Aires hasta los 90, cuando en la galería del Centro de Estudios Brasileños se presentaron sus metaesquemas, obra realizada precisamente en los 50 e inspirada en la pureza formal del suprematismo de Piet Mondrian. Poco después, Oiticica abandonó este tipo de obra y hasta su muerte, en 1980, realizó obra conceptual y efímera, happenings, films, instalaciones: casi nada de esto se vio aún en Buenos Aires.
Intercambio
Desde los 60, y más en el campo de la música, la literatura, la arquitectura y el cine que en el de las artes visuales, Brasil y la Argentina comienzan a conocerse mejor y el intercambio se torna más fluido. Pero a pesar de que Lygia Clark, el otro gran ícono del arte contemporáneo brasileño, gana en 1962 el Premio Internacional Di Tella no se realiza nunca una individual de su obra en Buenos Aires, sino que sólo se la presenta en una colectiva de pintura brasileña contemporánea en 1966 en el Museo de Arte Moderno.
Desde que Lygia Clark, en París, y Helio Oiticica, en Nueva York, se relacionan con los movimientos más vanguardistas del arte contemporáneo, los artistas brasileños tienden un firme puente con las tendencias que van ocupando el centro de la escena artística internacional, de manera similar a lo que sucedió con los artistas argentinos que fueron promovidos por el Instituto Di Tella. Pero mientras que en Buenos Aires dictaduras y deserciones oficiales de todo tipo dejan a los artistas abandonados a su suerte, en Brasil, el Estado, los coleccionistas, las empresas y una amplia trama de instituciones redoblan su apoyo al arte. Esta política comienza a rendir sus frutos en los 80, cuando los principales artistas brasileños ya aparecen insertados en el circuito internacional del arte.
Fue durante los últimos quince años cuando se profundizó en la Argentina el conocimiento del arte contemporáneo de Brasil. Varias muestras importantes presentaron recortes significativos de la producción más actual, entre el que debe destacarse el que se vio en el Mamba (en el marco de la megaexposición que celebró los cinco siglos del descubrimiento del Brasil). Incluso se incrementó la presencia de obras brasileñas en el marco de muestras latinoamericanas más generales: buena parte de Geo-Metrías (presentación del núcleo abstracto de la colección Cisneros en el Malba) estaba constituida por obras de las últimas décadas.
La presencia de arte argentino contemporáneo en Brasil es mucho menor, más individual y dispersa. Y lo que se conoce suele circunscribirse a otros períodos, más clásicos, como la importante muestra que se vio el año pasado en la Pinacoteca de San Pablo sobre el Novecento Sudamericano, cuyo capítulo argentino contaba con obra de Berni, Forner y Pettoruti, producida entre los 20 y los 30.
A pesar de que a ambos lados de la frontera todavía faltan concretarse esas grandes muestras de conjunto, rigurosas y amplias, que permitan a cada uno de los países conocer la producción contemporánea de su vecino, el acercamiento iniciado hace ya más de diez años rinde sus frutos. Al menos del lado argentino. Hoy, en Buenos Aires, el arte brasileño ya no es un extraño.