Calificada mirada de poeta
Wallace Stevens tuvo su mirlo, con sus trece maneras de mirarlo. También tuvo el suyo Umberto Saba, en un poema breve, conmovido y autobiográfico. El mirlo de Gianni Siccardi (tributario sin duda del de Stevens) es un bello libro que condensa en su recorrido una poesía de observación y encantamiento. En cada aspecto, cada avatar, cada detalle de la vida del mirlo en que Siccardi repara, se anuncia algo que es más y menos que la suma de las partes de esa existencia frágil. Siccardi hace del mirlo el objeto de sus versos, pero el desenvolvimiento del pájaro en el mundo afecta al propio poeta. Así, éste se vuelve, no menos que el mirlo, objeto (y sujeto) de revelación.
En el primer poema del libro, "Descubrir un mirlo", allí donde las referencias se inscriben apenas en una casa junto a un río "que no vuelve", de pronto la presencia se hace real: "y en la calma hechizada/ donde el pensamiento/ cierra su celda/ mirar la carpa del cielo/ y descubrir un mirlo"; vale decir, la aparición es, desde el momento en que el poeta señala el punto donde ésta ha tenido lugar. De la contemplación a la revelación, del encantamiento al canto.
El bosque y el cielo, el sueño y el vuelo, y por supuesto, el canto son algunos de los tópicos que aborda. Con un mecanismo de exploración extrema, bajo el cual nada escapa al poder de su curiosidad, Siccardi pone a prueba el lenguaje de la poesía, deja intervenir otros modos del discurso. Hay poemas, algunos de no más de tres versos, cada uno de los cuales funciona casi como una proposición lógica, pero, allí donde la cadena daría lugar al silogismo, Siccardi propone la resolución epifánica. El poeta desafía el rigor de la ciencia. En un poema señala que "El ornitólogo sabe/ el mirlo canta", a lo que podría agregarse: el ornitólogo sabe, el poeta acierta. No se trata de impugnar la competencia del especialista, sino de otorgar a la poesía la soberanía del nombrar, de reconocer en el poeta a un observador calificado. Es poco probable que en un manual sobre aves se encuentre una definición como la siguiente: "El mirlo canta/ para saber quién canta", pero una vez leída, ¿qué duda cabe de que esto es así? Por otra parte, parece ser también una definición sobre el trabajo del poeta, como el verso que dice: "El mirlo nunca ha podido/ presentar pruebas de su canto".
Si en algún momento el libro adquiere un tono acaso sentencioso, se debe a la reiteración de un recurso: la utilización de pares de versos en que el primero afirma algo que el segundo, invertido, contradice o completa ( por ejemplo, "El mirlo juzga al cielo/ El cielo no juzga al mirlo" o "Hay un cielo para cada mirlo/ Hay un mirlo para cada cielo"). La repetición, en este caso, vuelve el artificio previsible, ineficaz. Esto, sin embargo, no resiente en modo alguno la gracia, la agudeza en el mirar, la precisión verbal de un libro que debe ser considerado como el testamento de su autor.
Gianni Siccardi nació en Banfield en 1933 y falleció en la ciudad de Buenos Aires en noviembre de 2002. Perteneciente a la llamada Generación del 60, Siccardi publicó, entre otros libros, Conversaciones (1962), Travesía (1967), Ella (1989); poemas suyos integran varias antologías de poesía argentina y latinoamericana. Tradujo a Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, Cesare Pavese, Petrarca, Catulo y Robert Desnos. Fue cantante de ópera y dictó clases de técnica vocal, actividad que desarrolló hasta poco antes de su fallecimiento.
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