Dichas y desdichas de una argentina en la Expo 2000
Entre los espléndidos pabellones de Hannover, levantados por países como España, Suiza y Brasil, el de la Argentina revela la escasa importancia que se le da a la cultura nacional, según la autora de La imaginación técnica
Invitada por el pabellón de España, llegué a la Expo 2000 de Hannover que, después de cinco meses, cierra el 31 de octubre. Allí nos reunimos latinoamericanos y españoles para discutir el futuro del castellano como lengua de pensamiento, de ciencia y de cultura. España consideró que este tema central para el futuro debía tener un lugar entre sus actividades de la Expo. Reveló así una estrategia preocupada no sólo por lo espectacular o por el lugar común nacional. El pabellón de España, por supuesto, tiene su restaurant de tapas y su tienda de souvenirs , rodeando un espacio evocador del patio andaluz donde se presentan espectáculos populares o teatro de vanguardia. Pero eso no es todo: está la instalación video, montada como un geométrico árbol de acero en cuyas ramas se apoyan pantallas; los restos fósiles del primer hombre europeo, descubiertos en Burgos; las obras contemporáneas de los plásticos españoles que rotan de semana en semana. Es decir, una articulación inteligente que no ignora el entretenimiento, sin convertirlo en dimensión única.
Sería muy largo narrar el impacto estético de algunos pabellones de la Expo. Suiza construyó un espacio vacío, geométrico, con vigas y tirantes de madera; la textura y el perfume de la madera conservan una especie de reminiscencia de la naturaleza en una estructura de nitidez perfecta. Noruega propuso una metáfora de su relación con el paisaje: un gigantesco cubo de acero, de cuyo techo caía una cascada y en cuyo interior había sólo un gran espacio de silencio, interrumpido apenas por el ruido de algunas gotas de agua, o de piedras que se entrechocaban, como si estuvieran cayendo. El pabellón japonés es una desafiante estructura de grandes curvas, en tubos de papel reciclado, una especie de proeza de diseño que hipotetiza construcciones futuras con una evidente apuesta ecológica. El pabellón holandés, racional y conceptual, tiene prodigiosas paredes de agua encerrada en una fina malla metálica, vigas de troncos y electricidad generada por molinos.
La Expo ha sido una vidriera planetaria donde las naciones y algunas megaempresas usaron los recursos de la imaginación espacial y técnica para presentar el tema asignado por los organizadores: "El hombre, la naturaleza y la tecnología". No todas las soluciones al tema lo tomaron con la misma seriedad. Por supuesto que mucho folclorismo y pintoresquismo son más o menos inevitables. Pero en casi todo lo que vi, podía presuponerse gente dedicada a pensar qué imagen nacional había que llevar a Hannover.
Me dirigí al pabellón argentino. Para mi desdicha, antes de llegar, encontré el de Brasil. Lo rodea un muro compuesto de piezas móviles de madera. Los visitantes dejan sus marcas, haciendo que esas piezas formen relieves inesperados. Adentro, Brasil combinó tecnología productiva, video, arte popular y de vanguardia; definió espacios por el uso de la madera, del algodón, de la piedra, de semillas y de arena. La alternancia de fotografías y de objetos, la música (más de veinte auriculares con distintas versiones de "Muchacha de Ipanema", por ejemplo), las proyecciones, creaban lugares diferenciados y reflexivos. Los brasileños, que evidentemente tenían algo que decir, lo dijeron con una sensibilidad refinada.
Enfrente, el pabellón argentino. Quien piense que la nuestra es una nación en decadencia cultural podría presentar este pabellón como prueba: es un bar, con mesitas y sillas, y un patio de tango (me aseguran que, con bastante éxito, se enseñó allí a bailarlo). La decoración consiste en fotos de bailarines de tango, y algunas vistas de paisajes de un convencionalismo de folleto. Por supuesto, la música que se escucha es tango. El espacio carece de toda cualidad estética (el pabellón casi parecía un bar pobretón de la Expo) y languidece en una decoración previsible. Esa es la imagen argentina que los responsables del pabellón improvisaron, completamente ajenos a los gestos, incluso grandilocuentes, de otros países latinoamericanos.
Imagino que el pabellón argentino tiene responsables y un puñado de personas que, dicho sea de paso, pasaron cinco meses en Hannover. Para lo que hicieron ya no hay remedio. Alguien podría decir que, con todos los problemas que tenemos, lo de la Expo es secundario. En efecto, lo es. Pero no había necesidad de hacer las cosas de modo que la ausencia de ideas y la precariedad, no material sino conceptual, fueran tan vergonzosas. Con frecuencia, ser argentino es una humillación.