Difusión popular y americanismo
Recorre las obras de Pérez Celis un sentimiento de arraigo continental que se impone con ademán poderoso. Su prolífica actuación ha trascendido los límites de la tela para apropiarse del espacio urbano
En los últimos años, la obra de Pérez Celis intensificó las referencias a una iconografía latinoamericana que actualiza el repertorio prehispánico sin descuidar por eso las cuestiones del presente. La industria editorial respondió gráficamente del mejor modo posible a la expresividad y el dinamismo de sus obras. Así podrá comprobarlo quien tenga en sus manos el último de los libros que difunde su actividad, publicado por Planeta. Susan Larsen y Renato Rita firman ese trabajo, que ubica al lector con sus juicios y recorre con excelentes reproducciones los quince años más recientes de una acción resuelta en obras ecuménicamente desparramadas.
Allí pueden observarse la originalidad de sus composiciones y el atrevido sentido plástico que le es propio. Predominan las pinturas, pero también abundan los murales, como los que realizó para la Universidad de Morón o para el estadio de Boca Juniors (donde comparte los honores con el estilo de Rómulo Macció). Incluso se nos informa visualmente, desde diversos ángulos, sobre su intervención en el edificio Central Park, cuyo cromatismo da buena cuenta de la autoría.
Hojeando sus páginas observamos la vitalidad de piezas que ponen de relieve un fuerte arraigo continental. "Su lenguaje es alusivo y simbólico -dice Brughetti-. Si su instrumento comunicativo es europeo, derivado de dos fuertes antípodas -el constructivismo abstracto y el informalismo o tachismo-, no menos cierto es que ha desechado las soluciones que ofrecen en sus respectivas áreas Europa y los Estados Unidos, para adentrarse en un primitivismo que tiene no poco de embrujo mágico".
Espíritu mediterráneo
Trabajador incansable, Pérez Celis realizó una obra cuya variedad y amplitud le valió un reconocimiento popular poco común. La energía que lo identifica determinó, en parte, que su proyección tenga un sentido profundo vinculado con las cuestiones de América, que los viajes enriquecieron. Su estada en Lima y su visita a Machu Picchu fueron determinantes. Contrariamente a lo que sucede con quienes pierden su identidad al vivir largo tiempo en otros lados, sus largas residencias en Europa o en los Estados Unidos -donde la presencia del castellano es acentuada- acendraron el espíritu mediterráneo que lo caracteriza. En suma, aunque residió sucesivamente en Uruguay, Perú, Venezuela, Estados Unidos y París, mantuvo sus raíces. Como señaló Córdova Iturburu, "su tema no es el país, pero es América", a la que alude sin trivialidad.
Pérez Celis, que nació en Buenos Aires en 1939, empezó a exponer en 1957, un año antes de mostrar sus primeras pinturas no figurativas. Ya en 1960 preparó un mural de chapa y hierro forjado en Montevideo, con el que contribuyó a la formación del Movimiento de Arte Moderno del Uruguay. Parte de este trabajo consiste en señalar que allí se acercó a las ideas de Torres- García y, poco después, en Buenos Aires, a la escuela constructiva que Vasarely representó con su geometría en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes. Ya por entonces participó de una sonada muestra impulsada por Rafael Squirru desde la dirección del Museo de Arte Moderno, que congregó a los más prestigiosos nombres internacionales para ubicarlos por su estilo junto a los artistas argentinos que también merecían un lugar. La exposición ocupó, incluida la planta baja, todos los pisos del Teatro San Martín.
En 1962, un enorme mural en relieve de cemento reveló sus propias representaciones pictóricas de las civilizaciones precolombinas. Eso indica la coherencia de su pensamiento y justifica la divulgación de una obra que, en los últimos años, superó las barreras de la especialidad por la que más se lo conoce, la pintura. Sus trabajos como artista de caballete y muralista -también es grabador-, no conformaron la totalidad de sus necesidades expresivas y lo indujeron a trabajar del modo más decidido en tres dimensiones. No resintió esa medida escultórica las amplitudes de su empuje ni su estilo, del que dio buena cuenta, por ejemplo, el Angel protector , que instaló en el edificio Fortabat. Por lo contrario, afirmó sus fines y la libertad que llega con el dominio de los medios y le da sentido a los materiales, las formas y los colores.
Si hubiese que definir la labor que Pérez Celis comenzó a desarrollar hace más de cuarenta años, se diría que es básicamente la de un expresionista que después de una breve práctica del figurativismo pasó a un terreno de la abstracción a medio camino entre la geometría que regula los contornos y una impronta decidida por la fuerza de las pulsiones. No obstante, esporádicamente, tuvo atisbos figurativos que acompañaron la contingencia. Las texturas y hasta el pegado de objetos enriquecieron la superficie de sus trabajos.
Su obra está constituida por elementos de significado racionalmente definido, pero no resigna los aportes espontáneos de la intuición. No hay ambigüedades; todo tiende a lo mismo: responder al llamado de un mundo interior cuya urgencia básica es unir el arte con la vida.