El artista que intentó crear el gran gótico argentino
Mi primer e irreflexivo recuerdo sobre Ernesto Sábato, como el de muchos de mis colegas, tiene que ver con la adolescencia, esa patria luminosa donde despertamos a un mismo tiempo a las acechanzas del amor y a las dichas del arte, la política y la metafísica. Casi todos los escritores leímos por primera vez y abandonamos para siempre los libros de Sábato en aquella primera época, sintiendo al principio que esas obras eran geniales, teniendo en claro con el tiempo que quizás no resistirían una relectura y aceptando al final que tal vez don Ernesto no fuera un gran escritor. Este último sentimiento es relativamente nuevo, está de moda en la Argentina y yo soy incapaz de refutarlo. Hace treinta años que no abro un libro de Sábato, por lo tanto mi opinión es necesariamente evocativa e ilusoria: hablo desde aquella maravillosa experiencia de ser joven y de estar leyendo en mi vieja casa de Palermo "El túnel". Y también desde la intuición de que los antagonistas más benignos del narrador de Santos Lugares posiblemente tengan algo de razón al decir que Sábato era un mero escritor para adolescentes, como lo fue en su momento el gran Herman Hesse.
Como sea, me pregunto ahora qué me fascinaba de Sábato, y obligadamente debo confesar que era su intento consciente o inconsciente de crear el gran gótico argentino. Yo leí por primera vez la palabra "lóbrego" en una página sabatiana. Para mí, "lóbrego" jugaba arbitrariamente con el apellido Lovecraft. Y el gótico de "Sobre héroes y tumbas", con sus calles mortecinas, sus casonas siniestras, sus catacumbas, sus reptiles y sus ciegos y sus conspiraciones, provenían de Poe. Aclaremos: provenían de los cuentos escogidos de Poe que acababa de traducir Cortázar. Todos ellos –Poe, Lovecraft, Sábato y Cortázar- practicaban de un modo diferenciado un estilo fantástico y sombrío, que a mí ya me hacía cosquillas en Cine de Super Acción, en especial por las películas decididamente recargadas de Corman y de la Hamer, y mucho después de los telefilmes de Brian Clemens.
Sábato no tenía nada que ver con aquel delicioso mundo de Clase B, pero merodeaba lo diabólico, lo fétido y lo abyecto, lo monstruoso y lo enigmático, lo trágico y lo criminal. Ese ambiente está en "El informe sobre ciegos", que es un thriller metafísico, paranoico y existencial ubicado cuidadosamente dentro de una novela sobre el amor, el misterio, el incesto, la historia y el drama de la vida. Esa misma novela lleva inserta la lenta marcha del cadáver de Juan Lavalle hacia el norte, una pieza metafórica de indiscutible belleza.
¿Por qué es recordado un escritor? Por la originalidad de su punto de vista, por su estilo y por sus tramas. También por sus personajes. Yo jamás pude olvidar a Juan Pablo Castel ni al objeto de sus desvelos, María Iribarne. Sé que muchos consideran que esa nouvelle fue escrita con el papel carbónico de Albert Camus (el autor de "El extranjero" igualmente se desharía en elogios hacia Sábato), pero aquellas frágiles y ambiguas criaturas siguen vivas. Tampoco puedo olvidar a Martín, el protagonista de "Sobre héroes y tumbas", porque me hace acordar a mí mismo en aquella época de inseguridades y amores no correspondidos. Ni mucho menos a la iridiscente y resbalosa Alejandra, ni al luctuoso Fernando Vidal Olmos, que en cine encarnó magistralmente Sergio Renán.
De "Abaddon, El exterminador" solo puedo recordar al mismísimo Sábato, convertido en personaje de su propia novela. Una inesperada operación de distanciamiento en tercera persona que no tenía que nada que ver con su famosa egolatría y que luego cosecharía muchos adeptos en la llamada "autoficción", hoy género muy pródigo en todo el mundo. La reaparición de algunos personajes de los anteriores libros, la discusión ideológica, lo fragmentario y aparentemente caótico de aquella novela, posiblemente no interese a muchos, y de hecho hay cierto consenso intelectual en decir que el experimento resultó fallido. ¿Pero quién me quita la felicidad de haberlo leído de joven, cuando el mundo se abría en infinitas posibilidades y todos éramos pura esperanza? ¿Quién me quita el aliento cortado de ese rompecabezas, de ese cajón de sastre donde surgían de vez en cuando inesperadas gemas?
Si Sábato estaba en lo cierto y "vivir consiste en construir futuros recuerdos", tengo que decir, en lo que a mí respecta, que sus tres novelas honraron su vida. Nunca dejé de recordarlas.
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