"El todo vale es la peste de cualquier sociedad", dice Antanas Mockus
Más que en las leyes como eje de la democracia, Antanas Mockus cree en la autorregulación. Cree en aquello que aplicó en sus dos períodos como alcalde de Bogotá, de 1995 a 1997 y de 2001 a 2003, y piensa reafirmarlo el año próximo, en su campaña para la presidencia de Colombia. Se trata del cambio profundo de las conductas ciudadanas sobre la base de la pedagogía, más que de la política a la usanza tradicional.
“El todo vale es la peste de cualquier sociedad”, dijo Mockus en una entrevista con LA NACION, realizada en la ciudad de Buenos Aires, librada ese día, como tantos otros, a la suerte de piquetes y protestas. Poco después dictó una conferencia titulada “Uso público de la razón y contención del delirio estratégico”, durante la cual planteó la influencia de la ley, la moral y la cultura en la regulación del comportamiento, de modo de reflejar hasta qué punto la gente suele maltratarse.
“En los últimos 12 años, Bogotá avanzó en su lucha contra la desconfianza y logró una drástica reducción de los homicidios y de las muertes en accidentes de tránsito. Ese logro es el resultado de un ejercicio masivo de autorreconocimiento, de mutua regulación y de una mejora en el comportamiento social y de la infraestructura de la ciudad", dijo Mockus, de 53 años.
Detrás del filósofo y matemático, hijo de inmigrantes lituanos que aprendió a leer a los dos años y se graduó con honores, apareció el político con su consigna para ser rector de la Universidad Nacional de Colombia: "Oiga usted, que es bueno para destruir (desde el punto de vista académico), ¿por qué no ayuda a construir?". Llegó a ocupar el cargo. Luego apareció la propuesta, "horriblemente casual", de ser alcalde de Bogotá, formulada por un ex militante del M-19, Gustavo Petro, y por un empresario. También llegó a ocupar ese cargo.
Como alcalde, precisamente, Mockus aplicó la llamada "ley zanahoria", restricción de las horas en que debían cerrar los locales de rumba y expendio de alcohol. Con ella disminuyeron los accidentes de tránsito y los índices del delito. Su gestión, a la vez, se caracterizó por algunas excentricidades, como ir en bicicleta a la alcaldía, celebrar su boda en un circo, disfrazarse de superhéroe, cantar raps, bajarse los pantalones en público y convocar a intelectuales, en lugar de políticos, para los cargos más relevantes. En la campaña había batido récords de bajo costo: había gastado apenas 12.000 dólares.
Mockus, profesor visitante de las universidades de Oxford y de Harvard, se describe así: "En el colegio iba un año adelantado. Era el más pequeño del curso; físicamente, débil para las peleas. Me tocaba defenderme en el terreno intelectual".
-¿Eso influyó en sus actitudes como político?
-Yo asumo ciertos riesgos porque creo en la pedagogía. Los gobernantes tenemos que arriesgarnos, en general, para aprender y enseñar. Si la comunidad se siente entendida y entiende las políticas públicas, las cosas funcionan mejor. Si además de eso hay una base emotiva, todavía mejor. Muchas veces me ha pasado, sobre todo en escenarios de conflicto, que comparto una emoción moral. Por ejemplo, admirar lo mismo o indignarse ante lo mismo genera una especie de barrera ante las acciones arbitrarias. Se pone uno límites. Tal vez no sea algo que uno pueda producir, pero otras personas que se han conmovido por lo mismo quedaron con un pequeño enlace o vínculo moral que las protege mucho del todo vale, que es la peste de cualquier sociedad contemporánea. En la política, en la economía, en las rivalidades que terminan expresándose con violencia. La innovación es una alternativa a la anomia.
-¿La "hora zanahoria", como prevención de delitos y accidentes de tránsito, fue una innovación?
-Ser "zanahorio" es ser autorregulado, moderado en los placeres, en los consumos, incluso en la expresión de afecto. Entonces: podría emborracharme, pero prefiero tomar poco. Podría ir de juerga hasta las cuatro de la mañana, pero prefiero regresar a casa a las dos o a las tres. Es un límite externo, que hoy día fue reemplazado por la "ley optimista". La "ley zanahoria" daba permiso hasta la una de la mañana. La "ley optimista" es hasta las tres. Y el optimismo consiste en no tener más muertes por accidentes de tránsito a esas horas. Más rumba sin costo en vidas.
-¿Qué lo llevó a la política?
-Fue horriblemente casual. Yo había trabajado sobre temas de cultura, no de ciudad. Sólo había discutido con la alcaldía de Bogotá por la construcción de un puente peatonal. Lo que me interesó fue construir un modelo de seguridad muy distinto, con el enfoque de la cultura ciudadana. Usé muy poco en mis documentos la expresión "seguridad". Sí usé, mucho, mucho, la expresión "cultura ciudadana". Planteé un modelo de autorregulación personal. Que cada uno se asumiera como mayor de edad, pero que también valorizara la mutua regulación social. Yo me veo desde la pedagogía y la ética del discurso. La comunicación honrada nos va liberando, nos permite decantar políticas públicas, e incluso me he permitido el lujo de defender los impuestos.
-¿Cómo pagó favores sin nombrar políticos en los cargos relevantes?
-Algo clave fue ganar las elecciones con el sentimiento de gratitud hacia la gente que ayudó a escribir los programas y organizó actividades, pero no contraje ninguna deuda. Yo anunciaba en la campaña que el equipo de gobierno iba a ser optimizado. Algunas personas, más bien pocas, pasaron de un equipo al otro. Le pedí a la gente que me apoyara porque era una buena opción como gobernante y le dije que iba a tener como retribución una ciudad bien gobernada. Eso les servía a los bogotanos. Pero es un tema curioso, porque la actividad política es bastante altruista, pero, al mismo tiempo, genera expectativas de retribución y reconocimiento. El académico también es alguien muy sediento de reconocimiento que puede ver como pasajeras algunas glorias del poder. Un profesor amigo, cuando supo por la prensa que iba a estar en las primeras elecciones, me dijo: "¿Usted recuerda el nombre del alcalde de Londres cuando Newton publicó su principio matemático?". Le dije que no. Entonces me dijo: "¿Se da cuenta? Newton, claramente, sobrevivió, y para rato, en la memoria".
-Hasta el árbol sobrevivió en Cambridge.
-Hasta el árbol, sí. En parte, mi trabajo es parecido a eso. Ley, moral y cultura, y acuerdos entre los sistemas reguladores. ¿Cómo articularlos y reducir las contradicciones entre ellos?
-Eso me pregunto yo, pero no sólo en Bogotá, sino en un país tan particular como Colombia.
-La ciudad fue un laboratorio bonito para atacar pequeñas ilegalidades. No cruzar la calle por el carril peatonal, hacer respetar las "cebras". Pero también para tener una política muy amplia de seguridad, que redujo homicidios en forma contundente. La principal diferencia es que en ciertas regiones de Colombia tiende a haber enclaves de economía ilegal. No es que existan a la sombra, sino al revés: hay regiones y subregiones que viven de lo ilegal. Allí la lucha es más compleja, pero no por ello es imposible. Como país, la derrota de la ilegalidad es un gran beneficio. Para algunos grupos, sería una gran pérdida, sustantiva, brutal. En síntesis, yo diría que el narcotráfico ha puesto gente colombiana a vender sus vidas, y eso es inaceptable e irracional.
-¿Cómo lidia con las tremendas ganancias que reporta la droga a esos sectores?
-Es mal negocio. Va contra algo básico: la vida humana no se vende. Ellos han puesto la vida en el mercado. Para mí, cada vida es valiosa. Es decir: necesito también proteger la vida del narcotraficante, para mantenerlo fuera de su actividad. Segundo problema: los narcotraficantes debilitan la justicia no sólo por su acción, sino también con los jueces y los fiscales. Tercero: alimentan la corrupción y hacen que la brecha entre reglas formales e informales tienda a disminuir. Contra esto nos advierte la comunidad internacional: debemos "zanahorizarnos" para competir. Cuarto: así como un día pegué un salto de dos metros cuando me hicieron una comparación de Colombia con Sicilia, del mismo modo más de un colombiano ve asociado su nombre con la droga y la mafia. Por autoestima y amor propio, para nosotros está clarísimo que el 97 por ciento de los colombianos quiere una economía legal o, por lo menos, con ilegalidades menos violentas.
-¿Coincide con la política del presidente Uribe?
-Coincido en un aspecto: el fortalecimiento del ejército y de la policía, pero pongo un énfasis mayor de mi parte en fiscales y jueces. Es muy importante que sientan que tienen una función igual o más importante que la fuerza pública. Les toca ser justos, dar garantías y ser insobornables. Mi pronóstico es que una lucha tan centrada en lo militar y lo policial va a llegar rápidamente a un techo.
-En América latina, ¿nota grandes diferencias de comportamiento?
-Democracia significa reglas ciertas y resultados inciertos. Después de la América latina un poco autoritaria y de la época de la revolución preventiva, lo que hubo fue una democracia crispada. Una democracia de laboratorio, en la que las elites tradicionales sintieron que podían tener influencia y en la que la gente participó de manera bastante sensata. Fue una democracia sin sobresaltos, de acuerdos internacionales. Se escucharon las recomendaciones... Lo complejo y lo emocionante es que todo el mundo coincide ahora en que la construcción de la democracia es frágil, pero la democracia tiene que permitir que se expresen diferencias reales. En América latina sigue habiendo opciones de inclusión social, de transacción entre estímulos al crecimiento y medidas restrictivas y un campo muy grande para lo artesanal.
-¿Qué clase de "artesanía" propone Chávez?
-Tengo impresiones de la Venezuela pre-Chávez, en la que había un desprestigio tremendo de la clase política, que se derrumbaba, y veo a Chávez como una voz que mezcla elementos de distinto origen y que construye una propuesta que, guste o no, tiene más identidad que otras.
-¿Aunque pueda afectar a su país si, en determinado momento, apoya a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)?
-La relación de Chávez con las FARC tiene su origen en una idea noble que posiblemente haya asaltado a muchos dirigentes latinoamericanos. En términos narcisistas, cualquiera que sea el artífice de la paz con las FARC se lleva unas palmas enormes. Pastrana estuvo aspirando al Nobel de la Paz?
-...y Chávez quiso ser el artífice de la paz durante el gobierno de Pastrana.
-Ese es el punto. No es tanto que a Chávez le interese alborotar el problema colombiano. De arranque, es el coqueteo de alguien que quiere ser figura mediadora. Luego, por algunas de las acciones que se van desarrollando, esa filosofía se vuelve problemática para Colombia, y Colombia protesta por la hospitalidad para guerrilleros colombianos en territorio venezolano. Eso produce la acusación válida de que Chávez está favoreciendo a una de las partes. Pero he intuido en las declaraciones de Lula un sueño similar: "¿Qué tal si yo me ganara la lotería de ayudar a resolver semejante rompecabezas?".
-¿Cuánto tiempo pueden dedicarles a Colombia y a la región algunos presidentes comprometidos por escándalos o por elecciones en medio de tanta inestabilidad?
-Hay una tensión entre preservar la popularidad y ejercer la función de gobernante. Gobernar exige acometer acciones de dos clases: unas que son populares y que traen el cariño de todo el mundo y otras que consisten en tomar decisiones sensatas y sanas para la economía y que, normalmente, afectan intereses específicos. El gremio tal, el sindicato tal, el grupo empresarial tal y el grupo regional tal tienen que entregar un privilegio que históricamente han conquistado. Uno desearía un punto medio entre este mundo de gobernantes populares y la eficiencia.
-¿Es el caso de Kirchner?
-De Kirchner conozco muy poco. Lo que veo es un fenómeno importante de aumento de confianza. Está bien que la democracia permita que haya alta confianza en los gobernantes.
-¿Usted es liberal o conservador?
-Tengo herencias de unos y de los otros. Soy un integrador, si se quiere. Lo más importante del liberalismo es el respeto a los derechos individuales y lo defiendo en los terrenos de la religión, la sexualidad, etcétera, pero no lo defiendo en el derecho de hacer de la propia vida lo que se le dé la gana.