Leonardo Padura: "El drama de mi generación recorre toda mi obra"
El escritor ganó ayer el Premio Princesa de Asturias a las Letras por su producción, que el jurado apreció como "una soberbia aventura del diálogo y la libertad"; él considera que el triunfo es para la literatura de Cuba
MADRID.- Leonardo Padura dice que el mundo está lleno de escritores cubanos que no escriben. Él optó por quedarse en La Habana para retratar desde adentro la vida cotidiana de esa Cuba que lo atrapa. Que lo enoja y lo enamora.
Ayer sintió que el esfuerzo valió la pena. A Padura lo sacó de la cama una llamada desde España a las 4.45 de la mañana para anunciarle que había ganado el Premio Princesa de Asturias de las Letras, algo que jamás había conseguido un autor cubano. Se impuso en las últimas votaciones al novelista japonés Haruki Murakami y al poeta sirio Adonis.
"Lo tomo como un triunfo de la literatura cubana. Un gran honor que me conceden y que asumo como premio a tantos años de soledad en el estudio, llenos de dudas y de los temores de la creación", dijo a LA NACION desde su casa del barrio de Mantilla, al sur de La Habana, la misma donde nació. Pasó el día al teléfono y el cansancio le agrieta la voz.
El jurado lo destacó como un "intelectual independiente, indagador de lo culto y lo popular", y calificó su obra de "una soberbia aventura del diálogo y la libertad". El galardón otorga 50.000 euros en efectivo y una escultura de Joan Miró.
A los 59 años Padura es un artista insaciable: el novelista cubano de su generación con mayor impacto en el mundo, periodista activo para medios internacionales, guionista de cine cuya última película, Regreso a Ítaca, acaba de estrenarse mientras se ruedan en La Habana cuatro películas sobre el detective Mario Conde, su máxima creación.
Conde es ese personaje cínico, descreído, bebedor compulsivo, que se va volviendo con los años más trágico y descarnado como la vida misma de Cuba. La saga del detective nació en 1991 con Pasado perfecto y continuó con Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La neblina del ayer, La cola de la serpiente y Herejes.
El mayor impacto internacional de Padura, sin embargo, llegó con El hombre que amaba a los perros, una novela histórica sobre Ramón Mercader, el hombre que asesinó a Trotski en México. Su último libro es la antología de cuentos Aquello estaba deseando ocurrir, publicada hace dos meses.
-¿Cuánto le costó, como escritor que vive y trabaja en Cuba, encontrar ese espacio de "diálogo y libertad" que distinguió el jurado?
-He luchado desde siempre por tener una cuota de independencia en mi trabajo. Tanto que en 1995 sin tener dinero ni editores fuera de Cuba dejé la revista en la que era el jefe de redacción y decidí probar suerte como escritor independiente. Ha sido difícil por momentos. En 1995 gané el premio Café Gijón, en España, que daba 16.000 dólares. ¡Una fortuna en Cuba! Y encontré una editorial, Tusquets, que se interesó en mis libros.
-¿El éxito internacional ayuda a sortear las presiones, las trabas políticas?
-Creo que el cambio en la percepción de las peculiaridades de la expresión artística en Cuba empezó a sentirse en los años 90. Los 70 fueron años de represión terrible; en los 80, un poco menos. Pero cuando empezó el cambio no se ha detenido. Hoy subsisten perspectivas bastante ortodoxas, pero el ambiente es más abierto. Hay una cuota de crítica extendida en la gran mayoría de expresiones artísticas en Cuba.
-Pero sus artículos periodísticos, por ejemplo, no se leen en Cuba.
-Se distribuyen aquí de manera aleatoria. Me gustaría, por supuesto, que los lectores cubanos pudieran tener un acceso normal a esos textos. Pero son las reglas del juego.
-¿Qué le ofrece el género policial a su literatura?
-La novela policial se presta para hacer cualquier experimento literario. No hay que verla como una historia en la que hay un misterio y un personaje que lo revela. Es un género muy dúctil para presentar lo que es una sociedad, mostrar su lado oscuro. Aprendí de Hammett, de Chandler, de Vázquez Montalbán que una novela policial puede ser un canal ideal para describir el ambiente de un país, para denunciar o hablar de realidades concretas. Todas mis novelas y mis cuentos tienen una fuerte presencia de la mirada social. Hablo de una realidad, que es la realidad cubana contemporánea. El drama de mi generación recorre toda mi obra.
-¿Cuánto de usted hay en el desencanto y la desilusión que transmite Mario Conde?
-Mucho. Él es de mi misma edad, de mi barrio, un hombre que arrastra frustraciones, esperanzas perdidas, ilusiones comunes a toda mi generación. Su visión está permeada por mi visión personal. En su caso está acentuada, porque es un elemento esencial del personaje, que va viviendo de derrota en derrota; siempre pierde algo. Yo, por suerte, tengo otra vida.
-¿Ese atar derrotas con derrotas es una metáfora de la Cuba revolucionaria?
-No, es simplemente parte del personaje. Sus problemas a veces son muy personales, muy existenciales.
-Suele molestarle que lo consulten por la política cubana, pero déjeme preguntarle cómo está viviendo el deshielo con Estados Unidos.
-Es un proceso muy difícil. Fuera de Cuba se tiene una percepción de que ya se ha producido el cambio y en realidad estamos en medio de un proceso. Hubo gestos muy esperanzadores entre Obama y Raúl Castro. Pero queda mucho camino por recorrer. Lo más importante es sentir que una tensión que persistió durante 50 años ha comenzado a bajar. Es mucho mejor vivir en el diálogo que en la confrontación. Cualquier sociedad se desarrolla mejor con diálogo que con fundamentalismo.