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Puse en el jardín un bebedero para pájaros. Como hay una enorme laguna a un paso, decidí llenarlo con alimento para aves. Granos, básicamente, y algunos aditivos. Se ve que las aves tienen un grupo de WhatsApp o algo, porque enseguida se llenó de tordos, algún jilguero, calandrias, chingolos y, por supuesto, gorriones, que aquí son los menos. No averigüé todavía cómo funciona, pero ya que había un montón de pájaros, vinieron otros a sumarse, aunque no a comer, incluidos algunos teros, que tienen el temple para enfrentarse con las perras. No sé si hay ave más valerosa que el Vanellus chilensis, que es el nombre científico de estos caradriformes insobornables.
Siempre hay ratonas y horneros, que son de comer sobre todo bichos, así que dejaron el escandaloso convite para sus colegas más omnívoros. Durante un rato anduvo un martín pescador, algo desorientado, y varias palomas, cuyo pudor les impidió venir al improvisado comedero y miraron todo de lejos. Pasa en la vida, pasa en el jardín.
Las golondrinas, que en primavera volverán a nidificar en la galería, anduvieron curioseando, aerodinámicas y veloces, pronunciándose sobre el asunto, pero sin posarse, y siempre con sutileza (al revés que los horneros), así que no llegué a entender qué decían. Dato: pasé por cuatro veterinarias anteayer para comprar más alimento, pero o no tenían o solo tenían para loros. Vemos cada tanto escuadrones de loritos, que pasan rasantes y a toda velocidad, pero al parecer prefieren espacios más abiertos, porque rara vez aterrizan.
Como durante mi infancia viví delante de un depósito de forraje sabía que el grano que quedaba en las veredas atraía muchos pájaros, así que fui a la dietética y compré un kilo de mijo. Los aditivos deberán conseguirlos mis volátiles en otro lado. A cambio, disfrutan de entera libertad. En todo caso, y a un costo muy inferior al reglamentario con aditivos, que supongo que es adecuado para aves en cautiverio, el mijo de la dietética funcionó fantásticamente. Al menos, en cuanto a concurrencia. Me queda conseguir semillas de alpiste, sorgo y avena, que también he leído que son aptas. De lino tengo, pero antes de poner algo inconveniente (difícil, mas no imposible) decidí investigar un poco más.
Entre tanto, me pasaron el dato de un vivero donde tenían plantines de alcauciles, así que mientras fracasaba repetidamente en mi búsqueda de alimento para aves, pasé por el vivero (que queda en San Isidro) y compré cuatro de esos platines. Este año empezaré por ahí. Logré sacar plantas de semillas, e incluso obtuve alcauciles, pero cometí demasiados errores.
Es difícil equivocarse con estas plantas, porque son muy rústicas, pero en la zona donde vivo no hay todavía árboles grandes. Por lo tanto, el calor está siempre por encima de la media. Los árboles pueden reducir hasta 9 grados la temperatura en su entorno. Y los alcauciles se aletargan cuando hace mucho calor. Para las personas, sobre todo niños y ancianos, el efecto es mucho peor.
El domingo mientras miraba la postal de mis pájaros, muy propia de las Bucólicas, caí en la cuenta de que la naturaleza puede ser hostil (como los tordos) y persistente (como las calandrias o los horneros), pero no practica el fanatismo. Me llamó la atención. Ignoro por qué pensé en el fanatismo. Tal vez porque me atreví a ver la terrible Zona de Interés, de Jonathan Glazer, que es a la vez extraordinaria y profundamente perturbadora. Exhibe cómo las personas, una vez infectadas con un lema mesiánico (como el que Hitler instaló en Alemania tras la Primera Guerra Mundial), son capaces de normalizar cualquier abominación y digerir hasta el horror más monstruoso con el lento, pero invencible ácido de la cotidianidad. Así que la recomiendo enfáticamente a todos aquellos que sientan que han encontrado alguna forma de verdad revelada. Mis pájaros, gracias a Dios, solo rivalizan con vehemencia.
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