Vik Muniz: “El arte es una especie de locura eficiente: crea nuevas conexiones a la realidad”
El artista brasileño participó del lanzamiento de la quinta edición de Bienalsur, que comenzará en julio; una década después de su única muestra local volverá a exponer en el Hotel de Inmigrantes
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Se define como una mosca que sobrevuela la fruta: está en todos lados. Un día puede rodearse de narcotraficantes armados, y al día siguiente con los rusos ricos que les vendieron esas kalashnikovs. “Yo trabajo con muchos materiales, muchas escalas. Cada proceso es completamente distinto. Para mí es lo más importante: la materia prima del artista es la experiencia”, dice a LA NACION el brasileño Vik Muniz en el rectorado de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), tras haber participado del lanzamiento de la quinta edición de Bienalsur.
Hace una década, cuando se iniciaba este proyecto, él presentó la única muestra que realizó en la Argentina en dos sedes del Muntref. En la del Hotel de Inmigrantes volverá a exponer en una fecha aún no definida durante este encuentro internacional impulsado desde Buenos Aires, que abarcará desde julio 133 sedes encuentro 73 ciudades.

Él vive entre Río de Janeiro, Nueva York y Salvador de Bahía. Sus obras realizadas con materiales no convencionales, desde azúcar hasta diamantes, integran colecciones de algunos de los museos más importantes del mundo y llegaron a venderse por casi 300.000 dólares. Impulsa, además, proyectos solidarios.
–En la charla que diste ayer en la Untref mencionaste una serie en la que estás trabajando, con gente que fue encarcelada injustamente. ¿Se va a exhibir en Bienalsur?
–Todavía no sé qué voy a mostrar. Tengo algunas ideas muy embrionarias. Y hay que trabajar con la disponibilidad de esta gente; algunos se encuentran todavía en la cárcel. Yo estoy fotografiando a los que fueron exonerados: hago retratos con las fechas de sus expedientes. Hay gente que está presa durante décadas, y no se amarga. Eso es muy inspirador.
–En la película Waste Land, sobre tu trabajo de retratos de recolectores en el basural más grande del mundo, decís: “Lo que quiero hacer es cambiar la vida de un grupo de personas con los mismos materiales con los que están en contacto todos los días”. ¿De qué manera el arte puede cambiar la vida?
–El arte cambia la vida, quieras o no quieras. Nosotros ponemos el arte en un sitio muy seguro, compartimentamos los talentos y las actividades humanas para crear espacios de definición de las ocupaciones. Lo que hace usted, lo que yo hago. En un periodo anterior, todo era un poco más fluido. Me preocupa el hecho de que creemos que el arte es algo que existe fuera de nuestras vidas. Te daré un ejemplo: en San Pablo, la ciudad donde nací, la gente tiene acceso a la cultura. Pero hay una separación: es algo para ser consumido. En Salvador y en Río tenemos el carnaval, un fenómeno que envuelve a la gente de todas las clases. Es extremadamente democrático y participativo. Me inspira mucho estar ahí porque la gente no consume cultura, la gente es cultura. El arte que existe en la vida es muy evidente.
–En tu trabajo siempre buscaste llegar a todas las clases sociales.
–Lo que hago es recuperar un poco de este arte que es para todos. Para gente que se va preguntar las mismas cosas que una persona que visita museos, o que conoce los nombres de los artistas.
–Como en Lugar Comum, el espacio de arte contemporáneo que impulsás desde hace tres años en San Joaquín, un mercado de comida en Salvador.
–Es lo mejor: una vitrina muy limpia, muy bien iluminada, en un contraste increíble con el entorno. Se exhibieron ahí obras de Beatriz Milhazes, Ernesto Neto, Julio Le Parc. También queremos hacer algo con otros dos argentinos: Leandro Erlich y Tomás Saraceno. Tal vez haga una extensión de la bienal en un mercado de acá. Y tengo ganas de hacer una muestra en la estación central de tren de Brasil, por donde pasa todos los días un millón de personas que nunca puso los pies en un museo.
–Creciste en una favela. ¿Cómo cambió el arte tu propia vida?
–De chico, mi única relación con el arte fueron las reproducciones que tenía en una enciclopedia británica que mi padre ganó en un juego de billar y trajo a casa en una carretilla. Era una edición muy antigua, y no sabía si las fotos eran malas fotos o buenas ilustraciones [ríe]. Empecé a leerla con mi abuela materna, a los cuatro años. Ella aprendió a leer sola, mirando los libros de sus hijos. Era la persona más brillante que conocí en mi vida. Ella me crió; mi madre era telefonista y mi padre trabajaba de mozo. Yo soy un disléxico autodidacta, no leo como una persona normal. Leía mucho porque en esa época no tenía teléfono, no tenía nada. Descubrí los libros en la biblioteca de la escuela.

–Hace diez años fundaste una escuela, Vidigal. ¿Creés que el arte cambió la vida de esos chicos?
–Completamente. Porque cientos de niños pasaron por ahí y tuvieron la oportunidad de acceder a alfabetizaciones diversas: emocional, física, tecnológica y artística.
–También apoyás Artolution, para ayudar a los refugiados.
–Sí, y soy embajador de la Unesco, tengo un bar en mi casa, un proyecto de recuperación ambiental, una fábrica de quesos y hago cachaça. Mucho de mi trabajo depende de estas experiencias. Si voy a hacer algo con diamantes, tengo que hablar con la gente de Nueva York, con los dealers de diamantes. Y si voy a hacer algo en los centros de refugiados, ahí estoy con la gente más pobre. Para mí es importante tener este espectro grande de experiencias. El artista es la élite de la clase trabajadora.
–¿Donás parte de tus ganancias en tus proyectos solidarios?
–Sí. En el de los prisioneros dono el cien por ciento a Innocence Project, una ONG sin fines de lucro. Siempre me involucro en cosas que me dan oportunidad de vivir experiencias.

–¿Considerás tu arte “político”?
–No directamente. Mi opinión sobre las cosas no es importante. Pensar en el artista como un oráculo de sabiduría, de inteligencia, de percepción, es una broma. Porque es una profesión como cualquier otra. Yo no me siento poeta o talentoso, soy un técnico. Hay que desacralizarlo. Soy una persona muy desorganizada, como esas moscas que vuelan sobre la fruta. No soy erudito; soy superficial. Pero intento cubrir muchas superficies. Esto me da una capacidad de juntar cosas muy lejanas.
–Sin embargo, lo que hacés es muy profundo: cambiar vidas.
–Si empezás a hacer arte con esa intención, no va a ser bueno. La intención inicial es muy narcisista, porque hay un placer enorme en saber que la vida está cambiando por causa de tu acción. La gente tiene el poder de crear procesos que hacen que una cosa sea bonita para todos. Y el resultado es algo ejemplar. Waste Land cambió la vida de ellos completamente, y la mía también. No hay una intención filantrópica, hay una intención relacional. De estar con gente que es muy diferente a mí y ver cómo encontrarnos. En Waste Land para mí era mucho más importante mostrar que la gente era bonita, que tiene valores. Somos todos iguales.
–Decís que tu opinión no importa, pero me interesa saber cómo ves el mundo de hoy.
–La relación entre la mente y la materia fue evolucionando a través de los siglos. Y hay revoluciones como la industrial, que cambió la idea de qué es la familia, la producción. Olvidamos que, doscientos años atrás, la gente nacía y moría en un radio de veinte kilómetros. La relación con el mundo cambió de una forma tan radical que tuvimos dos guerras mundiales hasta que empezamos a imaginar una vida de instituciones, de países, de naciones. Pero todos los símbolos tenían una relación directa con la humanidad. Hablamos mucho de inteligencia artificial y olvidamos qué es la inteligencia natural. Inteligencia es la capacidad de cualquier organismo de sentir y reaccionar. Lo que pasa ahora es una segunda revolución más traumática, en que estas herramientas no nos sirven para el objetivo principal de supervivencia, que es informarnos de algo que es real. La imagen se tornó algo autónomo. Estamos viviendo una crisis puntual, con guerras, pero todo es un reflejo de una crisis profunda de nuestra relación con la realidad. Lo que llamamos locura es cuando hay una ruptura en esta relación.

–¿Cómo puede ayudar el arte?
–El arte provoca rupturas puntuales y eficientes. Reorganiza la sinapsis que te posibilita sentir el mundo físico. Es una especie de locura eficiente, programada. Ahí está el aspecto técnico de mi trabajo, que fuerza al individuo a crear conexiones o alternativas a la realidad. Estamos viviendo el déficit de conexión con la realidad más grande de toda la historia de la humanidad. Todo puede ser falso. Este ambiente de nihilismo es ideal para los depredadores. Todo depredador se beneficia de un ambiente caótico. El rol del arte en este momento es promover reorganizaciones puntuales de la mente, de la realidad. Para mí lo más importante son los procesos creativos que inspiren a la gente a pensar la relación con el mundo. Sí, es un acto político.
–Julio Le Parc buscó lo mismo con sus obras interactivas.
–Para mí, Le Parc es un ídolo. Junto con Cruz Diez, Soto, todos esos artistas que hicieron cosas con ilusiones, tenían muchas ganas de dislocar. En ese espacio de desorientación, tu cabeza se está reorganizando, creando nuevas conexiones. Se trata de cosas abstractas, pero son extremadamente políticas en ese sentido.
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