Godoy Cruz superó a Quilmes 3 a 1 y por ahora es único líder de su zona

Godoy Cruz es uno de los mejores equipos del torneo Transición. Es sólido, astuto, veloz. Tiene una diferencia sustancial con sus ocasiones adversarios, en su grupo y en el otro: juega a la sombra de ellos. Sin nombres propios, sin cartel. Su trabajo es la consecuencia del esfuerzo del silencio. Así, construyó una fortaleza sorpresiva, si se espía tiempo atrás, de dónde proviene. Sebastián Méndez es el creador de una fórmula que devuelve resultados desde el trabajo diario lejos de las luces de las figuras de San Lorenzo, Lanús y compañía. Juega realmente bien, porque prefiere la cautela del paso por paso, del crecimiento sostenido, sin pantallazos fugaces.

Suplentes, alternativas y descartes de clubes más desprendidos de billetera, son piezas indispensables en la revelación del certamen. Abecasis en River y Pol Fernández en Boca no tuvieron espacio para ser segunda opción en los gigantes de nuestro medio. En el elenco mendocino son fundamentales, como Ayoví o García, los corajudos del ataque. Y como Rey, el arquero, y Zuqui, el volante: Godoy Cruz se nutre de los pequeños protagonistas con sueños de grandeza. Sin divismos, corren, meten, juegan. Creen en la propuesta del Gallego Méndez, un entrenador que también en Mendoza encontró su punto exacto.

Anoche, sin embargo, no le hallaba la vuelta al tablero de ajedrez dado vuelta que le impuso Quilmes. El local le cambió todas las piezas de lugar, y así el cuadro mendocino se sintió incómodo, repetitivo, ineficaz. Tenía -y tiene- una dosis extraordinaria de confianza, sentido de la oportunidad y, sobre todo, serenidad. Es un equipo calmo, seguro, el líder. Nunca se desespera, lo que a primera vista parece una virtud. A veces, sin embargo, cuando la mano viene cambiada, debería extraer de otras armas, más fogosas. Pero es un detalle, nomás, en un elenco que es la imagen de la absoluta serenidad.

Jugaba mal y no se inquietaba. Marcó el primer gol en el comienzo del segundo capítulo, por un rebote bien aprovechado por Zuqui, y siguió con su teoría. Lo llamativo fue lo que ocurrió después: el impacto del empate, una joya de Andrada, casi no se notó. Godoy Cruz no se transformó. Cabeza levantada, pelota contra el piso, solidez, corrección y triangulación fueron los ejes en los minutos finales. El ingreso del Mago Ramírez le proporcionó otra frescura, más allá de su experiencia. El buen fútbol se mantiene vigente, más allá del calendario.

Quilmes, un digno rival, que no cobra el sueldo, no se concentra y sufre, de pronto, una expulsión (Alegre), cae de pie. Un penal deriva en otra tarjeta roja (esta vez, Chirola Romero) y en el gol salvador, el del uruguayo Morro García. El que puede valer una final. Correa, más tarde, confirma una victoria con posible destino de grandeza.

Deslucido primer tiempo. Godoy Cruz tuvo una pálida imagen en el capítulo inicial. Dócil, sin sorpresa, fue superado, de a ratos, por el ímpetu de Quilmes, que atraviesa una extensa y dolorosa crisis económica. Sin velocidad, abatido, al visitante parecía quedarle grande la vanguardia en su zona.

Excelente reacción. No sólo resolvió el desarrollo con un final de fiesta, en el que selló la victoria cuando Quilmes quedó con dos jugadores menos. Bastante antes, Godoy Cruz tuvo creatividad, confianza y decisión para transformar palidez en luminosidad. Y le sobran tantos: con 26, es el más goleador de su grupo.

El derrumbe local. La contracara fue Quilmes, que se desinfló antes de las expulsiones. Ante la primera dificultad seria, se cae, consecuencia de sus problemas fuera de la cancha. Ni el apoyo del público le alcanzó.

Los goles del partido