Luis Bonini: un Profe con instinto, vestuario y hechizo
Abrazo del alma. Con esa frase siempre se despedía Luis Bonini en el cierre de su mails, y en tiempos recientes lo había sumado al whatsapp. Tan intenso como amable, tan severo como bromista, tan espiritual como catedrático. Le sobraba calle a su profunda formación profesional. Tenía instinto, vestuario y hechizo. Imposible no rendirse ante su don de gente. Si la obra de Bonini es loable, su huella emotiva ya es eterna.
A las 3.40 de la madrugada de ayer falleció Bonini en la Clínica Santa María, de Santiago, y desde entonces el afecto cobija su recuerdo. Cálidos homenajes que recorrieron geografías y personalidades, hasta el agradecido adiós que le dedicó Michelle Bachelet, presidente de Chile. La desigual batalla con un cáncer gástrico que le habían descubierto en junio ya no tenía sentido. Justo cuando había recuperado la ferocidad laboral, porque después de un par de temporadas de reposo, en enero de este año había aceptado colaborar con Monarcas Morelia y se metió en la definición de la Copa MX que finalmente ganaron las Chivas de Almeyda. Y de Guido Bonini, su hijo, también preparador físico.
Incondicional de sus amigos, había nacido hace 67 años en Punta Alta, donde se lanzó como entrenador de básquetbol. Pasional e innovador, León Najnudel le prestó atención y lo arropó. Ferro fue su casa, y el puente para otra granítica relación con Carlos Griguol. Así se unió Bonini al fútbol y no se alejó más. Luego llegó Bielsa a su vida y compartieron un par de décadas. Confidente, equilibrista, Bonini era el alma expresiva de un líder que elegía blindar sus emociones.
En tiempos tan líquidos y exhibicionistas, Bonini tenía la nobleza de un roble. Frontal, entrañable. Riguroso, claro, pero siempre cómplice. Paternal. ‘Viejo’ le decían muchos jugadores, y no era por sus años. Se fue Bonini, leal, generoso. Hay hombres imprescindibles y extrañarlo será obligatorio. Abrazo del alma, profe.