Media hora del mejor River que igual enciende las alarmas

El pibe Rigoni enganchó hacia adentro y apuntó fuerte con la misión exclusiva de enmudecer a la multitud. La bola buscaba un espacio cercano al ángulo superior derecho y Barovero , en su único pero genial aporte de la tarde, le dio el toque de queda a la ilusión "pirata" de escribir dos veces la misma historia. Pocos minutos antes, ya el huidizo "Picante" Pereyra había encendido algunas alarmas en la defensa del líder, pero fue ese manotazo salvador del arquero, el que definitivamente sacudió la soleada tarde de Nuñez.

Tal vez el hincha de River tendrá que acostumbrarse a más victorias como éstas. El kilometraje acumulado en las piernas y en la cabeza de los hombres de Gallardo lentamente comienza a sentirse. Es tan cierto que ganar es adictivo y que los triunfos morigeran la carga y el trajín, como que la frescura, la intensidad y el movimiento se van erosionando como la gota que horada la piedra.

En el fondo, el puntero sigue respetando sus mandamientos a rajatabla. La intención es permanente, la búsqueda pulida y el deseo intenso. En la forma, dos buenos espasmos, uno en cada tiempo acomodaron la victoria, más generosa en la placa que en la cancha. Un cuarto de hora tras el gol de Vangioni y otro luego del primero de Teo, ayudaron a un fin de fiesta a toda orquesta al que no le faltó nada. El problema fueron los sesenta minutos restantes. Un oponente áspero como Belgrano, achicó espacios sin encajonarse en su área y con orden y disciplina desactivó el juego del líder transformándolo en un equipo inocuo. La pegada del botín de porcelana de Rojas, un zurdo que hace ágil al juego por sus pases más que por su traslación, dejó a Vangioni de cara al estruendo con la multitud, para que el lateral confirme que "llegar" muchas veces es mejor que "estar" y se llene la boca de gol.

El partido "eterno" ganado en la sofocante Asunción, pasó la factura en el primer tramo del complemento y fue allí en donde la duda se sentó a descansar en el césped del Monumental. Planchado en el campo y con un Pisculichi carente de sintonía fina (quizás sea el zurdo el primero en acusar la seguidilla de partidos), River descubrió lo que es sufrir para luego dejarle lugar al goce. Hasta que Teo, como el brazo armado de Sánchez, armó una bacanal futbolera con un sobrepique soberbio y otro pase a la red que decoró la goleada y decretó la lujuria. Acostumbrado a demostraciones apabullantes y con gran estilo, el River del domingo entregó una versión bastante más moderada. La promisoria aparición de Guido Rodríguez, la solvencia de Maidana y la vuelta de Alvarez Balanta se sumaron como actores de reparto a una función en la que los protagonistas principales ya habían dejado su sello. Los cambios de Gallardo, otra vez muy oportunos, le dieron otra nota auspiciosa a un técnico que creó una comunión con sus jugadores tan fuerte como la que recibe de los hinchas y que lleva el timón del barco con tanta inteligencia como firmeza.

En un campeonato al que la ausencia de descensos y la mayoría de entrenadores jóvenes y audaces, le subió nítidamente el nivel promedio de buenos partidos, River es el mejor exponente de una primavera futbolera del producto de consumo interno. Lanús con un trabajo de dos años con los mellizos Barros Schelotto, Independiente y Racing con estilos diferentes pero propuestas generosas y Boca aún con cierta inestabilidad, también se suman a la ola positiva. Incluso ideas con poco rédito desde lo matemático como las de Banfield y Defensa y otras más productivas como la de Rafaela confirman la tendencia.

Políticamente correcto, River es el gran candidato en todas las encuestas. Tiene convicción, buenas ideas y un estilo elegante El equipo del Muñeco sueña con escapar del balotaje, aunque su máxima aspiración en 2014, sea lograr la segunda vuelta