Oxigenación en las alturas
El desmoronamiento de River en el Apertura dejó la abertura para que esos equipos que colocan ladrillo sobre ladrillo, sin hacer demasiado ruido, lleguen hasta la terraza del torneo. Por ahora es una altura que los dignifica, pero que no les garantiza que vayan a tocar el cielo con las manos. Sin ostentaciones ni mucha alharaca, Gimnasia y Talleres fueron escalando sobre los escombros de un River enfrascado en una lucha contra el tiempo para reconstruirse.
Más de allá de que se consideran representantes de proyectos modestos y hasta se ven como intrusos en unas posiciones que están escrituradas como un condominio entre Boca y River, siempre es bienvenida una oxigenación de este tipo, como para ventilar un poco la rutina monopólica del campeonato. Mejor lo será sin estos dos conjuntos tienen aire suficiente para algo más que un vuelo pasajero.
Gimnasia y Talleres comparten una realidad: encontrar la manera de ser competitivos en medio de economías acotadas y planteles ajustados. Ese hallazgo no fue una aparición divina ni un golpe de azar. Ambos procesos se fueron decantando con el tiempo, en medio de avatares y cambios.
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Talleres, un referente futbolístico insoslayable a fines de la década del 70, con figuras de la talla de Baley, Galván. Ludueña y Valencia, volvió a ser un equipo con ciertas aspiraciones desde la temporada última, a partir de que el promedio del descenso dejó de zumbarle. Fue durante la gestión de Ricardo Gareca, al que le resultó más placentero el trato con los jugadores que con los hinchas. Obtuvo la Conmebol, la menos prestigiosa de las copas continentales, pero estimulante para masajear el ego de los equipos que se saben fuera de la elite de América. Y terminó quinto en el Apertura 99. Transitó el Clausura 2000 en la meseta de la mediocridad (10º) y encaró este actual certamen con nuevo conductor: Juan José López, que renovó la base con jugadores que él conocía muy bien porque los estaba dirigiendo en Instituto, como Manfredi, Galarza, Alaniz y Buján. Un recambio en la defensa y el medio campo que no se sabía si compensaría dos bajas de peso en la ofensiva: Oliva y Gigena. Sin embargo, el atacante Luis Rueda, que llegó del fútbol español, se muestra muy cumplidor con sus siete goles.
Lo de Gimnasia tiene el sello conocido de Carlos Griguol. Su equipo está siendo efectivo sin dejar de ser divertido, con resultados rocambolescos en varios finales. Cuando regresó a La Plata en la última fecha del torneo último, el Viejo se reencontró con gran parte del plantel que había dejado antes de su partida a la fallida experiencia en el Betis. Un equipo que se había adocenado con un 9º y un 12º puestos durante la gestión del caballeresco uruguayo Gregorio Pérez.
Y Griguol se puso al frente de un grupo que sólo tuvo un ligero retoque, con la salida del uruguayo Diego Alonso (un delantero de área) y la incorporación de Enría (un hombre de punta con más capacidad para explorar los sectores externos).
En Gimnasia no se quieren cargar con presiones o compromisos; Timoteo ya alertó que su equipo sólo está para buscar un lugar detrás de Boca y River. Un histórico, Sanguinetti, marcó el objetivo de figurar entre los cinco primeros.
El Lobo platense tiene la deuda de un título de primera con su fiel y numerosa hinchada. La gran oportunidad del 95 -llegó puntero en la última fecha- derivó en una herida cruel. La humildad y el sentido común volvieron a poner en órbita a Gimnasia, pero la gloria no suele ser generosa con los conformistas.