Perdió Lanus y luego, la barbarie
Atlético Mineiro se impuso por 4 a 1, se armó una batalla entre brasileños y argentinos; ayer, Oscar Garré dejó de ser el técnico granate
Oscar Ruggeri corrió, como loco, casi quince metros; no lo alcanzó a Jorginho; sí, Ariel López, que agredió al jugador brasileño. Y ahí se desató la barbarie. Que nadie esperaba. Ni siquiera los hinchas de Lanús, que habían soportado, estoicos, una dolorosa pero justa goleada por 4 a 1 con Atlético Mineiro, de Brasil, en la primera final de la Copa Conmebol, disputada anteanoche en el estadio granate.
Fue un nuevo capítulo de violencia que envuelve al fútbol argentino, aunque habrá que diferenciar este hecho de algunos recientes: en este caso todo sucedió adentro del campo de juego, con los jugadores, cuerpos técnicos y auxiliares como protagonistas principales.
Así, pasó a segundo plano un encuentro jugado con fuerza, pero siempre con lealtad. Lanús había perdido el rumbo tras el empate de Mineiro y jamás controló el toque de Hernani, Jorginho, Marques y Valdir, letales en la segunda etapa.
Por lo dicho, causó sorpresa que inmediatamente después de pitazo final del árbitro uruguayo Gustavo Gallessio, Ruggeri saliese disparado en busca de Jorginho, que escapó hacia el banco de suplentes aparentemente, tras haber cargado al defensor argentino.
Aunque las disculpas del caso llegaron tarde, resulta inaceptable que un jugador con la experiencia y trayectoria de Ruggeri haya reaccionado de tal manera, lo que generó una reacción en cadena; lo vio todo el estadio y la gente se enardeció; comenzó, entonces, una lluvia de proyectiles sobre el banco de los suplentes de los brasileños, y sus compañeros, con Ariel López a la cabeza, quisieron tomarse venganza de Jorginho y compañía.
Rapidamente se armó una batahola, que a la policía le costó mucho ponerle fin. Jugadores, auxiliares y miembros de los dos grupos técnicos se entreveraron en una batalla de trompadas y patadas.
El Chupa López y Gustavo Sivieron se mostraron entre los más exaltados en el rincón argentino. El técnico Emerson Leao y Jorgihno fueron estelares protagonistas del lado brasileño. Pero la violencia tuvo varios personajes más.
Impunidad
Hasta que un particular, que observaba tranquilamente los hechos desde el interior de la manga que protege a los jugadores en el ingreso y en la salida del campo, caminó uno pasos hacia Leao y le propinó un certero golpe, digno de un campeón de boxeo.
Los policías, insólitamente, no lo detuvieron: lo invitaron amablemente a retirarse y el individuo se quedó en el mismo lugar que antes. Es más, Leao, al retirarse entre efectivos, pasó a su lado, aunque obviamente no lo vio. La riña siguió unos segundos más en el acceso a los vestuarios y luego se detuvo.
Después, los jugadores de Lanús acusaron cargadas de los rivales. Los brasileños, sin hablar, se fueron por una puerta auxiliar, igual que el árbitro y sus asistentes. Eso sí: los dirigentes locales fueron siempre solidarios con los brasileños.
Leao fue trasladado hasta el Hospital Vecinal Narciso López y allí se comprobó que sólo tenía un fuerte golpe sobre el maxilar izquierdo.
Luego, jugadores, dirigentes y entrenadores de los dos equipos fueron a la comisaría 1» de Lanús y se les tomó declaración, ya que la policía actuó de oficio ante la falta de una denuncia por parte de la delegación visitante.
Fue el epílogo para otra noche negra en el fútbol. Otra más. Lamentablemente. La revancha se jugará el 26 del actual, en Brasil. Y no será facil, para unos y otros, si no se olvidan que el fútbol es otra cosa.
Para Lanús, que ayer se quedó sin técnico por la desvinculación de Oscar Garré, la historia puede ser muy diferente porque la Confederación Sudamericana de Fútbol, cuando tenga todos los antecedentes en sus manos, no le quedará otro camino que aplicarle una severa sanción.
"Jorginho me cargó"
Ruggeri: el zaguero, que fue quien generó el caos del final, intentó justificarse; después dijo que se había equivocado.
La inusitada e injustificable reacción de Oscar Ruggeri, al finalizar el partido, fue explicada por el experimentado futbolista del siguiente modo: "Varios jugadores de Mineiro nos cargaban, en el segundo tiempo, diciéndonos ole ole cada vez que tocaban la pelota. Y el peor de todos fue el capitán, Jorginho, que un minuto antes del final me dijo ole argentino hijo de p... Esto me hizo reaccionar mal", pretendió justificarse Ruggeri.
Aunque también hizo un mea culpa: "Ahora, después del cotejo, más calmo, reconozco que me equivoqué, pero en ese momento lo quería destrozar. Por eso lo seguí hasta el banco de suplentes, donde se fue a refugiar. Ahí me salió al cruce Leao, a quien no le pegué. El me separó al tiempo que me gritaba pará, pará, dejalo. Y después vino todo lo demás por una reacción lógica de mis compañeros, que estaban tan irritados como yo por las cargadas de estos rivales, que en verdad me sorprendieron porque de tantas veces que jugué contra equipos brasileños nunca tuvieron una actitud así". Sobre la revancha en Belo Horizonte, el 26 del corriente, y una posible vendetta de los del Mineiro, Ruggeri aseguró:"Habrá que ir a jugar e intentar revertir la historia, pese a que resultará difícil". Sobre su futuro, el veterano defensor aseveró: "Ya está decidido que en diciembre, al terminar el Apertura, abandono como jugador profesional, pero seguiré ligado al fútbol como periodista por TV".
No todos se disculparon
Gustavo Siviero, el capitán de Lanús, que participó activamente en la batahola, una vez calmado por la ducha insistió con el "fuimos sobrados por los brasileños", aunque después reconoció: "Estuvimos mal. Por eso quiero pedir disculpas públicamente". En cambio, Ariel Ibagaza no bajó los cables a tierra y siguió protestando contra el árbitro, Gustavo Gallessio, y contra los jugadores del Mineiro. Incluso, cuando se le informó que al técnico Emerson Leao lo estaban atendiendio en el vestuario visitante por un fuerte golpe en el rostro, expresó: "Está bien, si se estaban burlando de nosotros; se lo merecía".
Otro que estuvo en medio de la refriega repartiendo puñetazos y recibiendo también, fue Ariel López, que presuroso abandonó el vestuario, con alguna marca de un fuerte golpe en el rostro, más allá de que sostuvo: "No, a mí no me golpearon". Y reconoció: "Lamentablemente nos descontrolamos e hicimos algo incorrecto".
"Animales"
Leao. Antes de pasar a declarar por la comisaría 1° de Lanús, el técnico de Atlético Mineiro, Emerson Leao, estuvo en el Hospital Vecinal Narciso López, donde se le realizó una radiografía que constató que sólo tuvo un fuerte golpe en el maxilar izquierdo, producto de un golpe que le dio un particular en la cancha, durante los graves incidentes luego del partido.
"Los jugadores de Lanús son unos animales. Si fuesen hombres me hubiesen pegado de frente. Además no se dan cuenta de que todavía tienen que ir a Brasil. Esto era sólo un partido de fútbol. En la cancha demostramos legítimamente que somos superiores", comentó Leao, visiblemente ofuscado al salir del hospital, mientras se tapaba la lesión con una toalla verde.
Más fuerte no es sinónimo de mejor
Por José Ignacio Lladós
Lanús no lo merecía. Su gente, que se había comportado con una dignidad elogiable, no lo merecía. Sus dirigentes, que con tanto esfuerzo habían convertido a un equipo y a una institución chica en un club campeón (en todo sentido), no lo merecían.
El deporte y el matonismo no van de la mano. El espíritu del juego nada tiene que ver con el falso y convenido axioma de que gana el más fuerte. En el deporte gana el mejor. Y, al menos en el fútbol, las trompadas no eligen al vencedor.
No alcanza con el "estoy arrepentido" que lanzó Oscar Ruggeri. De ninguna manera puede aceptarse que un jugador con su trayectoria se pierda por una burla ocasional. No en un estadio con 12.000 personas.
Porque Ruggeri pudo haber causado una tragedia. El fanatismo es sinónimo de ceguera. Y así, con los ojos tapados por la furia, los fanáticos de Lanús pudieron haber seguido a su líder hasta convertir un partido de fútbol en una locura.
No se acepta el error de Ruggeri, como tampoco las actitudes de Siviero (que, dicho sea de paso, es el capitán del equipo) y Ariel López, dos nuevos titanes en el ring del fútbol.
Tampoco se entiende la bravuconada de Ariel Ibagaza ("Si a Leao le pegaron está bien; se lo merecía"), que demostró con sus palabras que el talento se lo reserva para patear la pelota.
Lanús no ganó una Conmebol por ser el más fuerte. Tampoco llegó a esta final por amedrentar a los rivales con golpes patoteriles. Ni mucho menos se instaló en la galería de los mejores equipos argentinos de los últimos años por reaccionar con tan poca ubicación.
La gente y los dirigentes de Lanús merecían otra cosa. La institución, también. Los jugadores podían ganar o perder. Pero nunca debían dejar escapar la hidalguía.
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