Tras el fallecimiento de su papá, y sin tener experiencia, Mariana Guisilieri tomó las riendas de un establecimiento familiar; la apuesta por una cabaña
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Mariana Guisilieri sonríe al recordar el día en que casi suelta las vacas en un lote sin darse cuenta de que allí crecía soja. Hasta entonces su vida transcurrió entre lentes y armazones, con más de una década dedicada a la óptica. Sin embargo, tras la repentina muerte de su padre, Juan Luis, y sin experiencia en ganadería ni agricultura, se vio obligada a hacerse cargo del campo familiar en Coronel Suárez. “El ingeniero y el veterinario me habían dicho: ‘si ves un rastrojo de trigo y algo verde abajo, podés echarle las vacas’. Pero en ese rastrojo había soja de segunda. En ese momento, la soja valía unos 600 dólares la tonelada, una locura. Por suerte, no lo hice”, recuerda entre risas.
Hasta 2007, el año en que falleció su padre, lo acompañaba cada quince días al campo, aunque “no hacía mucho porque no tenía idea. Lo ayudaba a barrer el galpón”. Estudió la Tecnicatura Universitaria en Óptica y Contactología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y trabajaba en la óptica de su padre, que ahora es dirigida por su hermana, Aldana. “Cuando falleció, fue de un día para el otro. Tuvimos que resolver si seguíamos o no, y decidimos continuar. Aquí estamos”, afirma la productora, que dialogó con LA NACION durante la Expo Angus de Primavera que organizaron la semana pasada Expoagro y la Asociación Argentina de Angus.
De alguna manera, la productora hoy sigue los pasos de su padre, quien tampoco tenía vínculos previos con el campo. Guisilieri relata que a su padre siempre le gustó probar cosas nuevas. Por eso, decidió comprar unas 20 hectáreas en Coronel Suárez. Así comprobó que la actividad realmente le apasionaba. Vendió ese campo y compró uno más grande, a unos 20 kilómetros de Coronel Suárez, que se convirtió en lo que hoy se conoce como “El Anteojito”, un nombre que eligió en honor a la óptica.
En la exposición rural de la ciudad su padre hizo contactos. Al tiempo compró a Nueva Racha, un toro con el que prácticamente armó toda la cabaña. Con el asesoramiento de Alfredo Wit Stanz adquirió un embrión a Martín Lizaso. “Con Nueva Racha prácticamente armó toda la cabaña”, comenta. Empezó a competir, debutó en Coronel Suárez y, poco a poco, comenzó a viajar a otras exposiciones. En los años 90 pisó por primera vez la pista de la Exposición Rural de Palermo, y se llegó a vender semen de ese toro incluso a Brasil.
“Mi papá cerraba la óptica al mediodía, se iba al campo, hacía sus actividades y por la tarde volvía. En 1995, cuando mi hermana Aldana se graduó en óptica, empezó a trabajar con él y luego, en 1996, lo hice yo. Entre las dos lo ayudábamos mientras él continuaba con el campo. Siempre estaba al tanto de todo, manejaba todo”, comenta.
Tras la muerte de su padre, su hermana continuó con la óptica, mientras que ella se dedicó al campo. “Fui aprendiendo de todo un poco”, dice. En enero de ese año comenzó a aprender sobre la siembra y para junio ya sabía poner a punto la sembradora. Ese mes conoció a Mauricio, su actual pareja, quien trabajaba en la cabaña Santa Rita, en Saladillo. En octubre siguiente, cuando se quedó sin quien la acompañara en el campo, le ofreció a Mauricio mudarse a Coronel Suárez. “Él me preguntó qué había que hacer, y yo le respondí: ‘todo’”. Así se unió al proyecto.
“Encaramos juntos la sequía del año siguiente y, cada 2 o 3 días, hacíamos 180 km para comprar rollos de banquina, para que no se nos murieran las vacas. En ese momento [2008], una bota valía más que una vaca”, dice. “Actualmente es quien elige los padres y las madres de los animales. Es un apasionado de las vacas y con un ojo clínico de elección excepcional”, agrega.
Tienen una cabaña principalmente de Angus colorados, con algo de Angus negro. Realizan todo el ciclo completo, venden toros y vaquillonas, y participan en exposiciones en Coronel Suárez, además de algunas en Coronel Dorrego, Bahía Blanca y Coronel Pringles. “Lo que más me gusta de esta actividad es ver al ternero recién nacido al pie de la madre, y saber que es la hija, la nieta y la bisnieta de todo lo que viene atrás en la cabaña. Eso es lo que me da ganas y fortaleza para seguir adelante con la cabaña. Si bien hoy no es el fuerte del campo, a los que hacemos ganadería nos encanta”, concluye Guisilieri.
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