En la década de 1970, mientras en la pampa húmeda argentina comenzaban a operar nuevas formas de contratación para la producción, en EE.UU. se acentuaba su política de protección agrícola, con la incorporación de cupones para alimentos. Tal política, mantenida hasta el presente, con seguros y subsidios, establece el concepto de "malla de seguridad agrícola" para los productores, en desmedro de economías como la argentina. En lugar de contribuir al crecimiento global de la producción, esta resulta a la postre una suerte de fuerza depresora en el área organizacional del farmer estadounidense.
A partir de aquellos años, en la Argentina, fue desarrollándose la figura de los contratistas rurales. Más que los adelantos tecnológicos, la acentuada división de las propiedades rurales por la ley de la herencia fue el detonante para que emerjan estos pequeños empresarios de alta especialización.
Pero es con el inicio del nuevo milenio cuando se nota claramente cómo estos van conformando redes agrícolas, una suerte de modelo totalmente diferente al del de EE.UU. Este último sigue con el modelo de la empresa rural que hace prácticamente todo como antiguamente lo hacía la estancia argentina.
Una red está conformada por relaciones de múltiples agentes independientes con el propósito de producir bienes agrícolas. Dentro de este entramado se destaca el agente focal que es el que dirige la red mediante contratos -en su mayor parte informales- con los restantes agentes. Se aboca a la coordinación y la dirección, mediante una fuerte tendencia al liderazgo, una elevada reputación y un elevado capital de relaciones.
De esta forma surge lo que hemos dado en llamar la empresa-red, que responde a un modelo "desintegrado" de organización para producir commodities agrícolas. Su origen se fundamenta en el acentuado capital social existente en las áreas rurales del país, es decir en la capacidad de interconexión de los distintos agentes (contratistas rurales y proveedores de servicios, fundamentalmente), bajo las instrucciones del mencionado agente focal, al que denominamos empresa coordinadora.
La enorme ventaja de la empresa-red reside en su capacidad de reducir los costos, en su mayor nivel de flexibilidad y de eficiencia y productividad derivadas de su extremo grado de especialización y, sobre todo, por la posibilidad de alcanzar mayor escala productiva.
Gran parte de las empresas-red se conforman de agentes familiares que operan a nivel regional y utilizan sus equipos a capacidad plena, a diferencia de lo que sucede con cada productor estadounidense que desarrolla múltiples actividades, lo que deriva en un bajo nivel de especialización y una gran capacidad ociosa en sus equipos. Un claro ejemplo lo brindan muchísimas cosechadoras que solo operan un mes al año o múltiples sembradoras para trabajar dos o tres meses en cada campaña.
El comportamiento de los agentes está regido por el capital social pues ellos creen en cada uno de ellos y están comprometidos con la palabra empeñada. Ello permite múltiples operaciones ágiles, sin trámites burocráticos y transacciones de reducido costo.
Pero si el capital social es el que induce a realizar transacciones de bajo costo, ¿por qué recién en los últimos años apareció a la figura de la empresa-red? La respuesta la hallaremos en la impresionante revolución tecnológica de la década de 1990 con formidables sistemas de comunicación, como la telefonía móvil y todo lo relacionado con internet, fenómeno que se acrecienta en las décadas siguientes.
De no haberse registrado estos avances tecnológicos, otra hubiera sido la historia del país que, pese a las políticas económicas adversas al agro, ha logrado incrementar violentamente su producción agrícola.
El autor es profesor en la Ucema. Este artículo es una síntesis de una conferencia que brindó, en inglés, en la Universidad de California, en Berkley sobre las redes agrícolas
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