El dólar blue, en baja por el ritmo que ya impone el futuro gobierno
La agenda legislativa del Gobierno se mueve a un ritmo vertiginoso; ley de telecomunicaciones, reformas del Código Civil y del Procesal Penal, ley de hidrocarburos. Además muestra una enorme flexibilidad ideológica: desde el abandono del garantismo hasta la transferencia de recursos desde el Estado y los consumidores hacia las petroleras, pasando por el triple play para las telefónicas, la plasticidad y el pragmatismo del Gobierno son sorprendentes.
Semejantes volteretas en materia de regulaciones se contraponen con un panorama exactamente opuesto en su política económica, en la que el rumbo se mantiene inmutable. Las tarifas a la energía congeladas, el déficit fiscal aumentando, la emisión financiando ese déficit y la represión financiera como método siguen siendo los contenidos pétreos del "modelo". El resultado son la inflación, el atraso cambiario, el cepo y la recesión.
En medio del retraso del tipo de cambio y el descontrol fiscal, en las últimas semanas el peso argentino dejó de depreciarse en el mercado paralelo. Más aún, se apreció desde un valor de 15,7 pesos por dólar el 30 de septiembre hasta menos de 13 pesos en la actualidad.
Los fundamentos no cambiaron: en agosto pasado el gasto primario creció a un ritmo de 49% anual, las tasas de interés siguen muy por debajo de la inflación, y el Gobierno y el Banco Central, en vez de explicar cómo bajarán la inflación, se dedican a promover a Norberto Itzcovich al frente del Indec para perfeccionar el ocultamiento.
Uno de los factores que influyeron en la apreciación del peso en el mercado paralelo fue el abandono del desdoblamiento cambiario de facto que existía a través del mercado de contado con liquidación (CCL). En los últimos días de la gestión Fábrega en el BCRA, los importadores que no lograban acceder al mercado oficial eran enviados por el ministro Axel Kicillof a hacerse de dólares en el CCL. Se "santificaba" así una operación dudosa hasta entonces con un beneficio y un costo: se daba más fluidez a las importaciones, pero se aumentaba a la vez la depreciación del peso por la mayor demanda de divisas de los importadores.
La libre flotación del peso en ese mercado duró apenas un suspiro: nada flota libremente en la Argentina excepto cuando llueve mucho. De ello pueden dar cuenta el cuello de Fábrega y la casa de Bolsa del Mariva, sacrificados en el altar del cambio de rumbo.
Simultáneamente, el Gobierno inició un operativo de "puchereo" de divisas mediante el swap con China, que acercó unos US$ 800 millones; algo de plata del Banco de Francia; la licitación de licencias de 4G para celulares, y el adelanto de divisas de las cerealeras por US$ 1500 millones, que permitirán cerrar el año con reservas por encima de los US$ 26.000 millones a costa de tomar deuda de corto plazo y vender algunas joyas de la abuela.
Sin embargo, tal vez el factor más importante para explicar la mejora del peso en los mercados "libres" no se encuentre ni en la represión ni en el puchereo, sino en el futuro.
El cepo condenó a la Argentina tan claramente al estancamiento con inflación que los candidatos a la presidencia compiten por prometer en cuántos días de su gestión lo desmontarán. Nadie promete mantener lo bueno del cepo y eliminar lo malo. Y si la Argentina tendrá un solo tipo de cambio en enero de 2016, la pregunta es dónde se situará ese valor.
La inflación en 2015 oscilará entre 25 y 50% anual, dependiendo de que se acuerde o no con los holdouts. Si hay acuerdo habrá financiamiento externo, y si no lo hay, habrá que reemplazar los dólares financieros con más superávit comercial, que sólo vendría de la mano de una recesión más aguda y de una depreciación de la moneda.
Si el peso oficial finaliza este año en 8,75 pesos por dólar y debe absorber la inflación del año próximo y eventualmente una corrección adicional de 10%, es probable que el peso oficial y el paralelo se terminen unificando en 2016 en un valor de entre 12 y 14 pesos por dólar, dependiendo del escenario de 2015. La cercanía de ese evento actúa como un centro de gravedad y comienza a ponerle un techo al paralelo.
El tiempo hasta el cambio de Gobierno se acorta, y con ese acortamiento cae la incertidumbre: el Gobierno comienza a gozar de los beneficios de desmontar el cepo sin hacerlo con sus propias manos: el relato no se mancha.
Para cerrar el círculo y retirar los pesos que emite para financiarse comenzó a colocar deuda en pesos vinculada a la depreciación del tipo de cambio oficial, los bonos dollar-linked. Es decir, coloca dólares de cartón a $ 8,5, que eventualmente se convertirán en dólares de verdad dentro de un año.
El Tesoro ya emitió el equivalente a US$ 1000 millones hace una semana, colocará otros US$ 800 millones la próxima y el Central hará lo propio por US$ 500 millones. El número a emitir en 2015 será pasablemente gigante: son los costos de mantener el desendeudamiento.
Para que la historia termine bien, la próxima administración no sólo deberá abrir el cepo, sino que deberá pagar la cuenta del festival de bonos de 2015.
En un máster pagado por todos, Axel Kicillof, que proclama que la emisión no genera inflación, finalmente comienza a comprender la sutil diferencia entre emitir dinero y emitir bonos.
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