Se están volviendo cada vez más más dañinos, pero no más frecuentes; el costo económico que generan va en aumento, pero las muertes están disminuyendo, a medida que mejoran los pronósticos y los tiempos de respuesta a las emergencias
El huracán Ian se estrelló contra la costa de Florida el 28 de septiembre. Se cree que es el quinto huracán más fuerte registrado que ha tocado tierra en Estados Unidos, con vientos que se acercan a los 240 kilómetros por hora. Dejó a Cuba a oscuras tras cortar su red eléctrica; ahora unos 2 millones de habitantes en Florida están sin electricidad. Dos personas fallecieron en Cuba; las bajas en Florida aún no están confirmadas. Solo unos días antes, el tifón Noru había azotado Filipinas después de intensificarse inusualmente rápido: mató al menos a ocho personas y obligó a evacuar a decenas de miles. ¿Están empeorando estos tipos de tormentas? ¿Es culpa del cambio climático?
Como resultado de que los humanos emitan gases de efecto invernadero a la atmósfera, el mundo está en promedio 1,1 °C a 1,3 °C más caliente que antes de la Revolución Industrial. Desde entonces no hubo un aumento en el número de ciclones tropicales, las tormentas que giran rápidamente conocidas como huracanes en el Atlántico y como tifones y ciclones en otros lugares del planeta. Esto sugiere que el calentamiento global no los está haciendo más frecuentes (aunque podría estar cambiando el lugar donde ocurren). Pero las tormentas se están volviendo más fuertes, más lentas, más húmedas y más salvajes.
Los ciclones tropicales son alimentados por la temperatura de las aguas en las cuales se forman y se mueven. Más del 90% del calor adicional dentro del sistema climático es absorbido por los océanos, cuyas temperaturas superficiales promedio están alrededor de 0,8 °C por encima del promedio del siglo XX. Entre 1980 y 2017 los mares absorbieron más de tres veces la cantidad de energía contenida en la reserva mundial de combustibles fósiles. Ese poder adicional permite que las tormentas se intensifiquen más rápidamente. El aire más cálido también contiene más humedad, lo que ayuda a que los huracanes duren más una vez que llegan a la costa y que aumente la cantidad de agua que pueden arrojar en forma de lluvia.
El cambio climático también parece estar influyendo en las rutas que toman los huracanes una vez que están en tierra. La velocidad y la dirección de las tormentas están dirigidas por corrientes de aire en varias partes de la atmósfera, que parecen volverse más lentas a medida que aumentan las temperaturas globales (aunque aún no está claro por qué). Eso hace que sea más probable que los huracanes se muevan lentamente o se desplacen sobre un lugar, aumentando su capacidad de destrucción. Un estudio realizado por las agencias meteorológicas y espaciales de Estados Unidos encontró que la velocidad de avance promedio de los huracanes del Atlántico Norte disminuyó un 17% entre 1944 y 2017. En agosto de 2017, el huracán Harvey se detuvo durante tres días en Houston, Texas, donde liberó cantidades récord de lluvia, causando inundaciones catastróficas. Posteriormente, los científicos determinaron que el evento había sido tres veces más probable por el cambio climático.
El cambio climático también está provocando un aumento del nivel del mar, ya que los casquetes polares y los glaciares se derriten y el agua se expande a medida que se calienta. Esto aumenta otra amenaza planteada por los huracanes, que empujan el agua de mar hacia la costa a medida que avanzan. El aumento del nivel del mar significa que las olas viajan más hacia el interior, llegando a más personas y edificios. Las diferencias en la gravedad y las corrientes significan que el exceso de agua en los océanos no se distribuye por igual en todas las costas. Alrededor de Fort Myers, una ciudad de Florida por la que pasó Ian, el nivel del mar es 33,7 centímetros más alto hoy que hace un siglo. El oleaje ciclónico alcanzó los 3,7 metros, sumergiendo automóviles y casas.
Todos estos factores se combinan para hacer que los huracanes sean más dañinos para las propiedades y los medios de subsistencia. (Sin embargo, las muertes están disminuyendo, a medida que mejoran los pronósticos y los tiempos de respuesta a las emergencias). El costo total de los desastres meteorológicos y climáticos en Estados Unidos -entre los cuales las tormentas son el mayor contribuyente- en los últimos cinco años fue de US$788.000 millones, aproximadamente un tercio del total del período1980-2022 (ajustado por inflación).
Pero el cambio climático no tiene toda la culpa. También lo es la tendencia a construir cada vez más en las zonas vulnerables de la costa. Entre 2010 y 2020, la población de Florida creció casi un 15%, el doble de la tasa a nivel nacional de Estados Unidos. La población también acudió masivamente a la costa atlántica. En última instancia, la humanidad tiene doble culpa: por cambiar el clima para que los huracanes sean más peligrosos y por seguir interponiéndose en su camino.
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