El secreto de una pyme exitosa que se dedicó a la cerveza artesanal
Aún cuando en el ultra competitivo mercado actual las pymes se ven obligadas a regirse por las mismas reglas y lógicas que las grandes compañías, quienes ocupan los cargos directivos de ambos tipos de empresas deben enfrentar realidades muy distintas. Comandar un emprendimiento familiar o una pyme implica una serie de problemáticas sobre las cuales no abundan las guías. Dificultad para delegar, falta de tiempo para planificar, soledad ante la toma de decisiones, incertidumbre frente al crecimiento de la empresa y hasta un impacto excesivo en la vida personal son algunas de las dificultades con las cuales deben lidiar los socios o dueños de una pyme, especialmente cuando el negocio empieza a crecer y todo parece desbordarse.
Es lo que les pasó, por ejemplo, a Juan Augusto Chereminiano, Facundo Imas Ananía y Bruno Ananía, socios de The Temple Bar, una cadena de bares con 13 locales en todo el país y, desde hace un año, con fábrica propia de cerveza artesanal. Cuando el éxito del primer Temple Bar y el consolidado aumento del consumo de cerveza en pubs los puso en el desafío de la expansión se vieron de frente con las típicas problemáticas de toda pyme en crecimiento. Para ellos, que se habían metido en el asunto un poco por tener algo propio y otro tanto por diversión, era hora de afrontar nuevos riesgos y de organizar mejor el negocio. Así como cuando empezaron no tenían experiencia alguna en gestión de un local nocturno y terminaron creando una marca reconocida, decidieron también ponerse a elaborar cerveza, con todos los procesos que eso implica, y hoy producen más de 40 mil litros por mes.
De emprendedores a Pyme en expansión
La historia del negocio de quienes hoy son los dueños del Temple Bar comenzó en 2008 cuando Chereminiano y Facundo Imas Ananía cumplieron el sueño de muchos jóvenes: tener un bar propio. Lo pusieron mientras trabajaban en relación de dependencia en el Club de Amigos y la cosa enseguida empezó a funcionar. Renunciaron a su trabajo y sumaron a Bruno Ananía, el tercer socio. Por aquel entonces el formato típico de bar nocturno era el Irish Pub. Pero ellos notaron que el concepto estaba empezando a cambiar. De repente afloraron muchos más bares para un público más joven. El segundo Temple lo abrieron en 2012 en Recoleta. "Esa zona estaba llena de pibes que venían de estudiar. Elegimos un local bien visible para probar la marca, frente a la parada del colectivo 37: todo estudiante que va de Ciudad Universitaria a Lanús pasaba por nuestra puerta. Y notamos que el boca en boca funcionaba muy bien. Cuando pusimos un tercer local en Costa Rica y Gurruchaga cambiamos de escala. Teníamos 80 empleados y los proveedores ya nos miraban distinto", recuerda Chereminiano, que estudió Administración de Empresas y tiene apenas 33 años. Luego vinieron la primera apuesta en el interior con el Temple de Córdoba, las franquicias (Pilar, Rosario, Salta y otros puntos del país) y Temple Brewery, la fábrica propia de cerveza artesanal que también tiene bar y queda en Del Viso, al costado de la Panamericana.
Mucha iniciativa, una buena lectura de los hábitos sociales, especialmente de quienes se podían convertir en sus potenciales clientes, y un sentido de la innovación permanente les permitió dar el salto de simples emprendedores a dueños de una pyme exitosa y en expansión. Pero, según ellos mismos reconocen, también fue fundamental escuchar los casos de otras personas que, incluso desde otras industrias, estaban en proceso de hacer el mismo camino que ellos. "En 2016 Facundo y yo hicimos el programa de Dirección de Pequeñas y Medianas Empresas (DPME) del IAE porque sentíamos que necesitábamos actualizarnos, volver a lo académico y sobre todo profundizar en herramientas pyme. Estábamos en un momento de crecimiento importante, había que empezar a formar mandos medios para la empresa, con división de roles, áreas, funciones", cuenta Juan Augusto Chereminiano, quien unos años antes ya había participado de NAVES, un programa de formación, mentoría y networking del IAE Business School.
La experiencia del DPME resultó muy fructífera para los tres socios (Bruno lo hizo un año después). "Lo que más me gustó es lo que se genera como comunidad emprendedora o empresaria. Hoy uno de los grandes valores para una pyme o para una empresa es el capital humano y el capital social, y el IAE anima a juntarse con gente de otras industrias u otros emprendedores de la misma o diferente industria para poder challengear o confrontar las mismas situaciones y poder encontrar así mejoras o innovación", enfatiza Chereminiano.
Desde el lado académico, el profesor del DPME Julio Sánchez Loppacher remarca que el proceso por el cual atravesaron los socios de The Temple Bar es muy común en el mundo de las pymes. "Es un caso interesante el de Temple porque, como pasa en la vida de cualquier empresario emprendedor, a medida que fueron creciendo y el éxito los fue acompañando notaron que ese crecimiento tenía que darse con más profesionalismo, con más gerenciamiento", sostiene.
Con el negocio consolidado y en constante evolución, los socios de The Temple Bar se animan cada vez a más desafíos. Hoy uno de ellos es la sustentabilidad, para lo cual trabajan con una consultora especializada en gestión de residuos. El impacto ambiental de lo que producen se convirtió casi en una obsesión para esta pyme, al punto de que todo nuevo proceso es analizado en primer lugar desde esa perspectiva. "Ahora en unas semanas estamos saliendo con el delivery y pensamos en hacerlo o no por el tema del packaging y el desperdicio. Siempre medimos lo que queremos hacer con el impacto que estamos generando. Por momentos se torna un poco obsesivo, pero nos ha ayudado a darle una vuelta de rosca más", concluye Chereminiano. Y es que con la casa en orden es más fácil ir por más.