Cavallo, aplaudido en Nueva York: los íconos de los 90 se toman revancha en el corazón financiero del mundo
TGS celebró esta mañana los 30 años de cotización en la Bolsa de Nueva York con la presencia del exministro y algunos de los empresarios más importantes del país; amplia recuperación positiva de los años 90 y un consejo para Javier Milei
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Nueva York.- Oscar Sardi era un joven ingeniero mecánico que no podía creer lo que estaba viendo. Una década después de su primer día en Gas del Estado, la ola privatizadora que bañó a la Argentina en los años 90 llegaba a su compañía con la implementación de cambios que, en algunos casos, parecían de ciencia ficción.
Hubo un “diluvio” de computadoras, dice, que invadieron las oficinas de esta faraónica empresa nacional, toda una rareza porque tan solo mencionar esa clase de dispositivos tecnológicos era considerado “una mala palabra” en una empresa estatal hacia fines de los años 80.
El costado modernizador de la llegada de empresas privadas al capital social de estos elefantes corporativos se complementaba con la recuperación de conocimientos más artesanales y humanos. Había que volver a hacer presupuestos realistas, calcular costos y verificar ingresos, algo que muchos de los profesionales que formaban parte del sector público habían estudiado en la facultad, pero dejaron de practicar con asiduidad en su trabajo para el Estado.
Sardi es hoy el director general de Transportadora Gas del Sur (TGS), una de las principales empresas del rubro en la Argentina, que espera tener un crecimiento exponencial en los próximos años, apalancada en el boom de Vaca Muerta. Esta compañía nació como un desprendimiento de la vieja Gas del Estado.
Hace minutos en esta ciudad, junto a una comitiva conducida por Marcelo Mindlin y Marcelo Sielecki en representación de sus principales accionistas, Sardi tocó la campana para abrir la jornada en la Bolsa de Nueva York. Ocurrió en el marco de la celebración por los 30 años desde que la acción de TGS comenzó a cotizar en esta plaza.
Esta compañía, a su vez, es una agasajada más en un cumpleaños colectivo. Las otras son Telecom, Edenor y Central Puerto, por caso. A YPF le tocó el año pasado celebrar las tres décadas en la New York Stock Exchange (NYSE).
El calendario delata los hechos. Tras la privatización de los años 90, una gran cantidad de empresas se subieron al tren de la apertura que capitaneaba Carlos Menem para hacer cotizar sus acciones en el mercado más selecto del mundo. Muchas de ellas se dedicaban a los servicios públicos o estaban relacionadas con ellos y habían nacido con la muerte de las empresas públicas.
Para las compañías argentinas que miraban al norte, no solo les representaba el acceso al corazón financiero internacional, sino también someter su contabilidad a la Securities and Exchange Commission, la SEC, el organismo regulador bursátil de Estados Unidos. No hay una liga mayor a esta.
El propio Mindlin está alcanzado por el principio de esta historia. “¿Qué estábamos haciendo nosotros en los primeros años de los 90? Estábamos administrando fondos en la Bolsa argentina para George Soros (uno de los mayores inversores del planeta) y, al mismo tiempo, preparando IRSA con Eduardo Elsztain. De casualidad, en 1994 hay tres empresas que arrancaron la cotización en la Bolsa: Irsa, YPF y TGS, que es lo que justamente estamos acá celebrando”, recordó el empresario.
El hilo histórico que une lo que pasó hace 30 años con la actualidad de la Argentina hace una figura casi circular. Un poco porque ahora los palacios gubernamentales se volvieron a poblar con apellidos insignes de los años 90. El caso más resonante es el del linaje Menem. Eduardo “Lule” Menem es la mano derecha de la secretaria General de la Presidencia, Karina Milei, con sede en la Casa Rosada. Mientras que Martín Menem maneja la Cámara de Diputados.
El revival noventista ocupa muchos más casilleros. El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, era diputado en los 90 y luego fundó un partido con Domingo Cavallo, una de las figuras más importantes de aquellos años. De hecho, Francos guarda una profunda estima por el exministro. Ambos siguen hablando con frecuencia en la actualidad.
Cavallo fue recibido hoy en el corazón de Wall Street como un héroe de la Nación. Fue invitado personalmente por Mindlin para celebrar el momento. Junto a su esposa Sonia, estrechó todas las manos que se le acercaron. Y se excusó amistosamente de dar entrevistas. Los empresarios aquí reunidos consideran que la modernización del país en los 90 se hizo tan bien que incluso les permitió a las empresas sobrevivir al kirchnerismo.
El exministro de Economía hizo hoy una serie de revelaciones con respecto a aquel proceso que tienen vigencia en el contexto actual de la Argentina. “Desde la Fundación Mediterránea habíamos trabajado con la idea de que el proceso de privatizaciones tenía que servir para que la economía de esos sectores funcionaran como en una economía de mercado, y que todo esto sirviera para atraer capitales que financiaran las inversiones y la transformación de esas empresas”, sostuvo. Y hasta dejó un consejo tácito para Javier Milei.
Cavallo fue largamente aplaudido al final de su exposición. Es una muestra más de su regreso a un lugar de valoración y consulta que estuvo ausente durante muchos años tras la crisis de 2001. De hecho, una de las cosas que más le molestó al exfuncionario es que incluso la Mediterránea, el lugar que lo vio nacer como figura pública, intentó durante años “descavallizar” su imagen.
Uno de los asesores estrella del exministro de Economía era Carlos Bastos, que hoy es director de YPF. Aunque no subió al escenario, fue invitado por los organizadores. A Bastos se le asigna una ascendencia relativa sobre el equipo que maneja la cuestión energética. El secretario del área, Eduardo Rodríguez Chirillo, era un joven entusiasta de la gestión pública en aquellos años. Incluso la hija del ex superministro Cavallo, Sonia, es la embajadora argentina en la Organización de los Estados Americanos (OEA). Solo para poner un punto, hay que agregar que el exministro de Justicia menemista Rodolfo Barra está hoy a cargo de la Procuración del Tesoro.
Las similitudes van más allá de los nombres, ya que las ideas que implementó Carlos Menem en los años 90 son ponderadas por el presidente Javier Milei, quien incluso espera profundizarlas. Hay quienes se animan a comparar, con salvedades, sendas presidencias.
La llegada de Menem, envuelto en el clima de la hiperinflación de 1989, le puso fin a un modelo difuso que, con sobresaltos, tenía entre sus ingredientes el control de precios, múltiples tipos de cambio, la proliferación de institutos para regular el valor de los granos, el déficit fiscal y el impulso de un concepto económico del desarrollo industrial mediante la sustitución de importaciones. El líder peronista eligió la opción del libre mercado.
Milei llegó al poder empujado por el temor a una hiperinflación, aun sin concretar. En cualquier caso, la suba de los precios era visible y afectaba la vida de las personas de forma notoria. Como pasó con Menem, el surgimiento del líder libertario clausura otro ciclo de cierre económico que comenzó con Eduardo Duhalde, se profundizó con Néstor Kirchner, tuvo una interrupción de cuatro años con Mauricio Macri y se relanzó con Alberto Fernández y Cristina Kirchner. La propuesta de Milei comparte cosas con la de Menem: apertura de la economía, equilibrio fiscal y orden monetario.
Las ideas de los años 90 llegaron al presente con la carrocería abollada, al igual que los funcionarios que formaron parte de aquella gestión. De esa escudería forman parte las empresas privatizadas.
La década de Menem fue denostada por el kirchnerismo, el proyecto económico calificado como “neoliberal” y las compañías que se vendieron fueron consideradas empresas “malditas”.
Hay un punto de las privatizaciones que generó gran tensión social y está en el principio de esa narrativa. Las compañías estaban sobredimensionadas y lejos de la vanguardia tecnológica. La llegada de los nuevos dueños cambió eso y derivó, entonces, en el retiro de grandes masas de trabajadores que cobraron indemnizaciones interesantes. En parte, ese dinero colaboró con el crecimiento explosivo de kioscos, canchas de pádel y videoclubs.
Pasada la efervescencia de los emprendedores, muchos de esos exempleados con iniciativa sucumbieron ante la excesiva oferta de lo mismo, las dificultades del mundo privado y una economía que aterrizaba golpeada por varios frentes, al final de la década. Quienes participaron de ese proceso reconocen hoy que no hubo un plan para encauzar esa masa de empleados con dinero que comenzaron a deambular por el mercado.
El segundo capítulo de la maldición, según quienes formaron parte de aquella época, podría sorprender. No tiene que ver con el matrimonio Kirchner, que luego se convirtió en un denodado impulsor del concepto, sino con el epílogo político de Fernando De La Rúa.
En medio de una situación económica y social delicada, la gestión de la Alianza les pidió a las empresas de servicios públicos no aumentar las tarifas, que por ley debían ajustarse según el PPI (el Price Producer Index norteamericano). Las compañías aceptaron. Tuvieron que esperar 15 años para que Cristina Kirchner les recompusiera, mal y tarde, parte de su ingreso.
Para las privatizadas, los años que le siguieron a De la Rúa fueron sórdidos. La transición entre Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde dejó un default y la ruptura de todos los contratos de servicios públicos. De eso se derivó la pesificación y el congelamiento de tarifas. La mayor parte comenzó a tener patrimonios netos negativos, una alta intervención del Estado y una opinión pública que las acusaba por prestar un mal servicio.
La Argentina no está hecha para cualquiera. Los accionistas internacionales que llegaron con la modernidad menemista cedieron el lugar a los empresarios locales. La francesa France Télécom y su par italiana entraron a Telecom, pero luego vendieron su participación. Hoy mandan allí los accionistas del Grupo Clarín.
La también francesa Electricité de France se hizo cargo de Edenor. Hoy la empresa pertenece a los empresarios Daniel Vila, José Luis Manzano y Mauricio Filiberti.
En Metrogas estaba la británica British Gas, pero ahora manda YPF, bajo control estatal, mientras que en Transener había desembarcado su coterránea National Grid, que se quedó con una porción de control. Allí también están ahora Pampa Energía, junto a Enarsa.
Una de las pocas sobrevivientes de aquella época es Telefónica de España a través de su homónima local. No está claro cuál es el entusiasmo del accionista por ese negocio.
Más allá del cambio de nombres, apellidos y lugares de nacimiento de sus accionistas, las empresas “malditas” de los años 90 que sobrevivieron al torbellino argentino parecen estar lanzadas a recuperar el tiempo perdido.
TGS, por caso, tiene hoy cinco líneas de negocios, una de las cuales fue desarrollada como inversión a riesgo hace seis años en el corazón de Vaca Muerta, donde lleva invertidos más de US$700 millones y sigue proyectando el desarrollo del potencial energético del país.
La política, que en el pasado les reservó un lugar ignominioso para estas empresas, ahora las exalta lateralmente cuando habla de privatizar compañías que hoy están en la órbita pública, como Aerolíneas Argentinas, Aysa o el Banco Nación. Lograron una recomposición parcial de tarifas y en la mayoría de los casos tienen planes de crecimiento.
Lo que sucedió esta mañana aquí es una muestra de ello. Tras el toque de campana celebratorio, Mindlin, sus socios y algunos ejecutivos tenían una reunión con bancos e inversores para completar algo que en otras épocas puede haber resultado quimérico: “venderles” la conveniencia de invertir en una empresa argentina.
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