Aceptar la nueva versión
El paso del tiempo obliga a amigarse con el cuerpo y sus cambios
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Esta semana me llegó una invitación: “¿Estás la próxima semana por acá? Quiero invitarte a una producción por el día de la madre”. La que lo decía es Catalina Bartolomé, creadora de Retratos Profesionales, un estudio de fotografía en el que me retraté hace tiempo, ya que necesitaba fotos para incluir en la solapa de un libro y para promocionar los trabajos que ofrecía. Esas fotos, son las que aún están en todas mis redes de contacto, aunque reflejen una imagen de hace cinco años.
Le comenté que no estaría al mismo tiempo que sentí un gran alivio por no tener que enfrentarme con la decisión de tener que fotografiarme. Cuando me di cuenta de esto, decidí compartírselo. “Estoy en proceso de amigarme con la idea de volver a sacarme una foto, las necesito por nuevos trabajos, pero aún no me animo”. Lo que pasa, es que volver a hacerme un retrato es aceptar esta nueva versión, el paso del tiempo. Mi confesión resonó inmediatamente con ella, porque es una conversación habitual que tiene en el estudio y derivó en una conversación profunda con Catalina.
“Hay muchos clientes que nos hablan de esto, de cómo les cuesta retratarse otra vez, aceptar la nueva versión, estamos muy exigidos por todos lados. Lo que pasa en el estudio a diario me avisa una y otra vez lo dañada que está nuestra mirada, lo que heredamos de necesidades y exigencias ajenas. Nos hablamos mal a nosotros mismos. ¿Qué pasaría si no inicio la conversación sobre el paso del tiempo, sin nombrar mis canas, si no digo que mi cara está toda hinchada porque dormí mal?”, dice Bartolomé.
Las personas suelen llegar nerviosas al estudio, en especial las mujeres, que son las que se animan a compartir lo que les pasa. Según la ONG Bellamente, 8 de cada 10 mujeres argentinas experimentan insatisfacción corporal. Catalina lo refleja en esta historia de una cliente: apenas llegó dijo que se veía mal, repetía un relato muy duro pegado a su cuerpo. Al ver las fotos dijo: no me gusta, qué fea. “A pesar de verla hermosa, sabíamos que lo que importaba era lo que ella sentía y percibía. No hablaba de las fotos”. Entonces, le siguieron la corriente: ¿y si retratamos tu fealdad y vemos qué pasa? Hubo algo que generó un quiebre, que permitió que aparezca una nueva apertura, empezó a disfrutar mientras se le aliviaban sus gestos, estaba mucho más disponible. “Al mostrarle el resultado, ella agarró la cámara con sus manos, como tocándose a ella misma en el visor y dijo “qué linda fea” y nos reímos”, cierra la fotógrafa.
Mientras cerrábamos la conversación Catalina me dijo: “Martu, esta charla es una de tus columnas”. Y sí. “Mi mejor versión” se llama este espacio, que en este caso se trata de aceptar la nueva versión, ese arduo trabajo de mirarnos más amablemente.
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