El argentino que vivía en un templo budista y abrió un negocio en Ámsterdam
José Mollura fabrica carteras artesanales; cada una cuesta entre 600 y 2000 euros
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Su local de diseño y fabricación de carteras está en un edificio del 1760, a pocos pasos del Palacio Real de Ámsterdam (Países Bajos). Trabaja solo, emplea sedas italianas y francesas y cuero de la Toscana (Italia). Sus bolsos cuestan entre 600 y 2.000 euros. “Es como hacer un cuadro, un trabajo manual y emocional, por eso no quiero empleados y elijo las mejores materias primas”, dice el argentino José Mollura, que hace 23 años dejó el país.
“Tengo dislexia”, apunta en el arranque de la conversación con LA NACION, y aclara que ese trastorno en el aprendizaje tuvo mucho que ver en su carrera. Su bisabuelo era zapatero en el sur de Italia y, aunque no lo conoció, cuando escuchaba hablar de su historia sentía que él tenía que hacer algo con las manos. Le costó terminar el secundario, empezó a estudiar Economía Agraria en la Universidad de Belgrano, pasó también por Agronomía e hizo el curso de martillero. “Un día, en un remate, me dan el martillo y me dio miedo escénico. Decidí que no era para mí”, repasa.
Resolvió ir a Italia para hacer la carrera de Diseño en la Politécnica de Milán y, además, aprovechar otra habilidad que tiene y estudiar cata de cafés.
En la universidad duró poco, porque quería más práctica y menos teoría, así que se fue a la India, donde trabajó dos años gratis en una fábrica de zapatos. “Ahí aprendí todo”, dice. Su camino siguió en Tailandia, donde cosió en un templo budista. En la India, para subsistir se incorporó a una exportadora de café. Inmerso en ese mundo, estudió para el examen mundial de cata y lo aprobó. Se ofreció a un importador holandés y así llegó a Ámsterdam.
“No soy una persona inteligente, soy tenaz -subraya-. Soy el típico ‘95% sudor y 5% de suerte’. Logré conjugar diseño y café. Empecé a hacer los bolsos en un suburbio de Ámsterdam hace 20 años y ya llevo seis en el local físico. Además, cada seis semanas viajo a Etiopía y Kenya por el café”. Es Q Arabica Grader, un título de catador que solo tienen 2000 personas en el mundo.
Los lunes trabaja en Moyee Coffee, empresa holandesa especializada en cafés y tés de alta calidad. Se dedica a catar y a controlar la calidad de los granos que la compañía compra en el mundo.
En los primeros años, todo el dinero que hacía lo reinvertía en materiales y herramientas para sus carteras. A medida que se fue afirmando en el negocio, buscó un local, lo remodeló y se instaló allí, donde ahora tiene un área de diseño y también de ventas. Mollura enfatiza que cada día empieza convencido que debe hacer algo nuevo.
Aclara que usa cuero italiano. “El argentino es el mejor crudo, pero el italiano lo es ya curado”, dice. Las sedas las encarga en empresas familiares que tienen dos siglos de trayectoria: “Elijo el patrón que quiero y lo hacen especialmente”.
“El atelier es muy cálido, estoy en un monumento patrimonial que forma parte de la historia de Ámsterdam y, además, continúo la tradición del trabajo del cuero -señala-. Estoy encantado de preservar ese arte”.
Mollura es muy activo en las redes sociales, en las que no duda desafiar a las grandes marcas internacionales. Ironiza sobre el precio y también sobre la industrialización de la producción. “Con estas dos manos y un par de máquinas hago toda esta colección. ¿Vos cuánta gente necesitás para hacer tus bolsos, 100, 200 cuantos? Cuando producís en serie, perdés calidad”, le dijo por ejemplo a una.
A los 45 años, sostiene que pudo construir su negocio a su manera. En la actualidad tiene lista de espera para entregar sus bolsos. “La gente viene a comprar y dice ‘cuando termines, avisás’, porque sabe cómo es mi sistema, absolutamente artesanal”, sintetiza.
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