En 2003 inauguraron Tango Academy, por la que ya pasaron unos 15.000 alumnos; invirtieron el dinero que ganaban como bailarines para que el lugar se consolide; organizan viajes a la Argentina
“La conexión humana es lo que engancha. Vendemos abrazos, que son una necesidad básica. Los pasos y todo eso viene después. Ofrecemos esto en una cultura donde se dan la mano de lejos. Entonces, en un momento, se ven abrazados, contenidos, y eso los lleva a otro planeta”. El lugar es la Tango Academy, en Londres, fundada en 2003, por Leandro Palou, bailarín argentino reconocido en el mundo. La apuesta le llevó “muchos ochos”, como menciona Palou, que invirtió entre 100.000 y 200.000 libras hasta que “despegó” el negocio, unos tres años después de inaugurarlo.
Palou, de 49 años y nacido en San Fernando, es ingeniero. Empezó a bailar a los 14 años, cuando su tía María Isabel lo llevó para que tomara clases con ella. “Iba a los boliches y me costaba hablar con las chicas, pero en las clases venían a buscarme para bailar -recuerda-. Estaba en mi salsa. Mi tía dejó y yo seguí, me empezó a gustar. Como era el más chico, los milongueros me tiraban tips, me querían como su discípulo. Fue una época muy linda, con mucha información, con milongueros que hoy ya no existen”.
En los 90 su compañera de baile era Andrea Missé. Empezaron a hacer giras y exhibiciones en milongas, y los empezaron a contratar desde el exterior. A mediados de la década, decidieron instalarse en Estados Unidos. Y después de seis años se mudaron a Londres, donde en marzo del 2003 abrieron la Tango Academy.
“La idea era que se trataba de la primera parada, después sería otro lugar. Pero nunca me fui, acá sigo”, dice Palou a LA NACION en un alto en su trabajo en la BBC, donde con su esposa y pareja de baile, Maria Tsiatsiani, son coreógrafos de BBC Strictly Come Dancing, programa que cada sábado es visto por 15 millones de personas. “El tango argentino está incluido como un baile especial, exótico”, comenta. Son los encargados, hace varios años, de preparar semanalmente a una pareja.
La decisión de abrir la academia fue a la par de continuar el trabajo como bailarín y, durante un tiempo, esos ingresos le permitieron sostenerla. “Fue una aventura, porque lo nuestro era el tango escenario, los shows, y apostamos a abrir un lugar a donde la gente viniera a tomar clases. En ese entonces no había escuelas, sí algunos que daban clases, pero nada organizado. La propuesta fue un programa para diferentes niveles”, repasa, y añade que los primeros años “no fueron fáciles, hubo que establecer un producto que no existía”.
Al comienzo tenían una “mezcla” de alumnos, aunque dominaban los que ya conocían el tango. Palou afirma que el objetivo siempre era “traer nuevos alumnos, principiantes que ni siquiera sabían que les gustaba el tango”. Ofrecían la primera clase gratis para incentivar.
“Mi idea era que una vez que lo probaran, les iba a gustar”, sostiene. La “chapa” que tenía la pareja como bailarines, el ser maestros de prestigio internacional y el estar en los mejores festivales, les dio la “credibilidad” y la posibilidad de mantener la propuesta “a base de mucho esfuerzo y dedicación, de no perder el rumbo”.
Antes de la pandemia, la academia tenía seis locaciones en diferentes zonas de Londres (dos en el centro) y unos 600 alumnos por semana. En la actualidad cuentan con dos en el área céntrica y unos 200 alumnos por semana. Palou apunta que están en una “etapa de recuperación y crecimiento; otra vez apuesta e inversión”. Los principiantes son la base para sostener la actividad y que se incremente.
La academia -que ganó varios premios como mejor escuela de danza del Reino Unido- tiene tres parejas de profesores argentinos de “primer nivel” como docentes permanentes e invitados periódicos también de trayectoria reconocida: “Todo el tiempo hay rotación de convocados para darle prestigio y calidad”.
Además, organizan dos veces por año un viaje a la Argentina que es una suerte de “intercambio cultural” para que los alumnos “conozcan la cuna del tango”. En marzo hacen, con los principiantes, Buenos Aires y la Patagonia, y en agosto llegan con “los más avanzados, casi profesionales”.
Tienen estudiantes de todo el mundo. La mayor parte va sin pareja, “a conocer, a establecer relaciones”. Las clases grupales cuestan entre 15 y 25 libras y las privadas van desde las 80 a 200 libras la hora. “Contamos la historia, hacemos que escuchen la mayor cantidad de música posible, las orquestas de Darienzo, de Pugliese, de Calo, de Tanturi, de Di Sarli… porque sino se encasillan y bailan siempre los que les gusta. Mientras más saben, más les llega el tango”, indica Palou.