El periodismo militante
Ningún periodista puede militar en otro bando que no sea el de la búsqueda de la verdad y su transmisión a la sociedad
En medios intelectuales y periodísticos va creciendo una inconsistente polémica en la que se contrapone el periodismo a secas con un denominado "periodismo militante", vinculado con la aparición, al amparo oficial, de meros propagandistas de los actos del Gobierno sostenidos económicamente por las autoridades.
Se trata de una controversia lamentable y falaz, por cuanto no puede concebirse un periodismo militante, dado que ambos términos resultan contradictorios y excluyentes. Ningún periodismo puede militar en ningún bando, salvo en el de la búsqueda de la verdad y su transmisión a la sociedad. Cualquier otra militancia convierte al periodismo en otra cosa. En propaganda o en comunicación partidaria, por ejemplo.
Esto no quita que en el genuino periodismo exista el debido espacio para que cada medio de difusión y sus periodistas expongan sus propias ideas. Para eso están, precisamente, los editoriales, los artículos de opinión y los espacios de los columnistas. Es frecuente también que, en beneficio de la mirada plural y en favor del debate de ideas, en muchos de esos espacios de opinión se incluya la de quienes no coinciden con la línea editorial del medio, e incluso la de quienes se oponen a ella.
Queda, por lo tanto, bien establecido dentro de cada medio qué es información y qué es opinión. Pero el problema surge cuando los defensores del "periodismo militante", que por lo general son hombres de prensa que trabajan en medios oficialistas y, por lo tanto, cobran sus sueldos, directa o indirectamente, del Estado, afirman que el único periodismo válido es el militante.
El periodismo debe ejercer una tarea que nunca puede estar dirigida a complacer al poder político ni tampoco a determinado sector económico. Su misión está inexorablemente sujeta a esclarecer a la población, mostrando lo que pueda permanecer oculto en los vericuetos del poder y descubriendo todo aquello que los gobernantes pretendan callar o disimular.
Hay que recordar también que los gobiernos tienen a su disposición muchas y potentes herramientas para publicitar sus actos: entre ellos, la Secretaría de Medios, los voceros oficiales, el millonario presupuesto para publicidad oficial, la posibilidad de convocar a actos y disponer de atriles y el uso –con frecuencia abusivo– de la cadena nacional.
Ha sido el kirchnerismo el que dio pie al absurdo debate sobre la prensa militante, al cuestionar duramente al periodismo independiente y al sostener que los periodistas deben limitarse a informar. Es decir, no opinar ni tampoco investigar.
En el fondo, no parece buscarse un enriquecimiento del debate, sino propender a la existencia de un único mensaje. Bajo el pretexto de combatir un supuesto "monopolio" informativo –algo inconcebible en nuestra aldea global–, se apunta a crear un conglomerado de medios inmensamente más poderoso y al servicio exclusivo de los intereses políticos del partido gobernante.
Ocurre que, como todo régimen proclive al autoritarismo, el kirchnerismo produce adrede y con mala fe una confusión interesada entre lo que entiende por informar y opinar. Por ejemplo: para las autoridades, informar sobre la inflación implicaría limitarse a reproducir los falsos índices que elabora el Indec. En cambio, acompañar y confrontar esos índices con los que elaboran reconocidas consultoras o institutos privados, que por lo general duplican la inflación informada por el Indec, consistiría en tergiversar la realidad y desinformar, según ese peculiar criterio.
Aunque lo haga para defender su gestión, es inadmisible que en pleno siglo XXI un gobierno eche mano de tan bajos y viejos recursos dialécticos. Peor, y aún más preocupante, es que haya comunicadores que defiendan esa tesitura absurda porque entraña la negación del periodismo y de la libre información, y su reemplazo por la mera propaganda.