Entre Alberdi y Carlotto, un insondable abismo
Apelar al nombre de uno de los mayores librepensadores para distinguir a la titular de Abuelas de Plaza de Mayo resulta desmesurado y contradictorio
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La decisión de la Cámara de Diputados de la Nación de otorgar a Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, la Mención de Honor Juan Bautista Alberdi en virtud de su “compromiso solidario y permanente en la defensa de los derechos humanos” nos lleva a reflexionar sobre ciertas contradicciones y desaciertos en los que suele incurrir buena parte de nuestra dirigencia política. Similar fue el caso de la nominación que, en su momento, impulsó el kirchnerismo como candidata a recibir nada menos que el Premio Nobel de la Paz.
En esta oportunidad se ha recurrido para homenajearla a la figura de Juan Bautista Alberdi, uno de los pensadores más importantes de nuestra historia institucional, que ha sentado las bases de nuestra Constitución desde una mirada aperturista, sin sesgos ni demonizaciones. Defensor de los derechos y de las libertades individuales, Alberdi postulaba la importancia del Estado de Derecho, la división y el equilibrio de poderes y el ejercicio de la libertad y la igualdad ante la ley, al tiempo que criticaba con dureza al Estado que distrae su misión esencial para hacerse “fabricante, constructor, empresario, banquero, comerciante o editor (…) En todas las funciones que no son de la esencia del gobierno –decía–, [el Estado] obra como ignorante y como un concurrente dañino de los particulares, empeorando el servicio del país, lejos de servirlo mejor”. Nada más alejado de la concepción de la libertad, en su más amplia acepción, y del propio Estado que la que profesan los gobiernos kirchneristas a los que la homenajeada adscribe. Basta recordar que, además, la señora de Carlotto ubicó convenientemente a numerosos parientes y amigos en cargos públicos, deleznable práctica que Alberdi también condenaba.
Si lo que se quería era reconocer la obra de Estela de Carlotto, creemos que ha sido un grueso error elegir a Alberdi, quien desacreditaba y desaconsejaba aferrarse a presuntos salvadores individuales de los pueblos. Además de ser un acérrimo defensor de la imposición de límites a los gobernantes –cuestión que Carlotto demostró no compartir en absoluto con su prédica en favor de una “Cristina eterna”–, respaldaba la economía de mercado y la propiedad privada.
No hay dudas de la labor de las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes lideraron la lucha por sacar a la luz casos de apropiación de personas durante la última dictadura militar para facilitar a esas víctimas la recuperación de una identidad arrebatada a poco de nacer. Durante mucho tiempo, la organización llevó adelante su cruzada sin estridencias ni manifestaciones facciosas ni de odio. Liderada por Carlotto, se presentaba cumpliendo una misión reparadora, lo que le valió un extendido y bien ganado reconocimiento internacional. Sin embargo, hay que lamentar que la labor haya quedado muy ensombrecida como consecuencia del reiterado empecinamiento y las fidelidades políticas de su presidenta, empeñada en una mirada sesgada y falaz de la trágica década del 70. Premiar esas conductas no es premiar una misión humanitaria y civilizadora. Es, por el contrario, premiar que los valores hayan sido traicionados.
Hace pocos días, Carlotto tildó de “nazi” a José Antonio Kast, el candidato que se impuso en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Chile, en una nueva y desafortunada intervención.
Por definición, los derechos humanos son garantías universales. Asisten a cualquier individuo por la sola condición de humanidad. En nuestro país, esa trascendental dimensión ha sido desconocida de manera sistemática. Y una tan distorsionada como ideologizada reivindicación de los derechos humanos ha sido un arma para dañar a quien se considera un enemigo político. Carlotto encarna hoy una concepción de la defensa de los derechos humanos viciada por el espíritu de facción.
Carlotto encarna una concepción de la defensa de los derechos humanos viciada por el espíritu de facción
El acto de ayer en la Plaza de Mayo en conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos y del aniversario de la recuperación de la democracia fue un intento del kirchnerismo de adueñarse de un espacio físico y de una bandera que, paradójicamente, desde muchos sectores del oficialismo se defiende con una doble vara, como si los derechos humanos fueran solo para quienes simpatizan ideológicamente con ellos.
De rescatar de la oscuridad a los hijos de desaparecidos, Carlotto pasó a reivindicar al terrorismo guerrillero, impulsado por la decisión de eliminar al otro por diferencias ideológicas. Se prestó así a que se usaran los derechos humanos como máscara de persecuciones políticas, como ocurrió con Marcela y Felipe Noble, hijos de Ernestina Herrera de Noble, sometidos a vejaciones por una Justicia al servicio de la ideología del poder político de turno. Cuando se demostró fehacientemente que no eran hijos de desaparecidos, Carlotto se limitó a consignar: “No son nietos nuestros”.
Similares faltas de equilibrio y de prudencia puso de manifiesto frente a la muerte de Santiago Maldonado. La consideró una “desaparición en democracia”, ejecutada por el Estado a través de la Gendarmería. Cuando la Justicia determinó de manera indubitable que Maldonado murió ahogado, una vez más, Carlotto no sintió la necesidad de pedir disculpas.
Así como vio crímenes de lesa humanidad donde no los había, fue ciega a ese tipo de aberraciones en figuras por las que sintió alguna empatía y sobre las que la Justicia, de manera unánime, se expidió. Como ocurre con algunos defensores de los derechos humanos en nuestro país, interrumpen sin empachos su militancia cuando no simpatizan con la víctima. Por ejemplo, repudian el uso de la prisión preventiva para exfuncionarios kirchneristas, pero la promueven para ancianos militares que pasan largos años en las cárceles sin siquiera tener sentencia. Haber cometido crímenes aberrantes durante la última dictadura no los despoja de su condición de seres humanos, menos que menos puede privárselos de los inalienables derechos que los asisten y que Carlotto, entre otras personas, insiste en negarles.
De rescatar a hijos de desaparecidos, pasó a reivindicar el terrorismo guerrillero, impulsado por la decisión de eliminar al otro por diferencias ideológicas. Se prestó a usar los derechos humanos como máscara de persecuciones políticas
Uno de los mayores agravios de Carlotto y de muchos de sus compañeros de militancia a la causa a la que dedican sus fuerzas fue haber subordinado valores de alcance general a una práctica concreta y reducida. La apropiación del kirchnerismo de la causa de los derechos humanos, de esencia universal, fue otro ardid político negociado para recibir el apoyo de todo un sector de la izquierda radicalizada que buscaba vengarse de la derrota militar sufrida en la época de la dictadura y que se vio compensada con la persecución judicial a sus enemigos. Ese mismo mecanismo de apropiación es repetidamente usado como cuando se convoca a celebrar el Día de la Democracia solo con los propios, una vez más, debidamente transportados para la ocasión. Lamentablemente, la asociación Abuelas de Plaza de Mayo fue en estos últimos 20 años otra pieza del entramado orquestado con viles fines subvirtiendo valores.
Haber usado la figura de Alberdi para un reconocimiento a Carlotto constituye una desmesura. Ante un sinnúmero de cuestionables homenajes y distinciones a los que este gobierno ha demostrado ser tan afecto y que solo favorecen la división y el antagonismo, una sociedad cansada reclama la prédica de verdaderos ejemplos, consustanciados con las difíciles horas que vivimos. Dirigentes políticos, gremiales, empresariales y referentes sociales deben elevarse por sobre mezquindades políticas o ideológicas para convocar a la unidad y la pacificación, desterrando odios y rencores, apelando a la coherencia para que sus dichos guarden armonía con los hechos.
LA NACION