¡Ginebra para todos!
La comitiva argentina que estuvo en la Conferencia Internacional del Trabajo, en Suiza, fue de nuevo una de las más numerosas delegaciones entre 187 países
¿Quién puede resistir la tentación de viajar a Ginebra, pasar dos semanas frente al lago Leman, recorrer la Riviera Suiza hasta Montreux, con los Alpes a sus pies y disfrutar de esos paisajes, como lo hicieron Jorge Luis Borges, Charles Chaplin, Freddie Mercury y Audrey Hepburn?
Los austeros suizos deben creer que en la Argentina hay una notable prosperidad económica, ya que el año pasado asistieron 47 personas a la Conferencia Internacional del Trabajo, órgano supremo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la mayor cantidad de las 187 delegaciones presentes. Este año, se ha logrado romper ese récord, con una comitiva de 50 integrantes.
También sorprenderá a la mirada helvética, que mientras la profusa comitiva debatía la agenda laboral del siglo XXI, en nuestro país se anunciaba el crecimiento de la desocupación por el repliegue de la demanda laboral privada, agobiada por altísimas tasas de interés y la caída del consumo. Todo ello, resultado del desequilibrio fiscal heredado, del gradualismo fracasado y de un futuro político incierto.
No dejarán de notar aquellos sobrios observadores que la Argentina es un país de contradicciones. Pues combina la nutrida asistencia al foro laboral internacional, con el forzado desempleo de quienes no encuentran trabajo y el prolongado descanso de quienes lo tienen. Con 16 días feriados y 4 no laborables "con fines turísticos", está en el podio de la holganza legal. En particular, les habrán llamado la atención los dos feriados coincidentes con la multitudinaria expedición ginebrina, instituidos para honrar a dos próceres que defendieron a la Patria con su propio peculio, pues ni Martín Miguel de Güemes ni Manuel Belgrano recibían dineros oficiales para sus tropas. Y mucho menos, para viáticos. Si bien el gobierno nacional no se hizo cargo de todos los pasajes y estadías, seguramente casi ninguno habrá pagado esos viajes de su bolsillo. De una forma u otra, los fondos públicos siempre facilitan las cosas. Los legisladores y los jueces, con partidas presupuestarias. Y los sindicatos, con "impuestos al trabajo", que son también públicos, aunque los gremios no sean auditados.
La 108a Conferencia, concluída días atrás, fue importante, pues coincidió con el centenario de la creación de la Oficina Internacional del Trabajo, en virtud del Tratado de Versalles. Los temas debatidos se refirieron al acoso y la violencia en el empleo; el futuro del trabajo y las nuevas tecnologías; el destierro del trabajo infantil; la libertad sindical y el objetivo global de lograr condiciones de "trabajo decentes".
Pero mientras esos tópicos se debatían en la conferencia, el Indec argentino anunciaba que, en el primer trimestre, la desocupación se ubicó en el 10,1% en los principales centros urbanos. Proyectado a nivel nacional, serían casi dos millones de personas desempleadas. El informe del Indec destaca el fuerte aumento de la "presión sobre el mercado de trabajo" por el aumento de ocupados y subocupados que buscan trabajo, insatisfechos con sus tareas actuales. En un año, ese indicador subió del 29,9% al 33,9%, incrementando la precariedad laboral.
El secretario de Relaciones Internacionales de la CGT, Gerardo Martínez, al hacer uso de la palabra en la Conferencia, señaló que "la realidad del país exige sostener el empleo, recuperar el poder adquisitivo de los salarios, reducir los índices de inflación, mejorar los ingresos de jubilados y pensionados, y recrear el mercado interno y el desarrollo productivo". A colación, sugirió que esos objetivos se lograrían abandonando la actual política de restricción monetaria: "La Argentina está en las garras de las famosas recetas de ajuste del Fondo Monetario Internacional, que jamás consideran el crecimiento".
Lo que está muy claro es que los tópicos debatidos en Ginebra son como las "nubes de Ubeda" (Vicente Saadi dixit, 1984), frente a la realidad argentina actual. Los problemas de la reactivación económica, la recuperación del empleo y el freno a la inflación deben debatirse localmente y en serio. En vísperas electorales, ningún candidato opositor plantea un programa preciso y creíble. Con la misma liviandad con que se arman y desarman alianzas, prefieren repetir la receta del sindicalista Martínez, versión póstuma del gradualismo indoloro. Nadie quiere reconocer lo que todos saben. Sin un shock de confianza, cualquier intento de expandir la demanda con instrumentos crediticios y fiscales provocará una mayor fuga del peso y una espiral inflacionaria.
La confianza solo podrá recrearse con reformas estructurales que alienten el ingreso de capitales, los depósitos bancarios y las colocaciones en pesos. Las reformas implican quitar del horizonte el riesgo de confiscación, de ahorro forzoso, de devaluación, de "default". Y lentamente, pues ello no se logra con decretos sino por acuerdos políticos, restablecer la seguridad jurídica. De esa manera, se reducirá la tasa de interés y el círculo virtuoso comenzará a funcionar.
Nadie ignora que en la Argentina el costo laboral es muy grande y causante de deformaciones en la estructura del trabajo: expulsión hacia la informalidad y sustitución de mano de obra por tecnología. Ello no se debe a que los sueldos sean elevados, sino a los impuestos al trabajo y los abusos en los tribunales. Se suma el sistema de personería gremial única, que impide adaptar condiciones laborales a las particularidades de empresas y regiones.
Marcos Galperin, titular de Mercado Libre, la empresa argentina más valiosa, dijo una frase obvia aunque políticamente incorrecta: "Acá en la Argentina generar empleo es muy difícil por el marco laboral". Y agregó: "Cinco empleos son cinco problemas y cien empleos son cien problemas". Galperin no se refería al monto de los sueldos, sino a las presiones sindicales, al costo logístico, a la inflexibilidad laboral y a la industria del juicio.
En el otro extremo, hace un año, un joven emprendedor dedicado a las artesanías argentinas envió una carta de lectores a este diario, pidiendo también "un gremio que lo proteja" pues, por el solo hecho de invitar con un vaso de vino y un queso de cabra a los visitantes extranjeros, había recibido una intimación del sindicato gastronómico reclamando el pago del seguro de vida y sepelio, el fondo convencional obligatorio, la "contribución especial", la caja solidaria y los aportes a la obra social (Osuthgra), bajo apercibimiento de ejecución y embargo. Con un solo empleado, ya aportaba al Sindicato de Comercio; a la Federación de Empleados de Comercio (Faecys); al Instituto de Capacitación para el Comercio (Inacap), y al seguro de retiro obligatorio La Estrella. Y terminaba diciendo: "De cada poncho, todos quieren un pedazo, quedan solo las hilachas".
Solo cabe desear que, ya de regreso de Ginebra, los miembros de la numerosa comitiva olviden por un rato los cisnes del lago Leman y, contemplando nuestro cotidiano Riachuelo, focalicen su atención sobre la reforma laboral, la industria del juicio, los impuestos al trabajo, el desvío de fondos de las obras sociales y la personería gremial única, como paso previo a la verdadera modernización de las relaciones laborales, para lograr trabajos decentes, con justicia social.