Gobierno de gerundios y oquedades
La Argentina transita un cambio estructural regresivo, signado por las improvisaciones, la ruptura de las reglas de juego y una retórica virulenta tendiente a profundizar las diferencias
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La República Argentina tiene 47 millones de habitantes en tres millones de maravillosos kilómetros cuadrados, plenos de tierras fértiles, reservas de agua y minerales de ley. Cuenta con millones de personas capaces y ansiosas de buen gobierno para mejorar sus vidas personales y el futuro de sus hijos. Cada minuto que pasa sin novedades al respecto implica una regresión ante otras naciones que progresan y ante la dura realidad cotidiana donde no hay pan ni con el sudor de la frente.
En la coalición gobernante, sus dirigentes se han dividido por tercios las tareas para emprender esa involución, realizando calistenias huecas de contenido y anunciando actividades en gerundio, sin sujeto, sin futuro ni final –mucho menos feliz– a la vista.
Un gobierno que simula contener la inflación con fracasados controles de precios, que esconde la emisión entre los activos bancarios y posterga vencimientos externos con acuerdos insostenibles parece ignorar el potencial de crecimiento que abriga nuestra nación, plena de tierras fértiles, minerales de ley y reservas de agua
Los jóvenes de La Cámpora se dedican a las movilizaciones y los apiñamientos, como si la prosperidad colectiva respondiese a impulsos físicos, conforme la segunda ley de Newton (Principia Mathematica 1687). Por sobre otras virtudes que pudiesen engalanar al espíritu humano, admiran las dotes del dinamismo, recorrer y caminar, militar y deambular, juntarse y abrazarse, moverse y callejear, ir y venir siempre unidos y organizados en un tránsito festivo hacia la nada misma. No usan discursos complejos, ni ideas abstractas, pues son habilidosos para el verso, el cántico y la rima, más sencillos de corear que frases de Alberdi, de Pellegrini o de Avellaneda. Tampoco las manos enlazadas, el sol naciente, los gorros frigios o las coronas de laureles, pues los Eternautas remozados, los pingüinos australes o los pilotos Lupines los conmueven más que los símbolos patrios.
Nadie sabe dónde quieren llevarnos esos jóvenes con tantos mitines urbanos y periplos suburbanos, luego de pasar por caja en los organismos que controlan. Los millones de personas ansiosas de buen gobierno tienen razón para hacer esa pregunta y quedarse perplejas ante la oquedad de las respuestas.
Nadie sabe dónde quieren llevarnos los jóvenes de La Cámpora con tantos mitines urbanos y periplos suburbanos, luego de pasar por caja en los organismos que controlan
Alejandro Magno movilizó legiones para expandir el helenismo hasta la India; el cartaginés Aníbal cruzó los Alpes con elefantes para sitiar Roma, mientras Julio César llevó las instituciones romanas hasta las Galias. Napoleón difundió el mensaje republicano hasta las puertas de Moscú y José de San Martín venció ejércitos para lograr la independencia de Chile y de Perú. Los escuadrones del Eternauta, del Pingüino y de Lupin no parecen conducir al pueblo argentino hacia destinos de grandeza.
Conforme el principio de división por tercios, Alberto Fernández y Sergio Massa pretenden llenar esa oquedad militante con anuncios dispersos, oportunistas y confusos, que tampoco contribuyen a satisfacer la ansiedad de los millones de personas que necesitan buen gobierno para mejorar sus vidas y el futuro de sus hijos.
Felipe Solá, exfuncionario todoterreno, tuvo una feliz ocurrencia cuando criticó al gobierno de Mauricio Macri al decir: “Este es el gobierno del gerundio. Siempre dice que está haciendo, llegando, trabajando o logrando cosas. Pero mientras ellos no tienen plazos ni tiempo, los sacrificios que piden a los argentinos son ahora”.
La caída de la productividad del sector privado nos dirige a la segunda década perdida de la democracia
Para quien no lo recuerde, el gerundio es una forma impersonal de expresar un verbo y no puede conjugarse. No tiene sujeto ni tiempo ni modo ni número. Es ideal para eludir compromisos, difuminar plazos y zafar de preguntas incisivas. Solá era experto en gerundios y, cuando criticaba a Macri, sabía de qué hablaba.
Como señaló el economista José María Fanelli a LA NACION, al insistir en un “Estado presente”, financiado con emisión y deuda interna, la Argentina transita un cambio estructural regresivo por falta de recursos para sostenerlo. La caída de productividad del sector privado nos dirige a la segunda década perdida de la democracia. Hasta tanto no se encaren reformas para aumentar la competitividad, el empleo regular, la inclusión de los excluidos y el regreso de los chicos al colegio, solo se mantendrá el círculo vicioso del atraso donde no habrá pan ni con el sudor de la frente.
Un gobierno que simula contener la inflación con fracasados controles de precios, que esconde la emisión entre los activos bancarios y posterga vencimientos externos con acuerdos insostenibles parece ignorar el potencial de crecimiento que abriga esta nación, plena de tierras fértiles, minerales de ley y reservas de agua. Y, agreguemos, con 400.000 millones de dólares fuera del sistema financiero esperando ser convocados para regresar al país donde se generaron.
En lugar de asumir ese desafío en forma seria, Alberto Fernández y Sergio Massa encuadran sus actuaciones en la forma verbal que Solá, con picardía y acidez, criticó de sus contrincantes: la profusión de gerundios y la ausencia de realizaciones. No hay compromisos de tiempos ni de resultados, solo parches para evitar males mayores.
Como falsos aprendices que ocultan su veteranía, hacen anuncios deshilachados y contradictorios, tratando de leer los labios de la vicepresidenta para evitar vientos y sortear tempestades. Sus anuncios suelen ser precedidos por una muletilla introductoria, innecesaria en boca de veteranos, al aclarar que: “La idea es…” tal cosa. Una manera de hacer públicas sus buenas intenciones y relevarse de culpas si las cosas no salen como las idearon.
La Argentina está para más, para mucho más. Su población no merece ser conducida por la política del “vamos viendo” y cerrar así la segunda década perdida de la democracia. El costo de adecuar toda la gestión de un gobierno para lograr la impunidad de quien maneja ese terceto será tan alto que la historia no los absolverá. Y la Justicia tampoco.
LA NACION