Inflación solidaria: otro invento argentino
Dejar atrás el flagelo inflacionario requiere un cambio de expectativas, medidas drásticas y transformaciones estructurales con amplio apoyo político
Los niveles de pobreza son consecuencia de los aumentos de precios, impulsados por la inflación. Los sectores más vulnerables, con ingresos fijos en pesos argentinos, no llegan a fin de mes. Esa es la característica de la inflación : hace recaer el costo del Estado desbordado sobre las espaldas de los más débiles.
El Estado se ha desbordado para tender su manto protector sobre millones de empleados públicos, jubilados, pensionados, beneficiarios de planes sociales y de subsidios, cuyo costo es insostenible sin el aporte solidario del impuesto inflacionario. Nada es gratis: quienes gozan de la manta cobran; los nuevos pobres pagan.
Paradójicamente, el gobierno de Cambiemos había optado por el gradualismo para no dañar el tejido social con un ajuste que se calificaba de "salvaje". Todos aplaudieron la opción de convivir con lo nuestro y equilibrar las cuentas públicas con crecimiento, en lugar de reducir el gasto , echar ñoquis, cortar subsidios, eliminar planes sociales y aplicar tarifas internacionales para energía y transporte.
Por esa razón logró el apoyo de sus socios progresistas, como la Coalición Cívica y el radicalismo. Y sorprendió al Frente para la Victoria, que había advertido acerca de los tiempos de dureza fiscal que vendrían si triunfaba la alianza encabezada por Macri. Los liberales duros llamaron a ese programa "kirchnerismo de buenos modales".
Pero el mundo nos sacudió en 2018 con la suba de tasas, y aquella estrategia gradual, de altísimo riesgo, se frustró cuando la Argentina no pudo continuar tomando deuda para atender sus enormes gastos corrientes, además de financiar obras públicas por todo el país.
La concreción del ajuste profundo que se omitió en un primer momento dependerá ahora de condiciones políticas.
La oposición y el sindicalismo proponen, como lo hizo Cambiemos en 2015, una alternativa que soslaye el ajuste y apueste al crecimiento, que no llaman "gradualismo" para no admitir que se trata de lo mismo, en una versión empeorada por sus propias limitaciones, que les impiden acceder al crédito internacional.
Todos pretenden ignorar que el principal problema es la inflación, por carencia de una moneda viable. Una de las tantas metáforas para ilustrar esta patología señala que si los puntos de inflación acumulada durante los últimos 60 años fueran kilómetros recorridos, en los Estados Unidos equivaldría a un viaje ida y vuelta entre Constitución y Mar del Plata. En la Argentina, según un singular cálculo del economista Manuel Adorni, equivaldría a dar unas 19.041.877.584 vueltas alrededor de la Tierra.
Por eso es tan difícil de erradicar y perdura, aunque se detenga la emisión; nadie quiere ahorrar en pesos y el apuro por desprenderse de los billetes hace aumentar la velocidad de circulación, presionando sobre los precios. En el juego de las sillas musicales, los "nuevos pobres" quedan siempre de pie. La mentalidad argentina ya está entrenada para ello: los más pícaros y más acomodados siempre se sientan.
En la psiquis nacional, los billetes son de juguete y la unidad de valor es el dólar estadounidense. Hemos acumulado experiencias traumáticas, con pérdidas de ahorros, empleos y sueldos, por desajustes fiscales siempre resueltos licuando el valor de la moneda. Y no solo han perdido los más humildes; también han perdido los inversores que "enterraron" capitales durante las privatizaciones, hasta que nuestros gobiernos violaron contratos, impusieron cepos y, en ciertos casos, confiscaron empresas. Eso no se olvida.
A falta de ahorro local, los bancos no pueden ofrecer créditos a tasas razonables y las empresas no pueden emitir bonos para obtener el capital que requieren sus proyectos. No hay dinero para expandir la producción, pues ello requiere capital de trabajo destinado a insumos, empaques, sueldos, alquileres, energía, transporte, seguros o cargas sociales. Y mucho menos para incorporar nuevos equipos, construir nuevas plantas, renovar flotas, modernizar tecnologías, ampliar usinas, transformadores y calderas.
Nadie en la oposición ni en la dirigencia sindical se hace cargo de esta cuestión esencial, la llave maestra sin la cual ninguna reactivación será posible. Como un paciente en terapia, se resisten a escarbar el inconsciente, pues pondría bajo la luz toda la estructura clientelista y de corrupción sobre la cual se asienta el poder en el Estado desbordado.
Es notable la forma despectiva con la cual se refieren a la restricción financiera, sabiendo que la inflación conlleva altas tasas, volatilidad y especulación. Como la "bicicleta financiera" inaugurada con los valores ajustables (o VANA) que emitió Antonio Cafiero cuando fue ministro de Economía durante la gestión de María Estela Martínez de Perón (1975). Aparecieron así las "mesas de dinero" cercanas al gobierno, que captaban fondos a tasas reguladas y los invertían en VANA, arbitrando entre tasas subsidiadas y la inflación incontrolable que ajustaba el valor de los títulos.
Con tantos años de experiencia, ¿cómo pueden soslayar este problema? ¿Piensan acaso reemplazar la moneda por el trueque, por conchas marinas o por nuevos patacones? Esa actitud demuestra cabalmente por qué hemos dado tantas vueltas alrededor de la Tierra antes de llegar hasta aquí, con inflación del 50% y 30% de pobreza.
Como lectores de un mismo libreto, escrito hace setenta años, convocan a una reactivación del aparato productivo "intacto", para superar el "ajuste neoliberal" y el "sesgo financiero impuesto por el FMI" para relanzar una revolución "productiva" que reabra las fábricas y genere trabajos dignos.
Sin moneda no hay reactivación posible. Y no habrá moneda, ni ahorro, ni créditos, ni capitales, mientras los argentinos, en nuestras mentes, rechacemos el peso actual, como rechazamos el peso moneda nacional, el peso ley, el peso argentino o el austral. Para un cambio mental no basta subir la tasa de interés ni invocar al diálogo político. Como en terapia, se requiere ir a fondo, con un shock de confianza, un radical cambio de expectativas. Se precisan medidas drásticas, transformaciones estructurales, lanzadas con amplio apoyo político, para convencer a la población (y a los inversores externos) de que se ha aventado el riesgo de expoliación. Que la Argentina tiene sus cuentas en orden y que ese orden es sustentable. Que no recurrirá a medidas de emergencia para perjudicar, una vez más, a quienes han creído en las promesas de buena conducta.
Entretanto, debe reconocerse que la inflación subsiste porque Cambiemos optó por no realizar el "ajuste salvaje" que presagiaba la oposición. Por exceso de sensibilidad social y no por defecto. Y que el costo de esa política ha sido la aparición de nuevos pobres, quienes deben hacerse cargo, aunque sea en parte, del bienestar de los que cobran sueldos en las tres jurisdicciones del Estado, con sus 2000 legisladores, sus numerosos asesores, viáticos y vehículos; sus jubilaciones sin aportes y de privilegio; las pensiones justificadas y clientelistas; los planes sociales multiplicados; los subsidios a la energía y al transporte, entre otros muchos derechos adquiridos.
Los nuevos pobres lo advierten cuando deben dejar en las góndolas productos que no pueden llevar a su casa. Pues, en ausencia de crecimiento sustentable, es un juego de suma cero y los alimentos se los llevan quienes están incluidos en los estamentos superiores de la pirámide estatal. Además de quienes siempre saben cómo zafar en los vaivenes argentinos.
Entretanto, la inflación silenciosa redistribuye en forma "solidaria" los ingresos, para evitar los cambios indispensables que nadie parece querer llevar a cabo. Esa matriz de pagos oculta, tras la opacidad inflacionaria, la relación directa entre los desajustes que subsisten, el riesgo de volver a la experiencia kirchnerista y el doloroso incremento de la pobreza.