La caza del puma
El puma, el gran felino salvaje de las Américas, viene siendo noticia: para celebrar y reflexionar. Este gato de color ocre y grandes proporciones, que puede pesar hasta cien kilos, hace gala de una formidable capacidad de adaptación a los múltiples escenarios entre Alaska y el estrecho de Magallanes.
En la Argentina, en los últimos años ha recuperado el espacio que había perdido gracias a una mayor conciencia ambiental por parte de la población y al paulatino reemplazo de la ganadería de ovinos por agricultura a gran escala. Los ovejeros no le tienen simpatía, sus ataques son recurrentes y el daño es muchas veces considerable.
Afortunadamente, distintas organizaciones como el INTA, The Nature Conservancy y la Fundación Vida Silvestre Argentina, trabajan en soluciones alternativas como perros protectores de razas especiales para cuidar majadas, alentando la coexistencia con el predador en sitios de conflicto mayor, donde los estados provinciales han apuntado a planes de control con métodos letales directos, trampas para pumas o cacería de ejemplares, evitando el tradicional uso de venenos, tóxicos para la fauna y el ambiente en general.
Los festejos del retorno hallan un límite allí donde los pumas se encuentran con la civilización, en la plaza de un pueblo o ante las cámaras de seguridad de un club o un barrio. Y esto no es bueno, ni para las personas ni para los pumas. Aunque por momentos no haya peligro e incluso pueda disfrutarse de una escena inusual, tales eventos tienen posibilidades de terminar mal, con ingratas consecuencias.
La caza deportiva de pumas es una actividad tradicional en varias provincias argentinas. Se permite y se regula en ciertos distritos pues no se trata de una especie amenazada de extinción. No difiere de otras especies de la fauna nativa o exótica en nuestro país. Tampoco del caso de grandes felinos del mundo, como leones en África y tigres en Asia, preservados en ciertos espacios y plausibles de caza en otros.
Que los controles no se cumplan, que existan cazadores furtivos al margen de la ley y que ocurran prácticas que deforman la actividad –como mantener ejemplares sedientos en cautiverio para que al pretender alcanzar el agua sean alcanzados antes por un tiro–, no debiera ser motivo para prohibir la caza, los trofeos ni sus traslados en avión.
Mucho menos, para prohibir los trofeos de toda y cualquier especie, incluyendo a las exóticas invasoras, cuya caza es una necesidad superior, incluso en los parques nacionales de la Argentina, y una fuente de ingresos destinable a fines de conservación.
Deberían mejorarse las normas, sobre todo hacer que se cumplan, garantizar los monitoreos poblacionales de las especies susceptibles de caza y proveer a la conservación de la naturaleza con lo recaudado. Esto contribuiría a desalentar la caza ilegal, promoviendo la actividad de los “buenos cazadores”.