La crisis humanitaria ucraniana
La ilegal, violenta y repentina invasión militar rusa a Ucrania está generando, en paralelo, como suele suceder en todos los conflictos armados, una crisis humanitaria de enormes dimensiones. Especialmente, por las abiertas violaciones que presenciamos de las normas internacionales con las que se procura defender a los civiles inocentes.
Mientras miles de familias tratan de huir desesperadamente de las zonas de combate en territorio ucraniano, el avance de las Fuerzas Armadas de Rusia se está centrando en barrios residenciales. En las últimas horas, se difundieron estremecedoras imágenes que dieron cuenta de la matanza de una familia que intentaba escapar de la ciudad de Irpin, ubicada a 25 kilómetros de Kiev, que recibió fuertes ataques de la artillería rusa.
La multiplicación de los bombardeos de las tropas de Vladimir Putin contra blancos civiles dificulta e impide la evacuación de las ciudades.
El secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, afirmó que hay “informes creíbles de ataques deliberados contra civiles, que podrían ser crímenes de guerra”.
Entretanto, solamente Polonia ya ha recibido unos 800.000 refugiados ucranianos que escapan, como pueden, de la violencia en su país. Se estima que cerca de medio millón de personas han emigrado a otros países vecinos, como Eslovaquia, Hungría, Rumania y Moldavia, y que otras 134.000 se desplazaron hacia otros países de Europa desde el 24 de febrero.
De igual modo, más de dos millones de desplazados internos ucranianos han abandonado los lugares de su tierra de los que la violencia se ha apoderado, aunque sin salir, al menos por ahora, del suelo de su acongojada patria.
Esas muy tristes cifras seguramente crecerán en poco tiempo, si la violencia ya desatada no se detiene.
La Argentina no puede ser tan solo un espectador o testigo –tan silencioso como pasmado– de la inmensa tragedia. Debe, en cambio, ser solidaria, más allá de la clásica retórica. Y abrir generosamente sus puertas a todos quienes, ante lo que dramáticamente y de repente les sucede, quieran venir a habitar fraternalmente el suelo argentino. Claramente, no es tiempo para la indiferencia.
LA NACION