La muerte de Ariel Sharon
Tan admirado como polémico, el ex primer ministro entró en la historia como uno de los forjadores del Estado de Israel
Con la muerte de Ariel Sharon, a los 85 años, Israel ha perdido ciertamente a uno de los hombres que ayudaron a forjar su destino y que fue su undécimo primer ministro. Había estado postrado y en coma desde 2006, padeciendo una lenta agonía. Aquel año, cuando se hallaba en lo más alto de su carrera política, sufrió un masivo accidente cerebro-vascular que lo incapacitó y del que nunca pudo recuperarse.
Militar extraordinario, político astuto, por sobre todas las cosas líder firme de convicciones claras y sentimientos nacionalistas, Sharon era ciertamente respetado por sus conciudadanos, más allá de las controversias que suscitara y de las coincidencias o disidencias con sus visiones y decisiones en el plano de la política.
En 1967, como comandante de un escuadrón de tanques, derrotó duramente a los egipcios en el desierto de Sinaí durante la llamada Guerra de los Seis Días.
Nuevamente como militar fuera de serie, desobedeciendo órdenes, logró una victoria espectacular frente a Egipto en 1973, cuando sus tanques, durante la Guerra de Yom Kippur, cruzaron el Canal de Suez y encerraron entonces al sorprendido Tercer Ejército egipcio. Su fama de estratega militar de gran nivel alcanzó entonces su plenitud.
En 1982, como ministro de Defensa, invadió el Líbano y llegó a Beirut. Fue entonces cuando lo acusaron de posibilitar, por omisión, las matanzas de ochocientos palestinos por parte de milicias falangistas entonces aliadas a Israel, que tuvieron lugar en los campos de refugiados de Sabra y Shatila. Ese fue uno de los capítulos más controvertidos de la guerra del Líbano. Como consecuencia de ello, en 1983 la Comisión Investigadora Kahan lo encontró responsable de lo sucedido y lo condenó a no ser más ministro de Defensa de su país. Después de ello vivió por un tiempo en el desierto de Negev. No obstante, en 2001 fue elegido primer ministro.
Un año antes, su visita al Monte del Templo, lugar sagrado para árabes e israelíes donde está emplazada la mezquita de Al-Aqsa, fue considerada una provocación y derivó finalmente en la explosión de la segunda intifada o revuelta palestina. Unos 3000 palestinos y mil israelíes perdieron por ello sus vidas en una ola de violencia que duró hasta 2005. Fue entonces cuando Yasser Arafat, a quien Sharon consideró un terrorista, fue confinado en la ciudad de Ramallah.
Después de haber posibilitado en los 90, cuando se desempeñó como ministro de Vivienda, la expansión de los asentamientos que Israel construyó en la margen occidental y en Gaza, decidió la evacuación de este territorio y no vaciló en vaciarlo de los veinticinco asentamientos israelíes que allí se habían emplazado. Ello derivó en su separación del Partido Likud y en la formación del Partido Kadima, que en hebreo significa adelante.
Por todo esto sus admiradores lo llamaron "la topadora". Lo era. Y sus enemigos, en cambio, "el carnicero de Beirut". No caben dudas de que ha despertado polémicas, pero lo cierto es que con su incansable y siempre enérgica labor defendió con voluntad de hierro lo que creyó era lo mejor para su país. Por eso, en tiempos de incertidumbre y dificultades, los israelíes convocaron a Sharon.
Este hijo de inmigrantes rusos, nacido en las afueras de Tel Aviv, dotado de una capacidad de mando poco común, alcanzó por méritos propios las más altas posiciones de liderazgo. Por eso entró en la historia como uno de los forjadores del Estado de Israel.