
La muerte de Mikhail Beketov
Hace cinco años, un corajudo periodista ruso, Mikhail Beketov, que acaba de fallecer, recibió una paliza feroz, brutal. Había revelado en un diario local de su propiedad que las autoridades municipales de la ciudad de Khimki emplazada al noroeste de Moscú, habían planeado un negociado con la construcción de una carretera que serpenteaba los bosques, mudando para ello un cementerio dedicado a los soldados rusos fallecidos durante la Segunda Guerra Mundial. Por esa razón, Beketov había pedido, aunque sin éxito, la renuncia de las autoridades municipales. Y lo pagó en carne propia.
A partir de entonces comenzaron las graves desventuras de Beketov, que ilustran con enorme realismo y simbolismo cuáles son los peligros reales del periodismo independiente en los regímenes autoritarios.
Ya en mayo de 2007, desconocidos mataron a su perro a golpes, luego despedazaron con una bomba su automóvil. Y más tarde sobrevino la golpiza, que lo dejó tirado, paralítico para el resto de sus días, los que pasó en una silla de ruedas y sin poder hablar. La policía, que presuntamente investigó el episodio, no halló nada, muy presumiblemente, porque no hizo esfuerzos por encontrar la verdad.
Para entonces, Beketov se transformó en un símbolo. Recibió premios por su valentía, incluyendo uno, paradójicamente, del propio Estado ruso. Desde entonces, pese a su reconocida tenacidad, su camino fue el de la muerte.
Vaya nuestro reconocimiento y homenaje a un hombre cuyo nombre es ahora sinónimo de autenticidad y arrojo en el desempeño de su profesión.