La mujer afgana y la libertad
Tamana Zaryabi Paryani, Parwana Ibrahimjel, Zahra Mohamadi y Mursal Ayar defendían su derecho a estudiar y trabajar en una protesta contra el régimen talibán días antes de desaparecer, el 19 de enero pasado, en Kabul, la capital de Afganistán. Dos activistas mujeres más fueron detenidas días después, todas ellas arrestadas junto con sus familiares, pero los talibanes lo negaban e incluso aseguraban haber abierto una investigación al respecto.
La imagen de Paryani presa del pánico y pidiendo ayuda antes de ser detenida junto a sus hermanas se viralizó. La ONU denunciaba insistentemente la desaparición de las activistas, cuya seguridad generaba honda preocupación. La situación fue abordada por un programa de televisión español y su repercusión contribuyó a la liberación de las cuatro activistas tres semanas después de su detención, en buen estado de salud.
Dos periodistas que trabajaban para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) habían sido detenidos a principios de ese año, supuestamente por falta de documentación identificatoria, pero fueron liberados horas después. Noticias posteriores reportaron la detención de decenas de mujeres y sus familias por motivos no especificados.
Los fundamentalistas islámicos buscan diferenciarse del propio régimen anterior (1996-2001) argumentando que se han modernizado. Claramente no es así cuando las autoridades afirman tener “derecho a detener y encarcelar a los opositores y aquellos que violen la ley”. Desde agosto pasado, cuando asumieron, toda forma de oposición ha sido duramente reprimida: fueron dispersadas manifestaciones a favor de los derechos de las mujeres y numerosos periodistas resultaron agredidos o arrestados, al igual que otras voces críticas que fueron silenciadas.
Los derechos más elementales de las mujeres continúan seriamente amenazados bajo el gobierno del Emirato Islámico de Afganistán. No pueden asistir a la escuela ni trabajar en varios sectores gubernamentales; menos aún, desplazarse si no las acompaña un hombre, además de ser obligadas a usar el burka. Mientras tanto, ellas arriesgan sus vidas en cada reclamo, demandando, además, activa participación en la vida pública, lo cual incluye su presencia en el nuevo gabinete. La comunidad internacional debe continuar acompañando sus justos reclamos y exigiendo el respeto de los derechos humanos.