Los derechos humanos, violados en Irak
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El mundo libre ha reaccionado con justificada indignación ante las violaciones a los derechos humanos perpetradas por tropas norteamericanas en Irak y comprobadas por testimonios fotográficos que dieron la vuelta al mundo. El hecho de que efectivos militares de los Estados Unidos hayan sometido a torturas físicas y psicológicas y a perversas humillaciones a prisioneros iraquíes repugna a la conciencia del mundo civilizado y pone de manifiesto la existencia de contradicciones dolorosas e inadmisibles en una nación respetuosa de las libertades públicas y privadas y de la dignidad de las personas.
Es imprescindible que estos hechos sean investigados a fondo y que caiga sobre sus responsables directos e indirectos el peso de una sanción ejemplarizadora. Es lo que corresponde esperar de un país que siempre ha liderado la causa de los pueblos libres y la defensa del principio republicano y que en múltiples oportunidades, a lo largo de la historia, se involucró en guerras cruentas y largas para sostener esos altos ideales.
En el caso concreto de Irak, resulta terrible y paradójico que los repudiables tormentos a prisioneros hayan sido cometidos en la sombría cárcel de Abu Ghraib, la misma que utilizaba la férrea dictadura de Saddam Hussein para prácticas igualmente afrentosas para la dignidad humana.
Debemos celebrar que el sistema democrático -y, sobre todo, la prensa independiente norteamericana- haya posibilitado la difusión de las imágenes que atestiguan el repudiable comportamiento de efectivos militares estadounidenses en Bagdad y que el presidente George Bush se haya visto forzado por el periodismo de su propio país a reconocer esa realidad y a pedir disculpas públicamente por esa intolerable agresión a los derechos humanos. Una vez más se ha demostrado que el Occidente democrático encuentra sus mejores garantías de coherencia moral y de preservación de sus grandes principios éticos y jurídicos en el natural funcionamiento de sus instituciones y, sobre todo, en la vigencia irrestricta del principio inalienable de la libertad de expresión.
Lo que distingue a los sistemas democráticos de los regímenes dictatoriales o totalitarios es, justamente, la existencia de mecanismos de libertad que someten a los propios gobernantes al mejor sistema de control y vigilancia: el que surge de la existencia de una prensa digna e independiente.
Es de esperar que esta experiencia aleccionadora sirva para que nunca más las fuerzas de ocupación que actúan en Irak incurran en conductas ilegales y absolutamente contradictorias con los principios que emanan del espíritu republicano y democrático al abrigo del cual nació a la vida independiente y creció hacia su indiscutido liderazgo mundial el pueblo de los Estados Unidos.




