No hay planeta B
Una nueva generación de jóvenes comprometidos reclama tomar conciencia e impulsar nuevos modelos de desarrollo que eviten profundizar la crisis climática
Hablar de futuro es hablar de promesas, de proyectos, de realidades solo posibles si comenzamos a construirlas hoy. Todo aquello que no hagamos también incidirá fuertemente en el derrotero que tome nuestro castigado planeta, mucho más cuando enfocamos cuestiones ambientales. Hablamos de una peligrosa herencia de imprevisibles efectos increíblemente aún negada por muchos.
Como si se requiriera una sensibilidad especial a la hora de alertar sobre estos temas, Greta Thunberg, la joven sueca que padece síndrome de Asperger y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), denunció desde la Cumbre del Clima reunida en Nueva York haber sido despojada de su infancia y de sus sueños, traicionada por los adultos que profieren lo que describió como "palabras vacías" ante gente que sufre y que muere, testigos de ecosistemas que colapsan y frente a lo cual hablar de dinero y de crecimiento económico es un atrevimiento que ella considera, cuando menos, indignante. Planteó: "El mundo está despertando y el cambio llegará, les guste o no", en un discurso histórico en la ONU ante los líderes del mundo, que viralizó una imagen de ella tan desafiante como emocionalmente desbordada. "Los ojos de las futuras generaciones están sobre ustedes y, si eligen fallarnos, jamás los perdonaremos", anunció mientras planteaba que hasta acá llegamos.
Sacando partido de un mecanismo poco conocido previsto por Unicef, una de cuyas autoridades reconoció que la crisis climática tiene potencial para socavar los avances de los últimos 30 años en desarrollo infantil, Thunberg se dirigió luego al edificio de esta organización con 15 jóvenes (childrenvsclimatecrisis.org), una argentina entre ellos, para demandar a cinco países por violar los derechos de los niños con su contaminación. La Argentina, uno de los denunciados -junto con Francia, Alemania, Brasil y Turquía- le respondió en la persona del canciller Jorge Faurie, quien destacó lo poco que contaminaría nuestro país en términos comparativos, menos del 0,7 de impacto en el calentamiento global, defendiendo también los compromisos asumidos en este terreno para la agenda 2030.
Desde aquel primer acampe de tres semanas frente al Parlamento sueco al que nos referimos recientemente en estas columnas, inmersa ahora en el que se planteó como un año escolar sabático, la activa lucha de Thunberg contra el cambio climático se extiende. Su vertiginoso ascenso despierta muchas adhesiones tanto como críticas feroces, provenientes de un amplio espectro de posiciones, montadas sobre múltiples argumentos. El movimiento internacional Fridays For Future (fridaysforfuture.org,Viernes por el Futuro), que Thunberg impulsa, ha unido a millones de jóvenes de todo el mundo que cada viernes salen a las calles para reclamar acciones contra el cambio climático en más de 160 países. En el contexto de la Cumbre sobre la Acción Climática 2019 estas movilizaciones globales se reproducen de a cientos, con una huelga mundial no solo de estudiantes, sino a la que se suman miles de asociaciones de la sociedad civil.
Jóvenes rebeldes, defensores de sueños y utopías, enfrentan con decisión y justificado enojo un statu quo por demás preocupante que amenaza indiscutiblemente su futuro, que es, en definitiva, el de la especie. Lo que los adultos hasta aquí hemos demostrado no poder resolver es lo que ellos hoy demandan, cuando el abismo se encuentra cada vez más cerca.
La carrera contra el cambio climático y sus nefastos efectos aún puede ganarse. Desde la política, la economía o la sociedad civil oímos alzarse voces convocando a un mayor compromiso, muchas veces como quien oye llover, sin hacernos cargo del asunto y de la responsabilidad que cabe a cada uno. Las nuevas generaciones se juegan su futuro y no dudan en defenderlo, con una conciencia renovada que interpela con razón a los mayores. Difícil será silenciarlas, imposible detenerlas.
Se impone tomar conciencia y acelerar los mecanismos necesarios para impulsar nuevos modelos de desarrollo que no sigan dañando el planeta. No menospreciemos los sueños juveniles en un campo tan delicado. Recojamos y ponderemos su valentía a la hora de exigir cambios o preparémonos para seguir viviendo cada día distintas manifestaciones de una pesadilla que continuará aniquilando nuestro único planeta. No hay planeta B.