Nombres que sean símbolo de unidad
Lamentablemente, muchos de nuestros espacios públicos conservan nombres que alimentan divisiones y visiones personalistas de la historia
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Hace pocos días, una nota periodística posó su atención en un detalle que trasciende lo meramente edilicio: en uno de los andenes de las estaciones de la línea E de subterráneos aparecieron indicados, por su cercanía a la estación, la Plaza Roma y el Luna Park junto con el Centro Cultural Bicentenario, entre otros lugares patrimoniales icónicos. En realidad, no existe un centro cultural con ese nombre exacto. Recordemos que, durante el gobierno kirchnerista, el magnífico Palacio de Correos fue bautizado Centro Cultural Kirchner, una obra inaugurada antes de ser terminada, que costó el triple del valor presupuestado y que fue pensada como culto desembozado a la figura de un exmandatario de cuya muerte había transcurrido muy poco tiempo.
No está claro si la sorpresiva nueva denominación del espacio fue un error, una simplificación o si las actuales autoridades la pusieron adrede. El tironeo político sobre el nombre que ha de identificar un bien público es inadmisible.
El ex-Palacio de Correos ocupa la manzana delimitada por las calles Sarmiento y Bouchard y las avenidas Leandro N. Alem y Corrientes, en la Capital Federal. El cambio de nombre por el de Centro Cultural Kirchner (CCK) fue decidido por ley del Congreso Nacional, sancionada el 21 de noviembre de 2012 y promulgada al día siguiente. El apuro era totalmente explicable -aunque no justificable, desde ya- para aquellos años en que el kirchnerismo manejaba a sus anchas los números parlamentarios, por lo que poco le costaba cumplir caprichos como este. La sana costumbre y la razonabilidad indican que solo ha de ponerse a un bien público el nombre de un exfuncionario o una personalidad fallecida transcurridos por lo menos diez años de su muerte.
Pero, como la experiencia histórica ha demostrado, poco le ha importado en el pasado al kirchnerismo respetar lo público. Ha considerado, y esperemos que haya cambiado, lo estatal como parte de los bienes privados de su elite dirigencial. Una aberración que, lamentablemente, no se ha corregido como se esperaba en estos últimos tres años y medio de un gobierno de signo opositor.
Es cierto que se presentaron varios proyectos para volver a las fuentes y dejar de lado los personalismos, pero ninguno llegó a buen puerto. Uno de ellos contempla que los nombres por utilizar deben tener un valor social e histórico indiscutible y que los personajes o hechos históricos a los que refieran deben tender a la unidad, creando una comisión bicameral que decidirá y someterá a la aprobación del Congreso las decisiones. Con viajar por el país, cualquier persona puede darse cuenta de la larga cadena de abusos cometidos en provincias y municipios. Calles, rutas, hospitales, escuelas, clubes, natatorios, gasoductos, represas y hasta un aeródromo recibieron el nombre del extinto expresidente.
De los muchos proyectos para renombrar el CCK, quedan un par en condiciones de ser debatidos. Una de las propuestas es que se llame Centro Cultural del Bicentenario de la Independencia, un nombre similar al que en principio había barajado el kirchnerismo, al tiempo que promueve que transcurran 20 años de la muerte de una persona antes de utilizar su nombre para un espacio público. Otra iniciativa en condiciones de ser tratada reclama solo la renominación, llamándolo también con una referencia directa al Bicentenario de la Independencia.
Otro ejemplo de "grieta" acaba de reiterarse con la nominación Juan Manuel de Rosas a una estación del sistema de Ecobici, en Villa Urquiza. Los vecinos reclamaron el cambio de nombre.
Bautizar monumentos o edificios públicos de todos los argentinos siguiendo como lógica excluyente la voluntad política del administrador de turno ha sido en nuestro país una práctica tan habitual como nefasta, que no debe continuar.
Es hora de terminar con el culto a los personalismos, sean del color político que sean, y a la inmediatez. Ha de ser el paso del tiempo el que verdaderamente recoja un consenso respecto del nombre a asignarle al patrimonio de todos los argentinos para que constituya una contribución a la unidad nacional y no a la división. Afortunadamente, nuestro acervo está poblado de personalidades de extracciones diversas cuyos nombres son potencialmente adecuados, como los de Jorge Luis Borges, María Elena Walsh, Juan Manuel Fangio, Carlos Gardel, Ástor Piazzolla, René Favaloro, César Milstein, Bernardo Houssay, Federico Leloir, Victoria Ocampo, Benito Quinquela Martín, Julio Cortázar, Juan José Saer, Horacio Quiroga o Gustavo Cerati,
Vaciar de contenido nuestra cultura en pos de las prepotencias de un sector que sueñe con reescribir la historia y disciplinar voluntades en torno de un relato no son procederes propios de un espíritu auténticamente republicano que debe promover la unión y la concordia entre todos los argentinos.





