Nuestro país y el FMI
El Gobierno debe enfocarse en la elaboración de un plan económico serio y sustentable en lugar de perder tiempo con la construcción de relatos falaces
LA NACIONLa Argentina tiene una relación de tensa ambivalencia con el mundo. Aunque de orden esencialmente espacial, es un concepto que sirve para entender nuestra ontología más íntima. Tal vez sea por el impacto que tuvieron las dos grandes olas inmigratorias o quizá por nuestra ubicación geográfica excéntrica. Lo cierto es que el afuera nos es extraño y ha sido el fundamento de encierros de todo orden, especialmente culturales y económicos.
Ese plano de desconfianza es el que parece primar en algunos análisis de la deuda externa. Especialmente de una mirada que pretende instaurar un enfoque entre pseudo progresista y crítico del financiamiento soberano a lo largo de su historia, desde el préstamo de la casa Baring en época de Bernardino Rivadavia, siguiendo con los tiempos del proceso militar, y llegando, sin solución de continuidad, al crédito stand-by del Fondo Monetario Internacional (FMI) durante el gobierno de Macri.
Hay un salto arbitrario de muchos hitos, como el primer préstamo en tiempos de Rosas o la dilapidación absurda de recursos durante las dos primeras presidencias de Perón, y ni qué hablar de la de los superprecios de las commodities de principios de este siglo, que incluyeron la cancelación de una deuda a tasa baja de unos 10.000 millones de dólares al FMI para simultáneamente tomar otra a tasa escandalosamente alta con Venezuela. Delicias de lo que se podría llamar el argumento de la “soberanía selectiva”, tan en boga en la Francia de nuestros días y celebrada por algunos propios.
El Fondo Monetario no es ni bueno ni malo. Es un prestamista, y suele ser un prestamista barato
Esta reflexión viene a cuento de la Evaluación Ex-Post (EEP en la jerga) del financiamiento otorgado por el FMI a la Argentina en 2018, que acaba de publicar el directorio ejecutivo del organismo financiero internacional.
Si se lee con atención este informe, tiene dos aspectos centrales: uno retrospectivo y otro prospectivo. Hay una observación de que las autoridades argentinas en su momento habrían descartado “una operación de deuda y el uso de medidas de gestión de los flujos de capitales”; a continuación, aclara que “varios directores cuestionaron la viabilidad de la adopción de tales medidas cuando uno de los principales objetivos del programa era restablecer la confianza en el mercado”. Es decir, un reconocimiento de la imposibilidad, cuando no de la contradicción.
Pero lo más interesante es lo que deja en claro para lo que viene: “Los directores subrayaron que (… ) las conclusiones de la EEP deben servir de fundamento para las negociaciones en curso…”. Y aquí viene lo mejor: “(...) para abordar los problemas estructurales tan arraigados de la Argentina, como la fragilidad de las finanzas públicas, la dolarización, la fuerte inflación, la escasa transmisión de la política monetaria, el reducido tamaño del sector financiero interno y la estrecha base de exportaciones”. Es decir, lo que van a considerar y lo que realmente importa.
El afuera somos nosotros mismos: venimos de afuera y es allí, en ese mundo vasto y pleno de oportunidades, donde está el futuro de nuestro país. No encerrados ni mirándonos el ombligo. El Fondo Monetario no es eticamente ni bueno ni malo. Es un prestamista, y suele ser un prestamista barato. Lo que sí es malo es perder el tiempo con relatos falsos y discusiones vanas, en vez de enfocarse en lo importante, que es resolver los problemas sin demoras, más que andar repartiendo culpas.
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