Prohibido exportar
El Gobierno no deja de acumular errores. Las finanzas públicas necesitan desesperadamente divisas sólidas, respaldo para la impresionante cantidad de circulante, fruto de una emisión que no guarda relación con la caída creciente de las escasas reservas. Es en este contexto que el Gobierno ha prohibido la exportación de carnes por 30 días, despertando la reacción del campo, uno de los pocos sectores productivos que nutren de dólares reales a nuestra castigada economía. Ya se había vivido esta funesta experiencia, con resultados tristemente conocidos. La exportación bajó durante el gobierno de la expresidenta a 200.000 toneladas, y gracias a la liberación del gobierno de Macri –no exento de errores– subió a las actuales 900.000 exportadas. El precio de la carne al mostrador no bajó nunca con la receta kirchnerista. No es que la carne valga más, sino que el efecto inflacionario hace que cada vez se necesiten más pesos para comprar los mismos kilos del mismo corte. Es por esa sencilla razón que los precios aumentan.
No se consigue entender la lógica gubernamental. Cierra la canilla de dólares en vez de abrirla más, precisamente cuando más los necesita. La experiencia pasada provocó la pérdida de entre 10 y 12 millones de cabezas de ganado y el cierre de 100 frigoríficos, con la consiguiente pérdida de miles de puestos de trabajo. En los últimos años la tendencia se estaba revirtiendo. Gracias al esfuerzo exportador, volvían a abrir algunos frigoríficos, se recibían inversiones chinas en ese sector y se recreaban empleos.
Las repercusiones fueron inmediatas. Ya en la previa al cese, el precio de la hacienda subió un 28% en el Mercado de Liniers, cuya operatoria se busca limitar. Numerosas provincias también se oponen. La Mesa de Enlace inició un paro de una semana; Confederaciones Rurales Argentinas se sumó y tampoco venderá granos si no se levanta el cepo a la carne. La Federación de Sindicatos de la Carne exige medidas para resguardar los empleos en los frigoríficos.
A la fracasada y pretendida justificación de priorizar la mesa de los argentinos, se suma hoy que los importadores chinos compran fundamentalmente animales que tienen entre 7 y 8 años, cuya carne no es mayormente del gusto del consumidor argentino, que prefiere cortes como el asado y el vacío, que no son buscados por el mercado externo.
Sería aconsejable que el Gobierno se interiorizara más profundamente de la realidad agropecuaria sobre la base de cifras reales, a través del intercambio de ideas con los ganaderos.
Urge derogar esta absurda medida y proponer soluciones para la mesa popular que no nos dejen sin divisas, sin frigoríficos, y con menos trabajo. Debe tratarse de incentivar la producción, capaz de abastecer al mercado interno y al externo, no de limitarla.
LA NACION