Quienes nada han aprendido
Horacio González ignora lo que significó para la Argentina el terrorismo que mató, secuestró, saqueó, extorsionó e hizo imposible la vida de los ciudadanos
Más que por su paso por la Biblioteca Nacional durante una parte considerable de la era kirchnerista, Horacio González ha sido conocido por su otra condición de cabeza visible de un grupo de intelectuales que periódicamente difunden "cartas abiertas". Ha reaparecido ahora en los medios periodísticos dirigiéndose casi más a los "compañeros" que probablemente accedan una vez más a posiciones de gobierno que a quienes no convenció en su tiempo, y menos convencerá en adelante con el tipo de propuestas que formula.
Las nuevas declaraciones de González vienen con un aire de advertencia por si las formulaciones por momentos moderadas del candidato presidencial del Frente de Todos resultaran insatisfactorias tanto para él como para los grupos peronistas más radicalizados. Lo más notable de todo ha sido que González pidiera "una valoración positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable".
Para ser justos, habrá que decir que González no veía, en la trágica década del 70, aquel fenómeno de enajenados por la violencia como recto, seguro y aceptable. De otro modo, se habría abstenido de asociarse a la Juventud Peronista Lealtad, algunos de cuyos miembros no observaban con demasiados malos ojos a la presidenta María Estela Martínez de Perón y su entorno lopezreguista.
En todo caso, es esa una cuestión modesta, que no trasciende de su conciencia. Lo que interesa a la sociedad es saber si a la carga de gravísimos problemas económicos y financieros, de pobreza y exclusión, deberá agregar sobre sus hombros el peso de incomprensiones históricas tan absolutas como las que plantea González. Ha ignorado olímpicamente lo que significó para la Argentina el terrorismo que mató, hirió, secuestró, saqueó, extorsionó e hizo imposible la vida ordinaria de los ciudadanos. De otro modo, ese terrorismo no habría sido aislado como quedó, no ya cuando las Fuerzas Armadas dispusieron destruirlo con idénticos métodos a los por él empleados, sino antes, cuando el presidente Perón, en enero de 1974, tras la irrupción de la guerrilla a sangre y fuego en un cuartel militar en Azul, ordenó su exterminio. Y, más aún, cuando su esposa y sucesora apenas se tomó el trabajo de cambiar un sinónimo a fin de proseguir, con tanta o más energía, iguales propósitos. Que la guerrilla debía ser "aniquilada".
Parecería que González nada ha aprendido de las dolorosas experiencias de la Argentina de hace 40 y 50 años, y, por el contrario, se ha colocado en la línea de quienes están minando desde adentro el aspecto más positivo que se insinúa en la campaña presidencial de Alberto Fernández. Con unos que hablan de reformar la Constitución a fin de cometer cualquier desatino, con otros que exaltan la desaparición de la Justicia independiente como un desiderátum en sus efusiones populistas, y con otros, como Juan Grabois, que proponen una reforma agraria, como si la panacea estuviera en desarticular al sector de mayor productividad y aporte de divisas y que debiera, por lo tanto, ser tomado como ejemplo de incuestionable valía en esta Argentina una vez más en crisis.
La polémica por los dichos de González tuvo eco ayer en un acto en homenaje a Raúl Alfonsín. En él, el titular de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Rosenkrantz, se lamentó de que hubiera quienes buscan reivindicar la "violencia guerrillera".
El exdirector de la Biblioteca Nacional, el mismo que procuró evitar que Mario Vargas Llosa inaugurara una de las versiones de la Feria del Libro, tiene la convicción de que la historia "va a ser rehecha y reescrita". Esperemos que antes de eso la sociedad deje por medios pacíficos en claro que se resiste a que la rehagan y reescriban los epígonos de los Chávez, los Maduro, los Ortega y quienes han envilecido a lo largo de 60 años la patria de Martí, apóstol de la independencia cubana.