Retenciones: un retorno al pasado
El gobierno nacional ha anunciado que aplicará retenciones a todas las exportaciones. Lo hará con una tasa del 10% para los productos del campo sin elaboración industrial y del 5% para las manufacturas en general, a lo cual se agregará el impuesto a las exportaciones de petróleo del 20% y sus derivados del 5%. Espera recaudar 1400 millones de dólares hasta fines de año, aunque un cálculo sobre la base de las exportaciones anteriores permite estimar una recaudación anual cercana a los 2000 millones.
Para la visión del gobierno nacional este impuesto tiene varias ventajas. Es de fácil e inmediata recaudación y no se presta a la evasión. Reduce el impacto de la devaluación sobre los precios internos de las mercaderías exportadas y además no es coparticipable con las provincias. Su justificación consiste en el beneficio que representa para las empresas generadoras de bienes exportables el mayor ingreso derivado de la maxidevaluación ocurrida.
La cuestión, sin embargo, debería ser analizada desde una visión más amplia. El Estado sigue presionando al sector privado con más impuestos sin lograr una disminución de su macrocefalia y sin obtener progresos en la lucha contra la evasión fiscal. El año pasado se introdujo el importantísimo gravamen sobre las transacciones financieras y ahora se vuelve a asestar el mazazo de las retenciones.
No se ha tenido en cuenta que ante la falta de ingresos externos por inversiones y otras vías las exportaciones surgen como el aliado más poderoso para obtener divisas. Parecería imperar en el sector oficial la convicción de que las exportaciones van a crecer rápida y consistentemente sin tener en cuenta que las ventas externas de enero último fueron menores en un 12% a las del mismo mes del año anterior. La experiencia de otros países que devaluaron indica que el crecimiento de las exportaciones demora bastante; un ejemplo reciente es el de Brasil, donde en el año de la gran devaluación hubo una merma de las exportaciones.
En el caso argentino, las dudas sobre tal aumento pueden ser aún mayores dado que la economía se mueve sin el vital lubricante del crédito, con un férreo control de cambios y con dificultades en el abastecimiento de importaciones de insumos esenciales para los productos de exportación. Un gran superávit comercial ocurrirá pero por la vía de una aguda astringencia importadora.
Otro motivo de preocupación consiste en el debilitamiento de la posición negociadora nacional frente al daño que ejercen los subsidios agrícolas, cuando desde aquí se introducen restricciones. No es éste un tema bien visto en la Organización Mundial del Comercio, cuyo Acuerdo sobre la Agricultura, en su artículo 12, se refiere a las prohibiciones y restricciones a las exportaciones que puedan afectar a naciones importadoras.
El tema da lugar a una severa erosión de la palabra oficial en el más alto nivel, hasta ahora empeñada en el rechazo a la aplicación de retenciones a las exportaciones agrícolas y por carácter transitivo a las demás. Una contradicción flagrante que se suma a la ya tristemente célebre de que los depósitos bancarios en dólares serían devueltos a los ahorristas en esa moneda.
En medios agrícolas se percibe una honda preocupación acerca de la disminución de la superficie sembrada con granos y el aporte tecnológico que se utilice, dependiente a menudo de importaciones de insumos y equipos, que tendrán un tipo de cambio mayor por efecto de las retenciones.
Iguales expresiones se escuchan desde los más diversos sectores. En el caso del petróleo crudo, afectado por una retención del 20% –aún bajo negociación–, se verificaría una desactivación de las cuencas de menor productividad y mayor costo, con la consecuente pérdida de fuentes de trabajo, al tiempo que el Estado resignaría en el mediano plazo fuertes ingresos por regalías e impuestos a las ganancias y al valor agregado. Por si fuera poco, podría quedar comprometida la capacidad del país para autoabastecerse con producción local de petróleo, en virtud de la caída de rentabilidad de los mencionados yacimientos.
Las retenciones comenzaron su aplicación entre nosotros en 1958, sustituyendo a los tipos de cambio múltiples que rigieron con anterioridad y con particular énfasis durante el imperio de la estatización del comercio exterior, en el período correspondiente a la vigencia del IAPI.
El historial de las retenciones ha estado ligado al agro y sus industrias transformadoras. Antes se basaron en la supuesta incapacidad de estos sectores para promover el crecimiento de las exportaciones que se pensaba lograr con manufacturas industriales, temática que quedó desacreditada por la realidad. Ahora se sustentan en razones fiscales, aunque puedan subyacer otras manifestaciones ideológicas. Respecto de la transitoriedad de la medida, cabe recordar que en el pasado duró 23 años.
El anuncio del ministro de Economía puede interpretarse así como un balde de agua fría sobre las espaldas de los sectores vinculados con la exportación y una mala noticia para todos.