Segmentar tarifas y recuperar valores
No se saldrá de la pobreza con planillas de cálculo explicadas por funcionarios que descreen de lo que dicen, apurados por mostrar lo que no pueden cumplir y por atacar en vez de respetar
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La crisis económica actual no tiene solo su causa en el desajuste de las cuentas públicas, ni en la emisión monetaria, ni en la utilización del Estado en provecho de pocos. Si fuera así, podría corregirse con un adecuado programa de gobierno, con un equipo de buenos técnicos, con una gran cosecha o con el gas de Vaca Muerta.
Pero el desafío es mayor, pues se han corroído los cimientos del capital social argentino. Se han arrojado al basural las “ideas y creencias” que dieron vigencia real a los principios de la Constitución nacional de 1853/60. Allí fueron los valores que enlazaron la cotidianeidad de nuestros mayores: la confianza en los demás, los ideales compartidos, el sueño del destino común, el respeto a las instituciones y la autoridad, la educación como superación, el orgullo de trabajar, la fe en la Justicia y el acuerdo ético sobre premios y castigos. Sin esa ligazón ciudadana, las leyes son letra muerta en provecho de autócratas o poderosos. Las democracias liberales son frágiles y colapsan cuando se opta por el populismo, renunciando a construir un futuro colectivo.
En la Argentina se han corroído los cimientos del capital social arrojando a la basura los valores de nuestros mayores: la confianza en los demás, el sueño compartido, el respeto a la autoridad, la fe en la Justicia y el orgullo de trabajar
La Argentina fue un caso único en América Latina, pues se desarrolló gracias a un proyecto de país consensuado, que permitió superar la grieta que la dividió durante medio siglo de guerras civiles. La semilla la plantó la Generación de 1837 (Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Domingo F. Sarmiento y Bartolomé Mitre, entre otros), germinó con la Constitución de 1853 y fructificó con la Generación del 80. Así se formó “una nación para el desierto argentino”, como llamó Tulio Halperin Donghi a esa transformación sin parangón que conformó aquel país que poco hoy reconocemos.
Inspirados en Locke y Montesquieu, en Bentham y Destutt de Tracy, entre conflictos y armonías (como los hubo entre Alberdi y Sarmiento), creyeron en la potencia creadora de la iniciativa individual en un Estado de Derecho, con división de poderes e independencia del Poder Judicial. Oleadas de inmigrantes fueron atraídas por las garantías del pacto constitucional y las clases medias que formaron hijos y nietos construyendo un capital social inigualable con la argamasa de valores en común.
Los rieles ferroviarios no se apoyaron sobre durmientes, sino sobre el crédito público. Las escuelas de guardapolvos blancos fueron cunas de mérito, estímulo y ascenso social; las nuevas ciudades, frutos del trabajo y el ahorro; las universidades, bibliotecas, laboratorios y observatorios reflejaron ansias de progreso. El telégrafo, los puertos, los faros y los caminos plasmaron el espíritu emprendedor. Todo ello, impulsado por un Estado joven, creíble y solvente, artífice de la ocupación territorial, la paz interior, la alfabetización, la salud pública, la oferta de infraestructura, la unidad monetaria, los códigos nacionales y la igualdad de oportunidades. “Movilidad social ascendente” describía Néstor Kirchner mientras la saboteaba con su perversa ideología y sus gigantescas maniobras delictivas.
Desde 1930 hasta ahora hubo muchos intentos hegemónicos que deterioraron la calidad institucional del país, aunque ninguno pretendió eliminar, de forma radical, el sistema de valores que colocó a la Argentina en los primeros lugares en materia económica y de desarrollo social.
Así como hubo una Generación de 1837 que impulsó los valores de la democracia liberal, ahora existe una generación de 2007 –año en que asumió Cristina Kirchner su primer mandato presidencial– compuesta por jóvenes “estadistas” que pretenden derrocarlos siguiendo a Alexander Duguin, referente intelectual de Vladimir Putin, el autócrata admirado por aquella y por Alberto Fernández, su fiel alter ego. Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Andrés Larroque, Eduardo de Pedro, Mariano Recalde, Pablo Moyano y Juan Grabois son figuras destacadas de esa nueva militancia, alineada con Rusia, China, Irán, Cuba, Nicaragua y Venezuela ,”contra el imperio bipolar, atlantista y sionista” representado por Estados Unidos y Europa Occidental. Algunos de ellos, que algo oyeron de Carl Schmitt y Ernesto Laclau, Arturo Jauretche y Thomas Piketty, los reciclan en versión nacional y popular. Otros, graduados con honores en la grilla de Netflix, adaptan sus libretos según los públicos y los más pícaros, con posgrados en Nintendo, zafan diciendo poco y gesticulando mucho. Su rasgo común es emplear militantes en el Estado y, desde allí, financiar movilizaciones para imponer sus designios controlando la calle.
Ahora que la pobreza alcanza la mitad de la población, el Gobierno intenta mejorar las cuentas públicas con medidas parciales, como la segmentación tarifaria, la licuación de jubilaciones y los anticipos de impuestos. Pero se encuentra en una encerrona, pues no puede devaluar el tipo de cambio para normalizar el flujo de divisas sin abrir una caja de Pandora inflacionaria. Solo atina a escenificar su show de falso progresismo, invocando justicia social y equidad distributiva, mientras los sueldos de los argentinos siguen cayendo por efecto de la inflación, convertidos en los más bajos de la región. Para uruguayos, brasileños y chilenos, la Argentina es Disneylandia, mientras que a sus habitantes no les alcanza para comer.
No se saldrá de la pobreza con planillas Excel explicadas por funcionarios que descreen de lo que dicen. Es indispensable recuperar la función de la moneda, pero no será posible mientras la generación de 2007 deseche los valores que estimulan el ahorro, el trabajo y la inversión. Rusia, China, Irán, Cuba, Nicaragua y Venezuela son alternativas autoritarias, de derecha y de izquierda, capitalistas o comunistas, que solo servirían a los intereses de empresarios clientelistas, sindicalistas corruptos, gobernadores vitalicios convertidos en señores feudales y políticos multiprocesados por la Justicia.
Por alguna razón ningún economista serio ha aceptado acompañar a Sergio Massa a navegar por su mar de ambigüedades, donde nadie se atreve a sostener, con auténtica convicción, los principios esenciales que hacen funcionar a las democracias liberales, conciliando orden con libertad y propiedad con igualdad. Con ese escamoteo de ideas, con ese vaudeville de falsedades, no se creará confianza, ni se fortalecerá el peso, ni se logrará que el salario emparde el poder adquisitivo de nuestros vecinos. Solo recuperando los valores, no solo la moneda, tendremos futuro.








